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Los días pasaban tan rápido como las gotas de lluvia caían al asfalto. Cuando Rose se encontró a sí misma frente a la gran corporación dudó en entrar. Realmente iba a trabajar con Massimo Torricelli, la ciencia apasionaba a la menor de maneras impresionantes, y pensar que trabajaría codo a codo con quien patentó los automóviles solares, y quien impulsó el uso de nanotecnología para limpiar el mundo (Proyecto que estaba en sus inicios, pero que prometía grandes resultados) era un verdadero sueño hecho realidad. Había conseguido vender una de sus ideas a uno de los hombres más poderosos de América.

Ingresó titubeante al complejo, el olor a aromatizante ambiental inundó sus fosas nasales. El lobby le parecía enorme, como si se hubiera hecho para albergar cientos de visitantes diarios. Ingresó al ascensor y casi de manera automática tocó el botón de planta en la que se encontraba el despacho de su jefe.

Su tía Emma había comprado una falda de lapiz y una camisa blanca formal con olanes para su primer día de trabajo, sin embargo se sentía como una pequeña niña usando la ropa de su madre. Se sentía ridícula, como si la formalidad no fuera para ella, todo le parecía demasiado grande y feo, además había sido un mal día de cabello y aunque había querido, todo su cabello estaba lleno de frizz y desacomodado.

La secretaria le dio entrada libre al despacho del jefe y lo encontró ahí; Massimo, descansando sobre su cómoda silla, realizaba una llamada mientras observaba la vista que le otorgaba estar en uno de los pisos más altos del edificio Torricelli.

—Lo siento, no está en venta. Hablamos después. — terminó Massimo por teléfono al observar la presencia del joven.

—Buenas tardes señor Torricelli— se presentó Rose con una gran sonrisa nerviosa —Espero no molestar.

—Tú nunca eres importuna, de hecho te estaba esperando— Massimo se levantó de su lugar y caminó hacia la chica.

Rose se preguntaba cómo lo lograba, caminaba con tanta elegancia y seguridad, como si estuviera nadando, siempre parecía estar en su elemento. Definitivamente los trajes eran para Massimo, los lucía de manera natural y parecía estar siempre cómodo usándolos. No como Rose, a quien comenzaba a picarle el cuello.

Massimo se le acercó y tomó la camisa de la chica por la cintura, arrastrándola hacía él, atrapando los labios bermellón de la joven entre los suyos en un simple movimiento.

— ¿Tú compraste esto? — preguntó Massimo acariciando la tela de la camisa.

—Fue Emma

—Pereces incomoda con esta ropa.

—Es que sí me siento incómoda con esto, no es la clase de ropa que puedo usar bien.

—Tengo una idea— besó una última vez a la joven, sometiendo sus labios a la presión, abriéndolos para introducir su lasciva lengua. —Terminemos con tu jornada rápido— añadió separándose de la menor y abriendo la puerta de su despacho. Rose se preguntó cómo lo lograba, cómo podía pararse frente a su secretaria como si no acabará de introducir la lengua dentro de su boca, mientras a ella aún le temblaban las piernas de fascinación.

Se dirigieron al ascensor y Rose intentó ordenar su ropa, parecía tener vida propia y arrugarse al mínimo movimiento.

— ¿Tienes el prototipo?— preguntó Massimo observando con gracia a la joven

—Sí, aquí está — respondió abriendo su mochila sacando el pedazo de metal con forma de rosquilla partido en dos.

Las puertas del elevador se abrieron y llegaron a un piso cuyo pasillo estaba conectado con las ventanas del complejo que tomaban el lugar de las paredes.

Azúcar En El InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora