Amparo
No sé qué pasó mientras soñaba, pero si no hubiese sido por Andrés casi hago algo de lo que me arrepentiría toda mi vida.
Las cosas se descontrolaron un poco...
¿Un poco? Un poco bastante.
Todo se fue a la mierda.
Mi celular suena indicando que me llego un mensaje, cuando inspecciono es un mensaje de Rosario pidiendo que nos encontremos en la puerta de la iglesia antes de ir al colegio.
Si Rosario me manda un mensaje pidiendo verme es de vida o muerte.
Salgo casi corriendo de casa y me subo al auto con Clara. Le pido que me deje a un cuadra del colegio, en la iglesia y acepta sin preguntar, sin mirarme o cuestionar.
Mi hermana está traumada, lo sé. Estoy segura de que toda mi familia lo está.
¿Cómo no estarlo?
Bajo del auto y llego a Rosario, quien, para mí sorpresa, está desaliñada.
Tiene un pantalón deportivo, un buzo amarillo y una campera de hombre encima. El pelo lo tiene atado en una coleta alta, que cae sobre su espalda. Esta sin una gota de maquillaje, mostrando sus pecas.
—¿Qué pasó? —pregunto llegando a ella.
El piso está completamente mojado, con algunos charcos de agua.
Ni siquiera sabía que llovió.
—Soñé... soñé con Emilia. —murmura y rompe en llanto.
Mi primera reacción es abrazarla, y no dudo en hacerlo.
La guio hasta un escalón de la iglesia y nos sentamos ahí.
—E-el año pa-pasado... —se sorbe la nariz y le acaricio el pelo, intentado que se calme.
—No es necesario que me cuentes, Rosario. —susurró calmándola.
—Sí. —se separa de mi hombro y me mira a los ojos. —Lo es, porque hice algo horrible de lo que jamás me voy a perdonar. —toma una larga respiración y vuelve a hablar. —Cuando tenía dieciséis años quede embarazada. —se limpia las lagrimas que brotan de sus ojos y continua. —En ese momento tenía un novio, que no era mi novio... éramos chicos.
Se me parte el corazón ver a las personas llorar, verlas en su estado más vulnerables y más si la persona es alguien como Rosario: alguien que no muestra debilidad, que no se ve frágil y que, quizá, esconde todo detrás de un poco de maquillaje.
—Cuando se los conté a mi padre se enojó, no, se enfureció y me prohibió volver a ver al chico, ni a mi mejor amiga, quien me estaba ayudando, y-y n-no... no me dejo tener al bebé. —un sollozo sale de sus labios y la abrazo. —Tenía dos semanas de vida...
Llora con fuerza, como si antes no lo hubiese podido hacer. No hago más que abrazarla e intentar darle paz.
—No sabía que era una nena hasta que vos lo dijiste.
—Perdón... —murmuro.
—¿Por qué?
—Porque quizá estuviste mucho tiempo intentado ocultarlo, olvidarte y superarlo... hasta que llegue yo y te tire esa bomba en la cara.
Ella se separa de mí y me sonríe con tristeza.
—Siempre tuve la duda... ¿Cómo es? —pregunta y sus ojos se iluminan entre tantas lágrimas.
—¿Segura? —siempre que alguien me pregunta por algo así me da miedo el daño que pueda llevar a causar.
—Sí. Quiero saber.
Miro sobre su hombro y Emilia está ahí, me sonríe mostrando sus pequeños dientes.
—Tiene una sonrisa preciosa, con algunos dientes de leche... el pelo lleno de rulos y colorado... —describo con ternura. —es blanca como la nieve y... tiene la cara llena de pecas... los ojos color celestes y... —miro devuelta a Rosario y unas cuantas lagrimas escapan de mis ojos. —Es hermosa, Ro. —murmuro haciendo que me abrace con fuerza.
—Gracias... —susurra limpiándose la cara. Un auto se estaciona en la calle y de allí bajan Andrés, Judas, Bartolomé y María.
Con Rosario nos levantamos del piso y esperamos a que lleguen.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien? —pregunta Andrés inspeccionando a Rosario con preocupación.
Son amigos... Andrés lo dice todo el tiempo. No importa que Rosario lo quiera, porque él no.
¿No?
—Tuve un sueño... algo raro. —susurra la colorada, mirándonos con precaución, y asiento para que continúe. —Era en una casa que no conozco, la parte trasera de una casa... hay una entrada enterrada que va a un sótano. —cuenta y todos la miramos.
—¿Y? —insiste Judas.
—Y... cuando baje por las escaleras... vi cuerpos... colgados... ahorcados. —suspira y mi piel se eriza, haciendo que un escalofrío recorra mi cuerpo. —Un hombre estaba parado en medio de los cuerpos, como si no le afectara... como sí él los hubiese matado.
Todas mis alarmas se activan y abro los ojos.
—¿Un hombre? —inquiero con miedo. Todos me miran y se centran en la respuesta de la pelirroja.
—Sí...
—¿Cómo era, Rosario? —exijo con necesidad.
—E-era blanco, alto, con el pelo negro... muy negro y-y tenía una sonrisa... hermosa, pero macabra. —cuenta y siento como todo a mi alrededor queda en negro.
—Sus ojos... ¿Cómo eran? —siento como el miedo recorre mi cuerpo. Como entro en calor y empiezo a transpirar.
—Eran... azules... eran ojos que mostraban locura extrema.
Rebusco en mi mochila con desesperación y de un cuaderno saco la fotografía de diario que encontramos en la biblioteca.
—¿Era este hombre? —pregunto señalando a Mateo.
Los ojos de Rosario se abren con horror y todos miran la fotografía.
—Sí.
Andrés empieza a mover los dedos de su mano izquierda. Está nervioso, ansioso y seguramente con miedo.
Todos estamos igual.
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(A) normales
ParanormalAmparo Gonzales no medirá más de un metro sesenta, ni correrá más rápido que Flash, ni será tan valiente como la Mujer Maravilla pero a veces uno se hace fuerte por los demonios que esconde. Los secretos oscurecen el alma, cualquier secreto, pero s...