33.

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Andrés

La primera visita de la mañana es de Amparo.

Cuando me siento en la mesa junto a ella la veo completamente desaliñada, se nota que no durmió por la noche... o que apenas puede pegar un ojo por las noches.

Viste un jogging desteñido y una campera mía, la que le di el día que fuimos a la playa.

—¿Qué te pasó? —murmuró al verla.

—Encontré los cuerpos. —cuenta con la mirada vacía, clavada en algún punto de la mesa.

—¿Y ahora qué? —cuestiona Santiago.

Amparo me mira, por primera vez desde que llegó.

—Le conté. —cuento. —Le conté todo mientras no podíamos dormir. —explicó y ella asiente.

Amparo está nerviosa, tiene las uñas comidas, el pelo en una coleta alta y mueve su pierna derecha de arriba a abajo de manera rápida.

—Me quiere muerta. —giro a verla con los ojos abiertos de par en par y Santiago se ahoga con su propia saliva.

—¿De qué mierda estás hablando? —susurro con histeria.

—No tengo que terminar con lo que Mateo empezó. —explica. —Porque lo que busca es quedarse de este lado.

—Nunca creí que estuvieras loca... hasta ahora. —admito con, seguramente, una mueca de idiota.

—No estoy loca. —defiende con fastidio.

—¿Y? —inquiere Santiago mirándola sin entender ni mierdas.

—Y... estoy segura de que Mateo me busca para quedarse, sabe que mi mente es débil.

La rubia y mi hermano me miran esperando que hable, que diga algo, pero no puedo. No tengo nada que decir.

—¿Y por qué? ¿Por qué?... a todo. —pregunta Santiago, aún sin entender.

—Debo hacer que alguien encuentre los cuerpos, pero Mateo no me deja. Miren lo que les pasó a ustedes. —apunta. —Bartolomé... Judas... Rosario. —susurra lo último y siento como algo en mí se quiebra.

—¿Y del abuelo? ¿Qué encontraste? —cuestionó desviando el tema.

—Si murió, Mateo se encargó de eso. —habla con sentimiento. —Y la herencia les quedo a ustedes.... alguien que no los quiere los acuso y plantó evidencia falsa.

—Eso lo sabemos. Gracias. —ironiza Santiago levantando sus manos esposadas.

—¿Qué vas a hacer con lo otro? —cuestionó, refiriéndome a Mateo y los cuerpos, con preocupación.

—No tengo idea. —admite dejándose caer en la silla. —Era un psicópata. —cuenta con las manos sobre su abdomen. —Me aseguró que haría lo que fuese por quedarse. Incluso si debía matarme a mí, a ustedes o a cualquiera.

Me estoy resonando los dedos sobre la mesa, con ansiedad.

Antes que pueda responder, darle aliento, seguridad o protégele cosas que no sé si podré cumplir, un guardia se acerca a la mesa y nos avisa que quedan unos pocos minutos.

—Suerte. —susurra Santiago, se levanta y la abraza.

—En tres días es el juicio, —le cuento parándome. Una sensación de ansiedad se cala en mi interior y las ganas de llorar son muchas. —prométeme que vas a estar ahí. Necesito verte ahí. —admito con lágrimas en los ojos.

Amparo me abraza por el cuello, con fuerza. Puedo sentir su perfume, su calor y me permito cerrar los ojos, disfrutando estar entre sus brazos.

—Te lo prometo. —se separa de mí y me besa, es un beso con cariño, miedo y ansiedad.

Es un beso que me genera tranquilidad y pero a la vez miedo. Miedo por no poder volver a sentir sus labios.

(A) normalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora