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Veinte minutos después de terminar la llamada mi teléfono vibró. Valentín me avisaba que estaba abajo. No había vuelta atrás, finalmente me enfrentaría a él, y a lo que tuviera que suceder. Podía ser la última vez que estuviésemos juntos. El reencuentro podría ser una despedida. El fin.

La adrenalina se disparó a través de mis venas. Tomé las llaves y esperé el ascensor moviendo inconcientemente una pierna. Estaba nerviosa, no podía parar de temblar. Mi corazón latía acelerado. Esa sensación de vértigo que solo él me generaba cuando estaba cerca.

Lo observé detrás del vidrio del hall principal. Llevaba un buzo varios talles más grandes, como siempre. Su aspecto físico fue lo que llamó mi atención, estaba más delgado, parecía un alambre. Debajo de la capucha se escondía su rostro pálido, más que de costumbre, adornado con unas ojeras oscuras. Parecía el fantasma del muchacho que conocía.

Abrí la puerta y quedamos frente a frente. No sabía qué hacer, cómo reaccionar, ni siquiera me atrevía a mirarlo a los ojos. Estaba paralizada. Valentín rodeó mi cuerpo con sus brazos y yo hice lo mismo, por inercia. Su calor corporal traspasaba nuestra ropa y calentaba mi interior. Inhalé con profundidad. Su aroma tan particular invadió nuevamente mis fosas nasales.

No hablamos. Permanecimos en silencio hasta llegar a mi departamento. Caminé por la sala sin saber cómo iniciar la conversación. Valentín seguía estático de pie junto a la puerta. Había imaginado miles de escenarios posibles en mi mente. Una y otra vez había planificado mi discurso para cuando llegase el momento pero con él ahí parado no me salían las palabras. Y al parecer a él tampoco.

- Caro no está, estamos solos - informé entrando en la cocina - ¿Querés algo para tomar? - ofrecí como si fuese un extraño

Valentín sacudió su cabeza en negación. Me sentía tan distante, como si fuésemos dos desconocidos, como si lo nuestro nunca hubiese existido. Serví agua en un vaso y lo vacié de un sorbo. Estaba sedienta, sentía la garganta seca.

- Sentate si querés - señalé el sofá mientras me acomodaba en un extremo.

Se movió en silencio hasta sentarse en la otra punta. Una parte de mí deseaba arrojarme a sus brazos y jamás soltarlo, la otra ni siquiera quería conectar nuestras miradas.

- Yo... - dijo moviendo un pequeño paquete entre sus manos - te traje esto - me lo extendió.

Tomé el objeto rectangular cubierto con papel madera por el extremo opuesto, procurando evitar el contacto de nuestros dedos, y lo inspeccioné detenidamente. Alrededor tenía una cinta púrpura que se ataba en el centro con un nudo bastante desprolijo pero que cumplía su función de mantener el contenido interno bloqueado.

Sentía su mirada sobre mí, como si estuviese estudiando mi reacción, o premeditándola.

- ¿Qué es? - pregunté con un hilo de voz

- Algo... que debí darte hace mucho tiempo - respondió, vagamente

Desgarré el envoltorio con precaución. Un papel suelo se asomó, lo tomé con mis dedos y comencé a leer lo que estaba escrito:

'Clari,

En este cuaderno está todo lo que nunca pude decirte. Desde que te conocí empecé a escribir sobre vos, sobre nosotros, sobre lo que sentía cada vez que estábamos juntos, sobre lo que siento cada vez que pienso en vos.

Podría sacar uno o dos discos enteros de todo este material pero no voy a hacerlo. Estas palabras son más tuyas que mías, porque vos me inspiraste a escribirlas. Sin vos no existirían, así que te pertenecen. Te las doy, son tuyas, hacé lo que quieras con ellas.

andrómeda | wos • valentín olivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora