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"El arte de no encajar en el mundo, y no temblar de soledad."
Elena Poe

Amparo

Miedo.

Eso siento.

Siento miedo, pánico. Terror.

Mamá me dice que no debo tener miedo, que la "maldad" se alimenta de ellos, pero a veces se me hace imposible no temer.

Mudarse al otro lado de la ciudad no resolverá los problemas de nadie, pero vaya uno a decirle eso mis padres.

Vivíamos en plena capital, en una avenida teníamos una casa de dos pisos al que consideraba un hogar, o por lo menos en algún momento lo fue. Pero a veces hay que tomar medidas desesperadas para momentos desesperados.

—Bienvenidas a Lava Ropas. —musita mi madre de la forma más dulce que puede.

—¿"Lava Ropas"? —pregunta, con asco, mi hermana, quien está junto a mí.

—Sí. Es un nombre original, ¿no les parece? —habla mi papá, manejando. Lo observo por el espejo retrovisor y noto que me mira con preocupación.

Bueno, hace ya tiempo que me mira así. Como si tuviera miedo de algo que hiciera.

Volteo la cabeza y me concentro en mirar por la ventana. Los árboles pasan con ligereza, logrando calmar mi ansiedad.

El cielo está pintado de celeste, el sol brilla con fuerza, los árboles y el pasto son de un color verde intenso. Todo pareciera ser perfecto.

Veo un grupo de niños jugar a la pelota en miedo de la calle, todos se suben corriendo a las veredas cuando ven que el auto va a pasar. Visualizo a un niño rubio, transpirado, con la cara roja del agotamiento y de ojos completamente negros; de su espalda salen dos alas blancas, que son solo un poco más grande que él.

El niño me sonríe y veo que le faltan algunos dientes.

Es un ángel.

No me molesto en girarme a ver a mi hermana y comprobar que no lo vio, porque sé que no lo ve. Sé que nadie más lo ve, que soy la única.

También sé que, como hoy vi un ángel, mañana puedo ver algo completamente contrario y escalofriante.

El auto frena frente a una casa, y abro la puerta de este par poder mirar mejor.

—Toda nuestra... —murmura mamá, a quien puedo sentir tensa. Siempre lo está, por más que intente fingir que no, ambas sabemos que no puede.

Tiene miedo, pero no está mal. Nadie pide ver o tener algo como lo que yo tengo, pero sin embargo ahí está. Es difícil seguirme y no los culpo por querer rendirse.

La casa, por fuera, es blanca, con escaleras en la entrada de color madera; tiene un porche precioso pero vacío.

—Vamos... quiero chusmear. —murmura mi papá e intenta relajar sus hombros.

—Yo quiero volver a casa. —se queja mi hermana, Clara. Es año y medio más grande que yo.

—Esta es nuestra casa ahora. —mamá pasa uno de sus brazos por los hombros de Clara y la guía dentro de la casa.

Siento el viento en mi cara y me permito cerrar los ojos un momento. No oigo nada, no siento nada. No hay nada. No hay más que tranquilidad. Me siento en paz... pero obvio, la paz no dura mucho tiempo.

La voz de mi hermana me sobresalta y abro los ojos con rapidez.

—No es hora de rezar. —reprime con una risa. —Ayúdame. —pide y señala el auto con un movimiento de cabeza.

Saco del baúl del auto una caja con mi nombre y me adentro a la casa (con pocas ganas y expectativas, si puedo ser sincera).

La casa está pintada de blanco, con el techo color madera. Mamá tardo nada en colocar los cuadros sobre las paredes.

El primer ambiente con el que uno se encuentra al entrar es el living, donde están acomodando los sillones y la televisión (junto con fotografías y decoraciones).

Pasando el umbral esta la puerta de madera, por donde se entra a la cocina, al fondo de esta hay una puerta de metal blanca que, supongo, va al patio.

Aún en el living, al lado del umbral en redondo hay una puerta que da hacia el pasillo de las habitaciones. El primer cuarto con el que te topas al abrir la puerta es el del baño, a la izquierda está la habitación de mis padres (mamá ya colgó su crucifijo). Al lado del baño esa la habitación de mi hermana y junto a esta se encuentra la mía (la más chica) ¿cómo no?.

Miro el blanco cuarto y suspiro con cansancio.

—Mañana te consigo un placare. —promete mi padre, me doy vuelta, y lo veo mirándome desde la puerta.

—Uno lindo y de madera. —pido y le muestro una sonrisa de labios apretados.

—Uno lindo y de madera. —asegura. Se aleja de la puerta, acercándose a mí y posa sus manos en mi cara. Me examina con preocupación y me abraza. —Si mañana se te hace complicado empezar... sabes que no tenes por qué apurarte. —otra vez con eso. Me separo de él para poder mirarlo a los ojos y hablo:

—Necesito ir al colegio. —digo con súplica. —Estoy bien. Tengo que hacer una vida normal de una vez por todas. —admito con dolor. Con dolor porque no sé si eso será posible.

—Esa es mi chica. —alienta con una sonrisa.

Sin resistirme mucho más me dirijo al patio trasero.

Es amplio, bastante, con una estructura a media hacer en el fondo, junto al tapial que divide los terrenos.

El pasto en esa zona está alto, tanto que para verme los pies tengo que correr el pastizal.

—Podríamos traer un perro, ¿no? —cuestiona mi hermana acercándose a mí.

—Podríamos cortar el pasto. —me quejo sintiendo cosquillas en mis piernas desnudas.

—Deja de merodear por acá que te van a comer los mosquitos. —advierte y se empieza a alejar.

Veo un bulto de tierra cerca del galpón sin terminar. Me acerco a este para inspeccionar.

—¡Apúrate! —grita Clara asustándome. Me doy vuelta y le hago fuck you, para después seguirla.

Desempacamos lo máximo que podemos y, para cuando por fin terminamos, ya son las nueve de la noche. Papá se puso la casa al hombro y fue a comprar hamburguesas a un Mc Donall's que hay en la entra del pueblo.

—¿Emocionadas? —pregunta mamá llevándose lo que queda de su hamburguesa a la boca.

La miro a ella y luego a mi hermana, para que hable por las dos.

—Yo si... ¡empiezo la facultad! —exclama con alegría.

Clara y yo siempre fuimos personas sociables... o, por lo menos, en algún momento lo fui.

(A) normalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora