Capítulo 14. LIMERENCIA.

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Luisita se levantó rápidamente para acompañar a Cata al baño y mi sonrisa le acompañó hasta que salió de la habitación. Me incorporé y abrí los ojos como platos. ¿De verdad había pasado aquello? ¿Por qué el corazón aún no había parado de ir tan rápido? Hacía tanto tiempo que no me sentía así que se me había olvidado de que podía experimentar algo tan fuerte. Me froté los ojos.

-Ya estoy aquí – interrumpió Luisita mi pensamiento.

-Jopé, sí que has tardado, eh – dije frunciendo el ceño.

-¿Me has echado de menos? – confiada.

-Bueno, tampoco tanto, no te creas... - rodé los ojos.

-Entonces no te contaré que estaba metiendo presión a Cata para que terminara rápido.

Nos miramos y sonreímos, ella ya estaba a mi lado, me aproximé y le dejé un beso en sus labios acompañados de una sonrisa. Ella abrió sus brazos para que me apoyara en su pecho y yo lo hice, abrazándole por la cadera con mi mano izquierda. Empezó a acariciarme la espalda y sentí cómo cada poro de mi cuerpo reaccionaba.

Me quedé allí, con los ojos cerrados, pero sin poder dejar de sonreír. Yo también empecé a hacerle cosquillitas por el costado y noté cómo se le puso la piel de gallina y se le aceleraba aún más el corazón. Saber que era yo la que provocaba aquello me hizo sentir poderosa, segura. Entonces paré, para comprobar si realmente era por el roce de mis dedos y, efectivamente, su piel se relajó, así como lo hicieron sus pulsaciones. De nuevo volví a acariciarle y su cuerpo me dio la razón. Cuando se me cansó la mano seguí un poco más hasta que no pude más y caí rendida.

Me desperté por el hormigueo que sentía en mi brazo derecho. Miré un poco hacia arriba y Luisita se había quedado dormida apoyada en el cabecero, no quería despertarla, pero si seguía así el resto de la noche su cuello no lo soportaría. Me moví un poco con intención de cambiar de posición el brazo y Luisi me agarró fuerte para que no me separara. La miré y seguía dormida. Sonreí.

Volví a intentar moverme y, tras hacer un esfuerzo, lo conseguí. Me incorporé un poco y comencé a llamar a Luisi. Ella respondió diciéndome algo incomprensible.

-Luisi, tienes que acostarte bien, que te vas a hacer daño en el cuello.

Reaccionó y, sin abrir los ojos, se acostó y apoyó su cabeza en la almohada. Yo la miraba desde arriba. Me resultaba adorable. Cuando notó que yo seguía apoyada en el cabecero golpeó el colchón, indicándome que me tumbara a su lado, así lo hice y quedamos una frente a la otra. Estaba incómoda, pero verla así me generaba tanta paz, que no era un impedimento.

-Amelia – dijo con los ojos cerrados - no me estarás mirando mientras duermo, ¿verdad?

No contesté, solo reí y ella se acercó y me dio un beso. Después se dio media vuelta y me tiró del brazo para que le abrazara por la espalda.


***


La próxima vez que abrí los ojos ya había amanecido y sentía que la vejiga me iba a explotar. No sé en qué momento de la noche habíamos cambiado de posición, pero ahora era ella la que me abrazaba a mí, así que me deshice como pude del brazo de Luisi y puse rumbo al baño. Justo antes de salir de la habitación fue cuando caí en la cuenta de que para todos los Gómez yo había pasado la noche en la habitación de María y no con Luisi. De repente el problema de ir al baño había desaparecido, tenía uno mayor: cómo hacer creer a la familia de Luisi que yo había dormido donde ellos pensaban, pero para idear qué hacer primero tenía que saber qué estaba pasando ahí fuera.

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