7.

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Amparo

—Que conste que te lo estoy pidiendo como hermana. —recalco con odio hacia Clara.

—¡No me estoy negando! —susurra con histeria. —¿Estas segura? —cuestiona con preocupación.

—!Sí, Clara! —aseguró con cansancio.

—Bueno. —acepta asintiendo con la cabeza. —Te ayudó pero, por favor, intenta mantenerme al tanto de todo. —suplica.

—Me vas a ayudar a escaparme de casa para ir a una fiesta, no a la guerra. —rechistó con diversión.

—Eh, eh. —llama captando mi atención. —Estoy cancelando planes por vos. —se queja.

La abrazo con fuerza y le sonrío mostrando los dientes.

—Sos la mejor. —murmuró y me voy a mi habitación.

Es viernes por la noche, mamá y papá no están (Clara los convenció de salir a cenar como una pareja normal) muy segura dijo que ya somos grandes, que no hay situación que ella no pudiera controlar, que estaríamos bien.

Como la buena hermana menor que soy le tuve que pedir que me cubra para salir a una fiesta que no sé dónde es, ni quiénes van a estar. Pero esto hacemos nosotras: nos cubrimos y protegemos.

Decir que tuve una adolescencia normar sería mentir a gran escala pero nos mudamos y fue para empezar de cero.

¿Qué mejor que empezar de cero que ir a una fiesta llena de desconocidos?

Nada.

Alguien grita mi nombre desde la entrada y doy por hecho que es Judas o Bartolomé, porque ya es hora de irnos.

—¡Te llaman! —grita mi hermana desde la cocina.

Camino hacia la puerta principal y cuando la abro no veo a nadie. La calle está desolada y luminosa por los faros de luz que hay a los costados de ella.

Con algo de confusión cierro la puerta y me dirijo hacia la cocina.

—¿Quién era? —pregunta mi hermana comiendo un sándwich.

—Nadie... —digo con extrañeza. Ella me mira con el ceño fruncido.

—Habremos escudado mal. —intenta tranquilizarme.

Sabe que este tipo de cosas me pone de los nervios, sabe todo lo que veo y escucho. La mejor parte es que ella no lo intenta negar, lo acepta e intenta calmarme siempre que estoy con algún ataque.

—¿Y sino? —preguntó con inseguridad.

Clara, suspirando con cansancio, deja el sándwich sobre la isla y me mira.

—Deja de hacerte la cabeza. —pide.

—¿Queres que me quede? —pregunto con algo de ansiedad. —Así no estás sola. —explico, con miedo de dejarla en esta casa.

—¿Quién dijo que voy a estar sola? —replica con picardía y una ceja enmarcada.

—¿¡Invitaste a alguien!? —abro los ojos con indignación.

—Un chico... Fede. Me va a venir a buscar y vamos a ir a cenar. —cuenta con una sonrisita.

Frunzo mi entre cejo y señaló el sándwich.

—¿Por qué estás comiendo?

Ella lo agarra y se lo lleva a boca, dándole un gran mordisco. —Para no parecer muerta de hambre. —habla con la boca llena pero logro entenderle.

Suelto una sonora carcajada y el timbre suena.

Me estremezco un poco, pero me digno a abrir la puerta.

(A) normalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora