4. El Circo de Fenómenos del Dr. DiMalloy

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En un mundo donde el 80 por ciento de la población nace con algún tipo de poder tal vez era de esperarse que aquellos espectáculos que antes dependían de las extraordinarias habilidades de unos pocos individuos rápidamente perdieran el interés del público y poco a poco empezaran a desaparecer. Uno de los primeros espectáculos que seguramente sufrirá este triste destino será el circo de fenómenos, el cual en muy poco tiempo pasará a no ser nada más que uno de esos ejemplos que se utilizan cuando se habla sobre el tipo de cosas que existía en épocas pasadas, igual que el teléfono de disco y el autocinema. Aunque claro, al igual que sucede hoy en día, nunca faltarán los osados que intentarán mantener este tipo de negocios apelando al factor de la nostalgia. Tal vez con mucho menos éxito del que alguna vez se tuvo, pero el suficiente para subsistir.

En un terreno abandonado fuera de los límites de la ciudad de Musutafu se había levantado una enorme carpa de colores rojo y blanco. Un letrero grande y descolorido anunciaba el inicio de la temporada de funciones del Biaconi CircuZ: Espectáculo de Fenómenos, Rarezas y Curiosidades de la Naturaleza, con la Z al final de "CircuZ" bien estilizada, como para que la gente supiera que fue escrita así a propósito en lugar de ser un error ortográfico accidental. Aquella zona fuera de la ciudad parecía el peor lugar para colocar un circo, sobre todo en una época en la que ya nadie asistía a tales eventos, dado que personas con habilidades sobrehumanas y con partes del cuerpo extrañas ya eran cosa de todos los días para cualquiera que acostumbrara caminar por la calle. Eso no les impidió tratar de abrir su primera función ante tan solo unas cuantas personas que habían escuchado del evento y habían asistido seguramente movidas por la curiosidad o sólo por no tener nada más que hacer, además del bajísimo precio de las entradas. Extrañamente, tenían anunciadas funciones para toda la semana. El interior de la carpa estaba medianamente iluminado por unas cuantas lámparas, lo cual, sumado al sentimiento de abandono por la falta de público y lo apartado de la ubicación, creaba un ambiente más tenso y siniestro que festivo.

El maestro de ceremonias, un hombre de mediana edad, de cabello negro aunque algo cano y con profundas entradas y un clásico bigote estilo imperial, caminó hasta el centro de la pista para dar inicio a la función. Su rostro recordaba al de un villano de dibujos animados americanos de los años 60. Vestía pantalones y brillantes botas de color negro y una chaqueta de frac roja con detalles dorados, bajo la cual se notaba colgar un látigo de su cinturón. Llevaba un chaleco también dorado encima de una camiseta blanca con una corbata de lazo roja, y guantes blancos en las manos. Su sombrero de copa negro completaba el conjunto. A primera vista parecía un animador de circo común y corriente, pero había algo diferente en él. Quienes estaban en primera fila y pudieron verlo de cerca se sintieron algo incómodos al ver su sonrisa que, aunque intentaba aparentar calidez, provocaba una sensación de rechazo, sobre todo junto a esos ojos que solo se veían más intimidantes a la sombra que proyectaba su sombrero sobre la mitad de su rostro.

El hombre llegó finalmente al centro de la pista con un colorido megáfono en una mano y un maletín de metal en la otra.

—¡Damas y caballeros! —gritó al megáfono con un marcado acento europeo y alargando innecesariamente las palabras para hacer énfasis—. ¡Amantes de lo insólito, lo asombroso y lo increíble! ¡Sean bienvenidos al espectáculo más grande que sus ojos mortales llegarán a ver en sus cortas vidas!

Mientras hablaba sus ademanes y señas solamente añadían a la sensación desagradable que seguía provocando el gesto en su cara. Sus movimientos recordaban a los de una lombriz retorciéndose cuando era sacada de la tierra.

My Hero Academia: El Diamante RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora