Andrés
Amparo despertó esta mañana, completamente desorientada, estaba histérica pero... debe quedarse hasta mañana a la noche para corroborar que realmente esté bien.
Aún no se determina la causa de la convulsión, lo que llama mucho la atención, pero considero saber a qué se debe realmente.
Pase mi sábado en el hospital, estoy acá actualmente.
Sentado en una silla que hay junto a la cama en la que Amparo está recostada.
—Ya me canse de estar acá. —se queja, como niña pequeña.
—Es la quinta vez que lo decís. —hablo con fastidio.
—Y es la quinta vez que me ignoras. —reprocha con frustración.
—¿Te diste cuenta que lo hacía? gracias a Dios. —murmuró en súplica y ella ríe con contención.
Amparo está con el pelo rubio suelto, con mechones cayendo sobre su cara, ocultando sos ojos verdes. Una bata blanca de hospital y ya no lleva su crucifijo de collar, lo que llama mi atención.
Abro la boca para hablar pero ella se me adelanta.
—¿Por qué estás acá? —cuestiona como si no entendería, mientras juega con los dedos de su mano.
—¿Preferís que me vaya? —pregunto, alzando una ceja.
—No. —niega con la cabeza, sin mostrar duda.
Después de hora y media Amparo se quedó dormida. Estoy casi igual a ella, pero quiero evitar dormirme.
La puerta de la habitación se abre, dejando ver a mi madre, y llevándose el sueño.
—Andy... —le pongo mala cara al escuchar ese estúpido apodo. —¿Vas a pasar la noche acá? —cuestiona apoyando su cadera en la cama donde duerme Amparo.
—Sí. —asiento. —Los papás de Amparo están agotados de pasar su mañana en el trabajo y sus tardes acá... me ofrecí para quedarme esta noche. —comento contemplando a la rubia dormir.
Con algo de duda mamá asiente y, cuando amaga a irse, la detengo hablando.
—Mamá... ¿Qué se hace cuando alguien pide ayuda sin pedirlo? —cuestiono y ella se da vuelta.
Lo que me gusta de mi madre es que no me mira como si estuviese completamente demente cuando pregunto cosas como estás.
—¿Crees que está pidiendo ayuda?
—Creo que el abuelo también lo pidió pero no supe verlo. —le cuento con algo de angustia.
Mamá se acerca a mí y se agacha para quedar a mi altura.
—Quizá tu abuelo sí pidió ayuda pero no estábamos listos para verlo... ahora, si ella pide ayuda, no la ignores porque quizá vivías con la duda toda tu vida y no es algo por lo que debas pasar. —asegura acariciando suavemente mi cachete.
—¿Y qué pasa si el abuelo sí pidió ayuda y no lo vi? —susurro.
—Habrás aprendido a observar con más detenimiento a las personas. —responde sin mucho esfuerzo. —Si crees que algo le pasa tendrás que descubrir su historia... su pasado. Así sabrás por qué hoy es como es. —aconseja aún agachada.
—¿Vos sabes el pasado de papá? —ella sonríe y se para.
—Sé todo de tu padre, —alardea, con una sonrisa. —aprendí todo sobre él. Pero el presente es nuestro momento, evitamos centrarnos en el pasado.
—¿Y si ella no puede? —tengo demasiadas preguntas y no sé a quién hacérselas.
—Ayúdala. —insiste. —Tu hermano está de guardia, cualquier cosa... —avisa, me besa la cabeza y se va por la puerta.
Amparo
—Amparo... —escucho mi nombre en un susurro y me incorporo.
Todavía estoy en el hospital. Bajo de la cama y me sorprendo al no ver a Andrés. Prometió que se iba a quedar.
—Amparo... —lo extraño de la voz de quien me llama es que no es aterradora. No es de quien se estuvo apareciendo en sueños durante días, no. Es alguien diferente. Es una voz diferente.
Salgo de la habitación y la luz del pasillo titila, dándole un aspecto tétrico al lugar. Habrá que cambiar ese foco.
Miro para ambos costados del pasillo y no hay nadie.
Sé que es de noche pero creí que alguien haría guardia.
—Amparo... —vuelven a llamar.
Sigo la voz hasta el otro extremo del pasillo, donde termina. Pero a mi derecha hay unas escaleras que van hacia abajo, empiezo a bajar los escalones; la voz se escucha cada vez más cerca y me estremezco.
—¿Q-quien e-es? —tartamudeo y me muerdo la lengua. Que idiota.
—¡Amparo! ¡hija! —mi abuela me extiende los brazos y no dudó en ir corriendo hacia ellos, no me contengo a analizar nada y me dejo hundir en sus brazos, en su corpulento cuerpo.
Me separo de ella y, aun entre sus brazos, intento hablar. —¿Qué?... ¿Cómo?... —no logro formular pregunta alguna.
Es la primera vez en tres años que la veo.
—Estás haciendo las cosas mal, hija... —habla con lamento. Me separo de ella y la observo.
Esta exactamente igual que la última vez que la vi.
Tiene ese vestido floreado y sus rulos castaños tal cual la última vez.
—No sé que estoy haciendo, vieja. —admito aparentando con fuerza su mano.
—A veces hay que dejar las cosas como están... sin husmear o intentar descubrir la verdad. —explica mirándome a los ojos.
Pero hay algo en ella que no está bien.
—¿Qué se supone que debo dejar cómo está? —inquiero, inquieta.
—Las cosas en esa casa no están bien... pero no es tu problema.
—Lastimaron a Clara. —le cuento.
Algo en ella me genera inseguridad. Como si algo dentro de mí desconfiara de mi propia abuela.
—Abran tenido una buena razón. —comenta y me separo de ella abruptamente.
—No. —niego con fuerza. —No sé quién mierda sos pero no sos mi abuela.
Empiezo a caminar hacia las escaleras pero todo se torna confuso. Empiezo a ver borroso y me desespero.
Cierro los ojos y siento el viento en mi cara, como una lagrima se desplaza por esta y mi pelo queriendo volar lejos de mi cabeza.
—¡Es un error, Amparo! —grita alguien, abro los ojos y me encuentro con Mateo. Con el ser que lleva mi cordura al límite y juega con mi mente.
—¡Mateo! —llamó con furia. —¡esto no es sobre vos! —el viento choca contra mí con fuerza, queriendo llámeme con él.
Mateo suelta una carcajada, de las que aún no me acostumbro a oír. La falta de cordura en su ser me aterra.
—¡Siempre se trata de mí! —empieza a murmurar algo por lo bajo, con el viento en contra no llego a escucharlo. No puedo.
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(A) normales
ParanormalAmparo Gonzales no medirá más de un metro sesenta, ni correrá más rápido que Flash, ni será tan valiente como la Mujer Maravilla pero a veces uno se hace fuerte por los demonios que esconde. Los secretos oscurecen el alma, cualquier secreto, pero s...