CAPÍTULO XIV: QHIPHOTH

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Para un pueblo lo importante es mantener su ganado y cultivo bien para pasar las temporadas sin hambre y tener un buen licor como reserva en el ático. Sergio Umberg era un hombre que al día podía beber cuando menos cinco barriles chicos de cerveza y estar como si nada. Estaba casado con una mujer de nombre Margory y tuvo cinco hijos varones. Para sus treinta años ya comenzaba a verse el doble de cansado para su edad mientras el estrés de tener que sacar dinero para mantener a su familia y el hecho de que la tierra pareciera secarse poco a poco no ayudaba.

Las caricias se volvieron golpes para desquitar la frustración e incluso llego al grado de matar a su cuarto hijo a patadas luego de que la cosecha entera se perdiera por la sequía. No era muy querido en su círculo de amigos pues lo encontraban desagradable y siempre bocazas. En su familia le temían y era alivio cuando se marchaba por toda la mañana y tarde, el infierno comenzaba cuando regresaba en la noche ebrio.

El pequeño Sergio, el menor, ya había probado la brutalidad de su padre con tan solo unos seis años. Y milagro de no unirse en la tierra con su hermanito, se consideraba un sobrante en la casa y a menudo lo olvidaban todos. Podía perderse por semanas y nadie lo notaria hasta que pidiera de comer, por eso sin decir nada consiguió un pequeño trabajador en la caballeriza del señor James que le pagaba dos monedas de plata por día para que limpiara las mierdas, alimentara a los caballos, los cepillara y aparte colocara las herraduras. Claro que si conseguía un patadon no recibiría la paga ni ayuda por lo cual era más fácil de decir la labor a hacerla.

Era muy flaco y solía comprar una pieza de plata de puro pan y guardarlo para dosificarlo y durara quince días y guardar el resto para cumplir su sueño de irse de ese lugar y no volver. Ese día que estuvo nublado desde la noche anterior no imagino que sería descubierto trabajando por su padre que lo saco del cabello de las caballerizas y pateado en el callejón cercano hasta que se cansó su ebrio padre mientras tomaba su bolsita de veinte monedas ahorradas y se lo gasto en licor.

El pequeño Sergio se levantó y consiguió irse a su escondite que era su vivienda (debajo de una roca). Allí estaba la otra mitad del ahorro que estaba destinado a la comida del camino y la abrazo con lágrimas ardientes, preguntándose que hizo para nacer en un mundo así, para ser golpeado y olvidado por el hombre y la mujer que lo engendraron. Comenzó a llover y observo la villa con ojos apagados, odiaba ese lugar.

Pasaron cuarenta minutos de lluvia cuando vio un hombre bajar la montaña con capa raída y zapatos viejos. Sergio se mantuvo pensativo antes de hablarle.

-Señor, si desea descansar deberá hacerlo aquí, allá nadie le dará posada alguna. –le grito.

El hombre se dio la vuelta y a Sergio le pareció un hombre malicioso y astuto, se acercó al niño y se sentó en el espacio que quedaba seco y protegido.

-¿Un mal día?

-Como todos en mi vida. –respondió de inmediato y abrazo sus piernas.

-Los padres son un asco, ¿no? –le dijo el extraño mirando los moretones en su cuerpo. -¿No tienes ganas de matarlos?

El niño lo miro con expresión horrorizada por la pregunta y, tras ver que no bromeaba el viajero y que parecía ir en serio se encogió de hombros.

-Aunque quisiera, no podría hacerlo... son más grandes que yo. –dijo.

-Que sean nuestros padres no los libra de la culpa y consecuencias de lo que nos hacen. No los hace inocentes de tanto maltrato. –lo miro a los ojos y vio Sergio un destello rojo. -¿No estás de acuerdo conmigo?

-Supongo que sí. –dijo girando la cara, le daba miedo ese hombre.

Se quedaron callados un buen rato hasta que de pronto un grito que parecía ladrido dijo el nombre del niño, era su padre. Y no solo eso, sino que se oía cerca. El niño se agazapo en su lugar y el extraño se quedó como estaba mientras esperaba.

HERO (CITRUS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora