Narra William

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Recuerdo la última vez que estuve en una sala de espera, recuerdo la desesperación, la impotencia y el miedo que viví durante aquellas horas que presagiaban un oscuro final. Recuerdo el dolor de la pérdida y como con el transcurrir del tiempo la esperanza se desvanecía. 

Cristián estaba muy pequeño como recordar con detalle todo lo acontecido en aquel día, aún así mientras esperaba por alguna buena noticia de parte del personal médico podía ver la expresión de su rostro asustado. Lo recomendable era que él no estuviera allí, podría resultar traumático para un niño, sin embargo, no pude hacer nada para alejarlo, cada vez que lo intentaba una crisis de llanto se desataba y yo no sabía qué hacer para controlarla, lo único que lograba calmarlo era estar a mi lado y a pesar de que aquel no era un ambiente propicio para un ser  tan pequeño, muy en el fondo agradecía que no quisiera separarse de mí. De alguna manera lograba transmitir calma, porque sabía que la noticia que traería el médico consigo, a pesar de mi esperanza, no iba hacer agradable y la presencia de Cristian a mi lado amortiguaría el dolor, el impacto de la cruel noticia. 

Ahora, sentía que vivía un deya vu. Ya no era mi esposa que moría de cáncer quien se encontraba en una sala de emergencia. Ahora estaba seguro que el impacto sería mayor, mis hijos y Johanna, la mujer que amaba con mi vida se encontraban en aquella sala de hospital luchando por salir ilesa de aquella crisis que todavía no comprendía que la desató, pero que aquel hombre con quien pensábamos firmar un contrato estaba involucrado. Luego me encargaría, desde luego que lo haría, después de investigar porque Johanna sintió tanto pánico al verlo que provocó que su parto se adelantará. Tenía cierta sospechas, y una parte muy oscura de mi desea salir a buscarlo y golpearlo hasta dejarlo inconsciente. No obstante, mi prioridad eran mi mujer e hijos que se debaten entre la vida y la muerte. Además, Edward se había hecho cargo del asunto mientras tanto, asignó mantenerlo vigilado, por lo que una vez el peligro pasara iría por él y en esta ocasión nadie podría detenerme. 

Las horas van y vienen sin recibir noticias, ni malas ni buenas, varias enfermeras han salido de la sala, pero no han querido darme ninguna respuesta sobre el estado de mi mujer. No puedo sacar de mi mente la imagen de Johanna desvaneciéndose entre mis brazos, cada vez que intento cerrar los ojos aparece una y otra vez atormentándome, temo aquella sea la última imagen que tenga de ella en mi memoria, quisiera tener pensamientos más positivos, pero su cara pálida y toda aquella sangre saliendo de ella en descontrol, me hace imaginar el peor de los escenario. Mi ropa está llena de sangre, no me molesté en cambiarme, he tenido que tomarla en brazos y traerla con ayuda de Richard hacia el hospital, la ambulancia tardaba en llegar y sentía que perdía el tiempo esperando mientras ella se desangraba. 

Escucho pasos desesperado por el pasillo, levanto mi cabeza que se encuentra entre mis manos mientras miro hacia el suelo, al hacerlo los padres de Johanna me observan esperando que le dé alguna noticia que no sé si soy capaz de dar porque yo también necesito información. Es Tereza quien le informa lo que ha pasado, veo a su madre llorar desconsolada y a su esposo aferrarse a ella intentando controlar su llanto. Puedo sentir el dolor que han de estar experimentando en estos momentos, es similar al que yo también siento. Ellos una vez perdieron a su hija, hace poco la recuperaron y ahora viven en la incertidumbre de posiblemente volver a perderla. 

Vuelvo a mirar el pasillo, para ver cómo Patricia camina hasta llegar a mi sin detenerse a saludar a nadie. A pesar de que muchas veces discutí con Johanna a causa de ella, me alegra que mi mujer por fin lograra comprender la naturaleza de nuestra amistad, porque sentir sus brazos rodeándome cuando más necesito de un amigo es reconfortante. 

—Todo va estar bien. Ella y tus hijos van estar bien. —Anima. Asiento queriendo creer en lo que dice porque si en aproximadamente media hora no recibo alguna noticia me volveré loco. 

Justo cuando estoy seguro que perderé la razón, la puerta de la habitación donde ingresaron a Johana es abierta. El llanto fuerte de los bebés se escucha por todo el lugar trayendo por breves segundos un poco de paz, la misma que se desvanece cuando el pitido de la máquina que monitorea su corazón comienza a emitir un sonido que conozco muy bien y que me lleva a correr hacia la habitación dónde se encuentra ignorando la advertencia de los médicos. 

Alguien intenta sujetarme, pero recurro a la fuerza bruta para liberarme del agarre y llegar hasta ella. 

Sus ojos están cerrados mientras la máquina no deja de sonar. Aferro su cara entre mis manos mientras mi corazón duele y mis ojos comienzan a derramar lágrimas en descontrol. 

—Por favor, no me dejes.—Grito con esperanza de ser escuchado. —Mi amor, por favor, tu no. Nuestros bebés te necesitan—limpio mis ojos con el antebrazo. —No podré sin ti, Johanna. No puedes hacernos esto, tenemos planes. Hablamos de colocar un par de columpios en el jardín para los niños, no puedes irte, cariño. No puedes dejarme ahora. Te amo, te amo y no creo que pueda vivir sin ti. —lloro aferrado a ella hasta que soy arrebato de su lado con fuerza. 

—Carguen a 200.—Escucho a la vez que soy alejado de allí contra mi voluntad. 


 

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No te dejaré rendirte (COMPLETA) Editando.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora