29.

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Amparo

Pasó una semana desde la muerta de Rosario y las cosas no mejoraron.

—¡No puedo más! —grita con desesperación Judas, agarrándose los pelos de la cabeza.

Con Andrés llegamos hasta él preocupados.

—¿Qué pasó? —cuestiono con miedo a su respuesta.

—No lo aguantó... esto... n-no puedo. —niega.

Judas se ve igual de mal que todos en algún momento; grandes ojeras, el pelo enmarañado, ropa desprolija y un semblante de zombi, de alguien que no logro pegar un ojo en semanas.

—¡Judas! —habla con horror María. —¿Qué mierda te pasó? —cuestiona arrodillándose frente a él.

—A-Alguien me está atormentando. Verdaderamente lo está haciendo. —cuenta con desesperación en su voz. —Siento que muero... un par de ojos azules no me dejan cerrar los ojos y cundo lo hago... —traga con fuerza y mis alarmas se disparan. —cuando cierro los ojos escucho su voz siniestra y su sonrisa macabra.

—Hay que terminar con esto. —decide María parándose.

—No sabes lo que debemos terminar. —recalco obvia.

—Está noche. —incentiva Andrés. —Está noche nos juntamos para recopilar información.

—Rosario habló de un sótano... en el fondo de mi casa hay... no sé si es pero... pero podemos buscarlo. —propongo entre balbuceos.

—¿Debemos buscar sobre los habitantes pasados de esa casa? —cuestiona Judas levantándose con pesar.

—Sí. —asiento y suena como una de las mayores locuras que jamás dije.

—Está noche, a las nueve, en tu casa. —remarca Bartolomé recién entrando al aula.

La mañana pasó lenta, agonizante y estresante.

Llegue a casa al mediodía y, para mi sorpresa, mi mamá y Clara ya habían llegado.

—...esta noche. —murmura mi madre. Sé que no me escucharon entrar, evite que lo hicieran.

Me siento en el apoyabrazos del sillón e intento escuchar la conversación que están teniendo en la otra habitación de la casa, o sea la cocina.

—Sam se va a enojar, no creo que haya estado bien mentirle... la va a pasar mal si se entera... —no escucho nada en concreto.

—No se tiene que enterar hasta la mañana cuando... tu padre se va a encargar de... y después se va. —habla mi madre y mi ceño se frunce más.

—¿Se va? —cuestiona Clara alzando un poco la voz.

—Sí. Ya es hora, hija.

Camino con sigilo hasta la puerta principal y la cierro fingiendo que recién llego.

—¿Qué hacen acá? —cuestiono, con una falsa sonrisa de labios apretados, al entrar a la cocina.

—Yo tengo examen y me tome el día en el trabajo. —explica Clara y la miro con una ceja alzada.

No le creo.

—Y yo tengo una reunión. —excusa mi madre agarrando su cartera y saliendo por la puerta.

—Suerte. —le susurró a Clara, quien me mira con tristeza. —Se te hace tarde. —apuró y ella asiente.

Pasan quince minutos y un auto estaciona frente a casa. Salgo con un abrigo impermeable y un paraguas porque, por cómo viene el día, el cielo se va a caer de a pedazos.

(A) normalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora