El lunes en la mañana llegué a la oficina con la mente un poco más despejada, aproveché el resto del fin de semana para pensar en todo lo que aconteció en la fiesta. Las palabras que William se abstuvo de pronunciar retumbaban en mi cabeza como si lo hubiese hecho, sin embargo, meditar sobre el asunto me sirvió para manejar el dolor que me causó. En algún momento quise ponerme en sus zapatos, comprender la razón de su comportamiento desmedido, logré sentir cierta empatía por él, aun así, no podía justificar su reacción, no cuando la misma me transportaba al pasado, un tiempo que luchaba por dejar atrás.
Cuando estuve cerca de mi escritorio noté una pequeña caja sobre este, antes de sentarme la tomé entre mis manos retirando la tarjeta perfectamente colocada en una de sus esquinas.
<Perdóname>
Leí sintiendo como los latidos de mi corazón aumentaron, una palabra con mucho significado, pero la que dejó de tener algún valor especial para mí. La tarjeta no tenía firma y no la necesita, conocía al autor de esa caligrafía, había recibido cientos de mensajes con la misma letra para mi jefa, pero esa en particular era para mí. No me atrevía a abrir la caja, por mi mente pasó la idea de devolverla tal y como estaba. Necesitaba y me era conveniente cortar cualquier lazo que me acercara más William.
El día anterior a la fiesta salí con Richard con el fin de aclarar mis ideas, necesitaba el consejo de un amigo y él se ofreció hacerlo, lo que no esperé era que se pusiera de parte de William, convencido de que tal vez darle una oportunidad no resultaba una mala idea, al final prometí pensarlo, sin embargo, mi conciencia gritaba enloquecida dentro de mí para que me alejara, porque no existía la posibilidad de repetir la misma historia que viví con mi exesposo, pero esta vez sin lograr salir de allí, sin conseguir ayuda, encerrada en el mismo circulo vicioso que casi acaba con mi vida.
Algo dentro de mi sabía que William no era igual a él, que no se atrevería a pegarme. Como cualquier otro ser humano estaba lleno de defectos, uno de ello salió a relucir en la fiesta, ese fue uno de los detalles que encendieron una especie de alarma dentro de mí invitándome a huir, a no acercarme, a creer que no sería capaz de controlar una mera reacción humana como lo es el enojo y destruyera todo a su paso. No lograba confiar por completo en él, tenía miedo, pero Richard tenía algo de razón en lo que decía, mi terapeuta también planto la idea en mi cabeza, quería hacerlo, sin embargo, no era tan fácil dar el paso.
Después de un pequeño debate conmigo misma, opté por abrir el obsequio, hace tiempo no recibía un regalo, con la excepción de mi cumpleaños y demás festividades, por eso la curiosidad me llevó abrir la caja sintiendo como la emoción recorría todo mi cuerpo.
Un grito afónico salió de mi boca al sacar el regalo de la caja, era un ejemplar del libro
"Las mil y una noche" mi favorito, en casa tenía una copia muy gastada por las veces que lo había leído.
Como parte de las terapias recomendadas por la psicología, la lectura fue una de ellas y la única que había disfrutado realizar creando un hábito sin sentir como el mundo se me viniera abajo, sino más bien, todo lo contrario, porque leer me salvó la vida. Sumergirme en otros mundos, unos felices, otros no tanto, pero que de igual manera lograba alejarme de la triste realidad que viví, del oscuro mundo en el que habité por años, gracias a la literatura logré aislarme y no deprimirme a cada instante.
Es por ello que cada vez que alguien me regala un libro, para navidad o cumpleaños soy el ser más feliz del planeta tierra. La señora Roberts siempre lo hace, pero ese regalo hizo que la opresión en mi pecho se identificara.
Observé cada detalle del libro, era un ejemplar en pasta dura e ilustrado, un ejemplar de colección bastante caro. Para William eso era una ganga, pero para mí, para quién cada centavo estaba contado, hizo que mi conciencia se dividiera en dos, como si estuviera en algún dibujo animado con un ángel en un hombro y un demonio en el otro.
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No te dejaré rendirte (COMPLETA) Editando.
ChickLitDespués de un matrimonio desastroso Johanna le ha cerrado la puerta al amor. Prometió jamás volver a enamorarse, una promesa que recuerda cada día al mirar su rostro en el espejo. Una noche y nada más, es su lema de vida, cualquiera pensaría que esa...