35.

20 6 4
                                    

"El final siempre sorprende, aunque está escrito desde el principio."

Amparo

Salgo por la puerta principal de casa y la calle está completamente vacía, la noche está despejada, el calor que siento se debe a las altas temperaturas de verano.

En la vereda de enfrente veo a mis abuelos, abrazados, esperándome.

Una extraña canción comienza a sonar en mi cabeza y siento como mi cuerpo arde de dolor, siento como si me estuvieran cortando, acuchillando y matando.

—Amparo... hija. —mi abuela extiende sus brazos, tardó unos segundo en reaccionar y olvidar el dolor para correr hacia ellos.

—Estamos orgullosos de vos, hija. —musita mi abuelo con la voz cargada de emoción.

Los miro a los ojos y están completamente negros, sin vida.

—¿Qué hacen? —preguntó mirándolos, sin creerlo.

—Creímos que era hora de que vengas. —admite mi abuela.

—Pero... sino queres, te podes negar. —indica mi abuelo, alzando ambas cejas.

Espere esto por años. Dejar de ver, de escuchar, de considerarme loca, de que la gente hable de mí, de mi cordura y mi internación. Pero ahora que estoy apunto, algo... alguien me hecha hacia atrás.

—Es tu elección, hija. —advierte mi abuela.

—¿Por qué?

—Porque uno siempre elige. —admite mi abuelo. —Porque nosotros elegimos irnos, no sufrir más. Pasar a un segundo plano.

—Dejándome sola. —recalcó con enojo.

—No. —niega mi abuela. —Enseñándote que las cosas pasan por algo... si nosotros no nos íbamos, vos no hubieses tenido tu "don". Nos fuimos por vos. Pero ahora que hiciste algo verdaderamente noble con ello, creímos que era hora de venir. —admite y cuenta mi abuela.

—¿Y sin digo que sí? —cuestiono con miedo.

—Dejarías todo atrás.

—¿Los voy a seguir viendo? —susurro dejando caer algunas lágrimas.

—Siempre. —asiente mi abuelo.

Cierro los ojos y tomo una gran respiración, para después abrazarlos con fuerza.

Después de tanto pelear, de tanto mentir y ocultar; acá estoy: siendo libre, pudiendo dejar de creerme loca.

—Pero lo queres... —susurra mi abuela, con preocupación.

—Lo amo, pero no quiero vivir. No así. —lagrimas brotan de mis ojos. Siento un dolor terrible en el pecho, pero sé que es lo correcto.

—Va a estar bien. —susurro, intentando tranquilizar a mis abuelos.

—Cuido muy bien de vos. —halaga mi abuelo.

—Lo visitaré... en sus sueños.

Voy a poder respirar sin sentir que mi mundo se cae cada vez que abro la boca y hablo con alguien que realmente no está ahí.

Pero mentiría si dijese que no aprendí nada.

Andrés me enseñó que todas nuestras penas pueden desaparecer cuando alguien decide ayudarte, acompañarte, no juzgarte y creerte; porque Andrés creyó en mí cuando ni siquiera me conocía; me apoyo y cuidó cuando no era nadie para él; por eso mismo me tengo que ir. Porque Andrés debe ser feliz y debe aprender, como a mí me toco aprender.

No importa que tan normal intentes ser, no importa cuánto trates de ocultar o cuanto te maquilles; la verdad sale, llega a uno y lo ahoga.

Hay verdades que nos destrozan decirlas en voz alta, pero que nos enloquecen callarlas.

Al fin y al cabo todos somos (A) normales.

(A) normalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora