8.-

2.2K 145 2
                                    

Rose abrió la caja encontrándose con un teléfono nuevo de una prestigiada marca.

—Pero... Señor Torricelli.

—Así tendré una manera de comunicarme contigo.

—Es demasiado... nunca podré pagárselo.

—Sólo tómalo.

Rose dejó a un lado el celular y tomó la mano de Massimo con ambas manos.

—Señor Torricelli, sobre aquel día...sé que se siente culpable... Pero... usted no hizo nada que yo no hubiese querido...

Massimo se inclinó hacia Rose y la besó con amarga desesperación, se apoderó rápidamente de sus húmedos labios y los abrió con necesidad, saboreándola con intensidad, desabrochó el cinturón de seguridad que sujetaba a la joven y la cargó para sentarlo sobre sus piernas como si de una niña se tratara, sintió las manos del joven temblando y separó el beso, esperando su aprobación. Sin embargo, cuando sus labios se separaron la joven gimió en protesta ante la necesidad. Massimo comenzó a acariciar la entrepierna de la joven de manera lenta, solo para ver la sangre amotinarse en sus mejillas mientras respiraba de manera entrecortada.

La joven Rose indefensa ante la conglomeración de sensaciones que producía el toque del empresario sólo se limitaba a mover las caderas de manera oscilante sobre el duro miembro del señor Torricelli.

—Tenemos que parar señor Torricelli— suplicó en un gemido contradictorio a sus palabras.

—Lo sé— murmuró el hombre apoderándose una última vez de los labios de la joven mordiéndolos y succionándolos a placer solo para verlos obtener aquel delicioso color escarlata.

Rose regresó a su asiento, tomó el celular y lo guardó en la bolsa negra en la que venía. Abrió la puerta y le dedicó una mirada apenada al señor Torricelli por lo ocurrido.

—Niñita, mi número ya está agendado.

Rose cerró la puerta del automóvil y corrió hacia la puerta de su tía Emma, aún desconcertada y emocionada. Sus labios aún cosquilleaban por el mayor y su piel aún suplicaba por más contacto, sólo quería ser tocada por una persona. Una persona con la piel besada por el sol y manos curtidas por el trabajo duro y la maquinaria. Manos poderosas, manos grandes, manos acariciando su...

—¿Rose? ¿Estás bien? —preguntó la tía Emma observando a la chica desde el sofá.

Rose nerviosa comenzó a ser consciente de su aspecto; suéteres desacomodados, frente sudorosa, labios hinchados y mejillas sonrojadas, parecía recién follada.

—Ti...tía, estaba co-comiendo, es decir, corriendo... Baño, quería ir al baño, por eso yo estaba corriendo.

—Bien, pues ve cariño — respondió Emma divertida sin darle más importancia al asunto continuando cosiendo un vestido, parte de su nuevo trabajo; le pagarían por arreglarlo.

Rose ingresó a su habitación y se dejó caer en la cama, el señor Torricelli la había besado, la deseaba ¿Debería contárselo a Laura? En realidad, Rose deseaba mantener aquel secreto solamente entre ellos dos.

Era verdad que Rose no sabía que estaba ocurriendo, jamás podría ponerlo en palabras para explicarlo. El hecho de que casualmente le gustaba aquel hombre mayor no le hacía ruido, no le molestaba, más si el hombre en cuestión era Massimo; con su barba y obscuros ojos, con espalda ancha, cargando toda la economía de New York sobre ella.

Tomó su nuevo teléfono y descubrió que en realidad usarlo era intuitivo, y aunque le costaba utilizar del todo, estaba seguro que lo lograría pronto.

La comida con su tía resultó más larga que el resto, tenía diversos trabajos y todos le emocionaban, había conseguido cobrar por coser - una de sus pasiones ocultas - y había recibido el primer pago semanal de Massimo, por lo que el dinero ya no le quitaba el sueño. Había dejado de acostarse con asquerosos hombres por dinero, y las ojeras en sus ojos habían desaparecido, Emma estaba convencida de que venían buenas cosas, y que los padres de Rose las estaban cuidando desde el cielo.

A Rose le encantaba como los ojos de Emma se iluminaban al hablar sobre el vestido de novia que estaba arreglando. Le encantaba notar que la comida parecía fresca, y no era de las viejas latas de sopa.

El teléfono de Rose sonó, un mensaje nuevo de Massimo.

—¿Y ese teléfono Rose?

—Oh, el señor Torricelli me lo dio, dijo que lo necesitaré para el trabajo

—Parece caro ¿lo descontarán de tu sueldo?

—No... Es como prestado, es de la empresa —No le gustaba mentirle a su tía, pero podía notar lo mal que se veía que Massimo le diera lujosos regalos— Es solo para hacer esquemas... No me cobrarán ni un centavo.

—Bueno, al menos te da seguridad, ¿Has visto las noticias? Los secuestros aumentaron. Tu padre y madre que están en el cielo te protejan de esos tipos, tu madre siendo la mayor siempre me cuidaba pero...

Rose leyó el mensaje de Massimo

"Monroe, estaré fuera de la ciudad, nos vemos el lunes cuando inicies de manera formal."

Rose frunció el ceño, nunca la llamaba Monroe, pero agradecía que le avisara, así no tendría la necesidad de ir a su departamento en su búsqueda. "¿Búsqueda de qué Rose? No eres la clase de persona obsesiva que enloquecerá y comenzará a acosar a su jefe solo por una rápida sesión de besos."

Los ánimos de Rose habían caído, repentinamente se sentía como una prostituta.

Azúcar En El InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora