Capítulo 1

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El amor todo lo puede, todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, no hace daño a nadie, no se goza de la injusticia, más si de la verdad.

Ese es el texto bíblico que el sacerdote leyó el día de mi matrimonio y, que los primeros tres años del mismo creí ciegamente en esas palabras. La duda respecto a esa clase de amor tan perfecto que describe la Biblia nunca existió en mi cabeza. No tenía por qué hacerlo.

Toda mi vida tuve la certeza de que era real, que aquel amor que describen en las películas románticas o las telenovelas existía, no había ningún motivo para creer que fuese de otra manera.

Todos a mi alrededor vivían en una burbuja creada por él y, creer en su existencia, en su naturaleza para hacer lo malo bueno resultó lo más sensato. De otra manera, si mis creencias estuvieran enfocadas en otros argumentos podría ser considerada como el bicho raro, la paria de una sociedad donde seguir la corriente es lo correcto, de lo contrario no tendría cabida en ella.

Tenía opciones, una de ellas; armar una revolución y luchar por mis ideas, defender hasta la muerte mi postura, quizás con eso hubiese sido considerada una mujer valiente, no obstante, era más fácil seguir la corriente que luchar contra ella. No llevarle la contraria a nadie confería cierta paz. Sé que hay muchos adjetivos para definir mi actitud, pusilánime podría fácilmente ocupar el primer lugar, pero para entonces, nada de eso importaba, era feliz en mi burbuja creada por la ilusión pasajera de creer estar viviendo mi propio cuento de hadas.

Con el tiempo la burbuja explotó en mi cara sin verlo venir, seguía viviendo en un cuento, pero uno que parecía ser escrito por los hermanos Grimm.

Para entonces me dejó de importar lo que la sociedad tenía que decir sobre mí, sobre mis maneras, o la falta de moral que prevalecía en mis acciones, porque cuando necesité de su ayuda prefirió darme la espalda. Estuvo allí, señalándome, poniendo sobre mis hombros un peso para cargar del que no era culpable, sin darme un respiro, o una mano que me sostuviera para impulsarme a salir del pozo en el que me hundieron, ella solo desapareció.

En mis padres vi esa clase de amor que describen los libros, aquel que es capaz de transformar al chico malo en bueno. Mis estanterías estaban llenas de esas fantasías idealistas, pero con la que muchas mujeres sueñan y otras, adquieren el síndrome complejo de mesías, creyéndose capaz de generar un cambio significativo en los demás en nombre del amor. ¡Qué ilusas! ¡Ojalá alguien logre advertirles!

Toda esa ideología ha adquirido fuerza a lo largo de los años, las películas y series de televisión son parte de esa red fraudulenta y, los libros, creados para entretener, también forman parte del plan.

Se supone que somos adultos capaces de diferenciar la ficción de la realidad, pero cuando dicha ficción parece ser perfecta, escapar de la realidad es lo más sensato. Es por eso que creo que los guionistas y escritores tienen cierto grado de responsabilidad a la hora de plasmar en páginas blancas una realidad maquillada.

Hablemos del amor, por supuesto, pero hay que hacerlo siendo consciente de que no es una poción mágica capaz de transformar a asesinos, mafiosos, violadores y/o golpeadores. Seguir criando niños y niñas bajo aquella ilusión, es por demás cruel, ¿acaso no se han detenido a pensar que será de ellos cuando les toque enfrentarse a la verdad universal? El amor no todo lo puede.

En la vida no todo es blanco o gris, hay otras tonalidades. Al igual que mis padres, mis abuelos experimentaron esa clase de amor que transforma al mundo, pero siempre hay una excepción. No niego el poder que puede llegar a tener este sentimiento en el ser humano. Mi hermana mayor lo vive cada día al lado de su esposo, enamorada— al menos eso creo, tengo años que no sé nada de ella ni de ningún miembro de mi familia—, pero el punto aquí es que; el amor puede cambiar al mundo, pero en esa misma intensidad destruirlo.

No te dejaré rendirte (COMPLETA) Editando.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora