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Jamás le había deseado la muerte a alguien, y las palabras habían dejado sobre su boca un horrible sabor a bilis que tras largas horas aún seguía ahí.

Emma había salido al trabajo y Rose se encontraba sola, sentada frente a la pequeña mesa de madera, contemplando la caja blanca con el celular en su interior, temerosa de tocarlo. Lo había rechazado en el acto, pero Alessia había sido insistente en dárselo.

Alessia se había mostrado como una amiga leal, y tener el cincuenta por ciento de la empresa Torricelli significaba que ahora era tan millonaria como Massimo, por lo tanto como su amiga Laura había afirmado "Un par de cientos no les hace ni cosquillas"

Rose tomó el teléfono decidida, su tía Emma la mataría cuando la viera, y más al enterarse que desde mañana habría guardias en la puerta.

Se agobiaba mucho, le agobiaba pensar en Alessia y que su mente buscara de manera automática relacionarla con Massimo. Massimo le dolía, repasaba su interacción con él desde el primer día, buscaba el momento exacto en el que se dejó ver como una prostituta cara.

Las lágrimas una vez más inundaron su rostro, había creído que realmente la quería, después de que la había tocado con tanta devoción, era amor lo que sentía en la punta de los dedos, era amor lo que transmitía en cada beso... ¿Cómo había sido tan ciega como para creer Massimo genuinamente la amaría? ¿Cúando dejaría de doler?

Alessia había regresado a la empresa para ocupar su lugar junto a Massimo. Le gustaba la idea de ser la segunda persona más poderosa de Nueva York, por fin, después de tantos años ocupaba el lugar que merecía.

—Valla numerito que armaste, mi querido Shakespeare — se mofó Alessia al ver a Massimo tomar whisky como desquiciado

—Cierra la boca Alessia— ordenó sintiendo los primeros estragos del alcohol

—Esto me recuerda a cuando te encontré

—Tú no me encontraste — escupió Massimo —Ni te debo nada

Alessia ardió en cólera en segundos. Nada odiaba más que Massimo negandola, cuando ella fue la que le dió todo.

—Estabas en la mierda cuando te encontré en la ciudad Massimo ¿Lo olvidas? Yo te dí trabajo, gracias a mí tienes este imperio, después, cuando estuviste en la cima ¡Me olvidaste!

—No te olvidé— pronunció Massimo dolido— Pero sí quería hacerlo, quería olvidarte, quería una jodida vida nueva

—Pudimos tener el mundo a nuestros pies Massimo, pero tenías que arruinarlo— Alessia se acercó a Massimo y lo tomó de un hombro —Lo habías hecho tantas veces antes, secuestrar, cobrar, matar. Pero lo tenías que arruinar.

Massimo contuvo las ganas de golpear a Alessia sirviéndose más whisky, para embriagar su memoria, para olvidar lo devastado que se sentía.

Alessia sabía que lo iba a superar, que Massimo se ahogaría en alcohol unos meses, olvidaría lo que es la sobriedad, pero cuando Rose ya no estuviera, Massimo la olvidaría, y volvería a estar bajo su control.

La casa de Emma era un caos desde hacía dos días, tenía la orden de desalojo que el estafador había mandado, tenía a una joven con el corazón roto en su habitación sumida en la depresión, dos grandes gorilas en la puerta que custodiaban su casa 24/7, y ahora esa mujer con un hombre que era la copia casi exacta de Massimo estaba tomando té en su sala.

—No entiendo, y sinceramente Alessia, no confío en ti, ni en Massimo ni en sus hombres. — Emma estaba anonadada, el hombre moreno junto a la fémina tenia cabello azabache alborotado, una barba perfectamente cortada y labios carnosos como los del empresario, de no haberlo visto de cerca, habría jurado que era Massimo

—Nosotros encontramos a su hija y la conocí hace meses en su trabajo, me duele mucho verla así, y aunque mi amistad con Massimo es cercana, fué un gran idiota con Rose. Solo quiero que la pase bien una noche, que se olvide de toda esta basura.

Emma suspiró sopesando todo, quizás Rose se merecía una noche libre antes de decirle que les habían quitado la casa... la mayor se volvería loca en cualquier segundo.

—Bien, pero es su decisión después de todo, y si esta noche no quiere salir de su habitación para ir con ustedes, no la obligaré— sentenció la mujer levantándose de su haciendo, dispuesta a ir a la habitación de Rose y avisarle que Alessia estaba en casa.

—Rosa— tocó la puerta tres veces— Alessia y un amigo están aquí, quiere invitarte a la feria ambulante del condado vecino, está a unos minutos.

Una Rose recién levantada se asomó por la hendidura

—¿Alessia está aquí?

—Sí, te invita a la...

Rose cerró la puerta de inmediato y se escuchó movimiento dentro, un par de minutos después salió vestida de manera más decente.

—Sí— afirmó la joven, observando a Alessia junto con su acompañante, el corazón se le contrajo, ahí estaba, en la sala usando lentes, su corazón dió un vuelco, ¿Esos eran los lentes de Massimo? el hombre era idéntico, sin embargo no tenia las finas facciones de Massimo, de cerca este se veía más osco. Se reprendió al instante por compararlos.

Cuando salieron de casa se sintió aún peor, porque sólo había aceptado salir con Alessia porque podía tener la superflua presencia de Massimo, podía fingir aunque fuera un momento que lo seguía queriendo, y la ayuda de su acompañante no ayudaba mucho.

"Es un amigo muy cercano, te agradará" había afirmado.

Se preguntó internamente la razón por la cual el auto de su acompañante olía a la colonia de Massimo, pero simplemente cerró los ojos y fingió que estaban dando uno de los recurrentes paseos con el empresario por la ciudad, era fácil sumergirse en esa fantasía, mas con la masculina figura haciéndose presente en su costado

Salir le hacía bien, y la feria ambulante era muy divertida, el mayor resultó ser muy divertido, y pronto los tres parecían amigos de toda la vida, el masculino la había consentido ampliamente, le había comprado un algodón de azúcar, helado, había ganado un oso de peluche marrón y se habían subido a diversos juegos mecánicos.

En pleno paseo, cuando Rose mantenía una genuina sonrisa en su rostro y algodón de azúcar en su mano Alessia se adelantó unos puestos para comprar una botella de agua y el hombre posó su mano en la cadera de Rose, envolviendo su espalda.

Rose fingió no notarlo, aunque había sido difícil, porque él era hosco en su toque y poco disimulado.

—Vamos a la rueda de la fortuna — invitó el mayor con determinación guiando a Rose hasta ella junto a Alessia.

Cuando estuvieron bajo la atracción - la más grande de toda la feria- el hombre acarició la mejilla de la chica a lo que esta se paralizó

—Me gusta que sonrias— informó— Alessia me dijo que has estado algo triste, es una lástima que en una vida tan bella pasen cosas malas— Rose logró soltar una sonrisa tímida.

El hombre tomó la mandíbula de la joven, se inclinó y juntó sus labios, con fuerza, descuidado, su aroma envolvió a Rose, el perfume de su amado, lo sabía, lo anhelaba, todo era como él.

—Massimo— susurró Rose


Azúcar En El InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora