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Rose palideció, su corazón se contrajo de manera dolorosa. Todo de lo que había huido durante más de un año se resumía de manera cruda y dolorosa en él. En Massimo.

Mora sonrió y se acercó a él.

—Bienvenido, tome asiento por favor y en seguida tomaré su orden— comenzó la chica, ignorando totalmente el pasado de este con Rose.

—Yo lo atiendo Mora— interrumpió Rose tomándola del hombro. Vio fijamente al mayor, no parecía el hombre en ruinas del que habló Laura, parecía el mismo hombre de antes.

—Le tomo su pedido— inició la joven sacando una pequeña libreta de su bolsillo

—No vine por café Rose— el nombre del ella quemaba su boca, como si profanara algo sagrado con sólo nombrarla.

—Tenemos galletas, panqueques y té. ¿Le tomo su orden ya o lo pensará primero? — Rose ni siquiera parecía enojada, ni dolida, más bien parecía agotada del circo que parecía querer formar Massimo.

—Vine a hablar Rose— el hombre la veía como si se tratase de una reliquia— déjame explicarte

—Es el lugar incorrecto, aquí solo se sirven alimentos, y si no piensas ordenar algo, te pediré que te retires— Laura los veía a lo lejos, incrédula de que Rose le hablara de esa forma a Massimo, después de todo el empresario seguía provocando respeto por donde se le mirarse, y Rose era sólo una civil común.

—¿Quieres que pida algo Rose? Bien, quiero todo lo que tengas, desde los panqueques hasta el té, sírvelos hasta que se te acaben, quiero toda la tienda— culminó Massimo apartándose y sentándose en una mesa.

—¿Qué dijo?— preguntó Mora desde el mostrador

—¡Nada Mora!— inquirió Rose acercándose al hombre decidida. Se sentó frente a él.

—Escúchame Rose...

—No, escúchame tú Massimo—interrumpió la fémina— no sé quién te dijo donde trabajo, pero no puedes venir aquí y comprar toda la maldita tienda. Yo no tengo nada que hablar contigo, déjame vivir en paz.— Rose se levantó del asiento y caminó hacia Laura.

—Tú tía Emma puede estar en peligro— habló con firmeza Massimo. Rose se petrificó al escucharlo y se dio media vuelta. Contempló al mayor considerándolo.

—Mí descanso es dentro de dos horas— informó la chica— dura treinta minutos, hablamos entonces— culminó alejándose.

Los clientes no tardaron en llegar, el lugar se llenaba de personas y Rose parecía flotar de un cliente a otro. Massimo la observaba con ceño fruncido, notando que Rose parecía olvidar su presencia. Hería su ego, se preguntaba dónde había quedado aquella Rose que temblaba ante su presencia, aquella que lo miraba con admiración y nunca habría podido olvidarse de que compartían los mismos metros cuadrados.

Las horas pasaban, Massimo veía su teléfono en ocasiones, leyendo mensajes de sus hombres, pero la mayor parte del tiempo simplemente se dedicaba a observar a la menor, había pasado más de un año viéndola a través de fotografías, y tenerla presente era una experiencia religiosa; Sus delicadas y finas facciones eran acariciadas por los rayos del sol que caían con el atardecer y atravesaban el cristal de la ventana. Parecía una reliquia de alguna santa de aquellas a las que jamás había rezado, pero si alguna se pareciese a Rose definitivamente se postraría a sus pies cada domingo.

Rose había crecido unos centímetros, pero Massimo la reconocía, por sus movimientos, por su sonrisa dedicada a todos los presentes, porque se notaba que se esforzaba, como siempre lo había hecho.

En un momento Massimo se quedó contemplándola, perdido en sus propios pensamientos, recordando que un día tuvo todo; poder, seguridad, dinero y a esa chica entre sus brazos, pudo haber tenido una buena vida, pero las circunstancias lo habían llevado ahí, y ahora no tenía nada, solo el recuerdo.

Se encontraba herido en un plano más allá del físico, sangraba desde el día en que vio a Rose partir. Él había tomado el arma y apuntado hacia sí mismo, había jalado el gatillo, él era el único culpable.

Y no era la clase de hombre que se considera víctima de las circunstancias, ni la clase de persona que se escabulle de sus responsabilidades, Massimo con alma sangrante se postraba frente a las adversidades y las obligaba a retroceder. Porque no había otra forma de hacerlo. Pero cuando vio a Rose acercársele con dos vasos con café, sus defensas se arrodillaron ante ella.

—Café Expreso— informó Rose colocando la bebida frente al empresario, recordando cuantas veces lo había visto tomar tasas y tasas de esa bebida durante sus cenas y comidas.

La joven se sentó frente al Mayor y bebió un poco de su frappé con chocolate extra.

—Gracias— comenzó Massimo observando el café frente a él —Así que pintaste tu cabello de castaño y... ahora trabajas aquí— Rose rodó los ojos irritada.

—Si Massimo, trabajo, después de que de manera repentina terminó tu jueguito tengo tres empleos que mantener, y justo ahora me estás quitando tiempo vital de mi descanso, así que si quieres hablar claro me facilitaría mucho las cosas.

—Hace mucho que no te veo y no quiero pretender que nada pasó entre nosotros.

—Que conveniente ¿no?— interrumpió Rose

—El asunto es que... Te veo, y no estoy seguro de reconocerte. Pareces más responsable, más madura... Tu mirada cambió— Rose suspiró

—Nos quitaron la casa, a Emma y a mí, un estafador, así que sí, maduré, porque cuando menos lo pensaba la vida solo me puso dos opciones, Madurar o morir, y mírame, sigo viva.— Rose lo miró cansada — ahora explica lo que dijiste de Emma

—Es sobre Alessia, mató a dos de mis hombres, algunos la siguen buscando pero no aparece... Te está buscando, y quiere hacerte daño, y si no puede hacértelo directamente a ti, seguro lo intentará con Emma— Rose estaba pálida un hueco se había creado en su estómago y observó al mayor directamente a los ojos, se llenó de furia.

—Es tu culpa, ¡tú nos metiste en esto!— Rose apuntó con el dedo a Massimo comenzando a exaltarse— Tú nos vas a sacar, toma tus cosas, toma a Alessia y llévate tu basura a otro lugar, ¡déjanos en paz!

—Estoy intentando arreglar las cosas Rose, necesito que confíes en mí y que te mantengas a salvo. Te voy a cuidar.

—No quiero saber nada de ti, me lastimaste cuando no sabía nada de la vida, y me doy cuenta que nunca debí acercarme a ti— culminó Rose levantándose —Por favor, sal de aquí y no hagas más daño.

Massimo se levantó derrotado y sacó un billete de cien dólares de su cartera.

—No— lo detuvo la chica, rechazando el dinero— Pago yo


Azúcar En El InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora