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Andrés

—¿Alguna vez me llamarás para no pedirme algo? —se queja mi hermano apoyado contra el marco de la puerta.

Estamos en el hospital, estoy buscando el registro de Amparo.

—¿Algún día dejarás de recriminarme por hacerte buen hermano mayor? —contraatacó mientras mantengo la cabeza baja, casi sumergida en los cajones donde están los registros médicos, leyendo nombres.

—¿Qué pasó con esa tal Amparo? —pregunta de la nada Santiago.

Me detengo en seco al escucharlo, pero me aclaro la garganta y sigo. Como si nada.

—Nada... es un poco inestable. —excusó, sin saber la verdad.

Encuentro su plantilla y empiezo a leer.

Nació el quince de marzo.

Tuvo un accidente automovilístico hace tres años, el dieciocho de enero del 2017.

Dos meses más tarde empieza a tomar medicación para dormir. Cuatro meses más tarde empieza a tener convulsiones, se atiende con un neurólogo y un psicólogo; a los seis meses del accidente, la internan en un psiquiátrico.

El informe del psicólogo fue "trastornos psicóticos y postraumáticos"

¿Qué le pasó a Amparo?

Pasó las hojas y llego a la parte del psiquiatra.

"Síntomas: delirios y alucinaciones.

Particularmente alucinaciones.

La paciente asegura que escucha, ve y siente personas que no existen.

Asegura haber hablado con el padre de otro paciente. Padre que murió hace diez años."

Alguien se apoya en mi hombro y me sobresalto.

Santiago no se da cuenta del susto que me dio, ya que está hablando con una enfermera.

—Te amo hermano, pero tengo que trabajar. —apura mientras guardo todo en su lugar, no sin antes fotografiar todas y cada una de las hojas que hay en la carpeta.

No sé qué sucede con Amparo, pero no voy a permitir que, lo que sea que la atormenta, lo siga haciendo.

No me puedo volver a permitir ver morir a alguien mientras grita "auxilio" con los ojos.

Amparo

Llegamos a la guardia del hospital, con Clara, y una mujer nos recibe en recepción. Le explico la situación y me dice que un enfermero verá a mi hermana en unos minutos, que esperemos.

Nos sentamos en la sala de espera y me veo reflejada en un espejo, es uno de esos que usa la policía; de los que uno se ve reflejado pero desde el otro lado ven todo.

La persona que se ve reflejada es alguien completamente contraria a quien soy... a quien era.

La chica reflejada tiene grandes ojeras debajo de sus ojos verdes, el pelo rubio enmarañado, un semblante de cansancio, el cuello lastimado y cubierto por maquillaje.

La chica del reflejo está flaca, con ropa holgada y pareciera estar pasando por un ataque de nervios.

La puerta junto al espejo se abre y sale Andrés, detrás de él un enfermero, Santiago, su hermano.

Ambos parecen estar divirtiéndose, están riendo y Andrés parece relajado, parece un chico de dieciocho años sin amargura en su vida.

Parece normal.

Andrés se va sin darse cuenta que estoy ahí y Santiago, en cuanto me ve nos sonríe.

—Gonzales. —pronuncia mirando un papel, aunque sabe que somos nosotras.

Ambas nos levantamos y entramos a una especie de consultorio. Hay una camilla, estantes y un mueble de metal con cajones, de dónde saca guantes.

—¿Qué pasó chicas? —pregunta esperando que una de las dos se siente en la camilla, pero ninguna lo hace.

—Tengo un... —empieza Clara y se levanta la remera, dejando ver el golpe.

Santiago lo mira con una ceja enarcada y pasa su mirada a mí. Me siento incómoda ni bien me mira.

Sé lo que debe estar pensado.

—Me desperté y lo tenía. —aclara. —No sé cómo me lo hice, pero me duele y mucho. —comenta poniendo una mueca de dolor.

Santiago suspira y mi hermana se acomoda la remera. El uniformado anota algo en un papel de orden y se lo extiende a mi hermana.

—Es para hacerte una radiografía, quiero asegurarme de que no tengas alguna costilla dañada. —explica con un semblante serio. —Quiero que vayas al piso tres y le digas a la recepcionista que es urgente. —pide con sigilo, como si tuviera miedo de espantarnos al hablar normal.

Ambas asentimos y cuando estoy por salir, detrás de Clara, la voz de Santiago me detiene.

—Amparo. —llama con firmeza. Me doy vuelta, aún con la mano en el pomo de la puerta y lo observo con la vista cansada. —¿Cómo te sentís? —interroga con una clara preocupación.

—Bien. —miento. —No me volví a desmayar. —miento con una sonrisa de labios apretados.

—Qué suerte. Cualquier cosa... llámame... o anda a casa. —pide en súplica. Asiento con la cabeza y salgo del "consultorio".

Me siento donde antes, esperando que Clara se haga la la radiografía de rayos X.

Me observo en el espejo, y se reflejan un par de gemelas junto a mí.

Las veo sentadas a mi lado pero... cuando giro la cabeza para verlas, no están.

Solo las puedo ver como reflejo del espejo.

—Necesitamos que nos ayudes. —hablan a la vez, creando eco en sus voces. Ambas tienen un vestido blanco, cubierto de tierra, es más un camisón para dormir.

Están descalzas, con mugre en sus pies, en sus piernas y en sus rostros.

Tienen pelo negro, como la mismísima noche, son blancas como la nieve y tienen los ojos completamente negros, sin color, sin vida.

—No te va a dejar en paz. —murmura una de ellas, girando su cabeza, mirándome. Inconscientemente también me giro a verla pero, claramente no puedo; en cambio veo a una señora, de unos sesenta años, quien se da cuenta de mi presencia y me sonríe.

—No va a descansar hasta matarte. —asegura la otra, mirándome por el espejo.

Debo estar completamente blanca.

¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Quién me va a matar? ¿Por qué?

—Ya lo hizo con nosotras. No tendrá problema en hacerlo con vos. —murmura la que está observándome fijamente.

Noto por el rabillo del ojo como la puerta junto al espejo se abre y Santiago sale por ella.

Siento su mirada sobre mí y separo la vista del reflejo de las niñas para centrarme en él.

—¿Te sentís bien? —cuestiona mirándome de arriba abajo. —Parece que acabas de ver un fantasma. —juega, mostrándome una pequeña sonrisa.

Si supieras, Santiago...

(A) normalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora