Capítulo 29

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Lucho, contra la inconsciencia, contra mi propio cuerpo. Busco despertar, reaccionar. 

Uno, dos, tres, cuatro horas. No sé, pero sigo intentándolo, sin rendirme. Repito una y otra vez, sin rendirme. 

Una luz cegadora se filtra por mis ojos, creo que lo he logrado, poco a poco mis párpados se abren adaptándose a la luz. Una habitación blanca me recibe, estoy sola, no hay nadie a mi lado. Intento mover mi mano, lo hago empleando más fuerza de la necesaria lo que me agota con demasiada prisa. Abro la boca para llamar a alguien, pero la resequedad que siento hace que duela. 

Escucho la puerta abrirse, giro hacia allí mi cabeza encontrándome con Cristián, le sonrío, su boca se abre con sorpresa para luego cerrar la puerta y salir corriendo dejándome sola. 

Unos minutos después la puerta vuelve abrirse dando paso a una gran multitud, William es el primer en llegar hacia mí, toma mi cara entre sus manos llenándome de besos. 

—Agua. —Logro pronunciar. Se aparta de mí alcanzando una jarra que se encuentra al lado. 

Tomo despacio sintiendo como se refresca mi garganta llevándose la resequedad. 

—Te amo. —Es lo primero que pronuncio cuando siento que ya puedo hablar.—Te amo William, y tampoco imagino mi vida sin ti a mi lado. —Expresar aquella palabra conlleva una carga extra de energía, pero ver sus ojos brillar por las lágrimas retenidas y mirándome con adoración vale cada maldito esfuerzo. 

—También, te amo, pequeña, pero eso ya es un secreto a voces. —Confiesa generando una carcajada al unísono de todos los que se encuentran en la sala. Los observo y creo no poder sentirme más feliz de que estén aquí, no obstante, en estos momentos lo que más deseo es poder ver a mis hijos. 

—Mis bebés, quiero verlos. —Pido. 

—Le pediré a una enfermera que los traiga. 

—Ya voy yo, tú sigue disfrutando de su compañía,—se ofrece Patricia—. Ya no quiero verte dando pena por los pasillos. 

—Gracias. —Agradezco con sinceridad. No que se haya ofrecido a buscar a mis hijos sino el haber estado allí brindándole su amistad sincera a mi William. 

—Para lo que necesites—Sonríe en mi dirección para luego salir al pasillo en busca de la enfermera. 

Aprovecho ese pequeño lapso de tiempo para abrazar a mi familia, para escuchar y ver la cara de mis amigos quienes no se apartaron de mí lado en ningún momento. Rio por las bromas de Richard, donde según él, William andaba devastado llorando por las esquina, le creo porque Patricia me ha dicho lo mismo, aunque él se queja, pero al final termina admitiendo su miedo a perderme haciendo que un suspiro melancólico se escape de mis labios. 

Un pequeño llanto llama mi atención, todos se apartan dándole paso a la enfermera que viene empujando un carrito con mis hijos dentro, las lágrimas no tardan en aparecer, pero esta vez no hay tristeza, sino una clara expresión de amor a las criaturas más bella que he visto en mi vida. 

Tomo a uno entre mis brazos y lo acerco a mi cuerpo lo más que puedo. 

—Es preciosa, William. —Expreso con felicidad mostrándole a la niña como si fuera la primera vez que él la ve. 

—Lo sé, cariño. Igual que tú, tienen tus ojos, ambos lo tienen. —Acerca al niño hacia mí. —Éste sacó mi nariz. —Sonríe. 

Busco a mi madre para seguir presumiendo a mis bebés, pero al levantar la cabeza me doy cuenta que en la habitación solo estamos nosotros dos y los niños. 

—Quisieron darnos un poco de espacio para ver si así elegimos los nombres de los bebés, creo que todos están muy ansiosos. Está semana sin ti ha sido la peor de mi vida. 

—¿Semana? 

—Sí, llevas una semana inconsciente. Estuve muy asustado, pensé que no volvería a ver tus preciosos ojos. 

—Lamento que hayas tenido que pasar por todo eso. 

—Nada es tu culpa, todo fue por aquel hombre, pero te prometo que nunca más volverá acercarte a ti, ya me he encargado de eso. 

—¿Qué hiciste? —Pregunto con miedo a saber la respuesta. 

—No hice nada ilegal, no te preocupes. Hay una orden de alejamiento que le impide acercarse a ti, si lo hace volverá a la cárcel para nunca más volver a salir. Eso, si alguna vez logra ingresar al país. Edward me ayudó a enviarlo lejos, dudo que vuelvas a verlo lo que resta de tu vida. Me hubiera gustado volver a enviarlo a la cárcel, pero su condena se cumplió y no hay nada que haya hecho en su tiempo fuera que nos dé una razón para ello. Hablamos con la empresa que lo contrató, aseguramos firmar cualquier trato que nos ofrecieran sin poner pegas si lo despedían. —Aquello quizás no sea justo, pero tampoco lo fue los años de sufrimiento que me causó. —Sacarlo del país fue más fácil de lo pensamos. No quiero seguir hablando de ese hombre, quiero que te olvides de él y te concentres en nuestros hijos, en buscarle un nombre a ambos. 

—Quiero contarte todo sobre él. 

—Más tarde, tendremos tiempo. Él no es importante, nunca lo fue. Nadie volverá hacerte daño, Johanna. No mientras me tengas a tu lado. 

 

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No te dejaré rendirte (COMPLETA) Editando.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora