8.

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Andrés

—¡La tenían que cuidar! —exclamó enervado hasta la médula.

—¡Estaba bien! —defiende Judas con la ansiedad al cien. —Estaba bien hasta que... se quedó paralizada mirando algo... a alguien. —murmura con algo de temor y confusión en su voz.

—¿Alguien? —inquiero. —¿Vieron a alguien?

—No... No había nadie... nadie fuera de lo común. —cuenta Bartolomé y me paso la palma de la mano por la cara.

Estamos en mi casa, mi hermano mayor, Santiago, la está atendiendo. Es médico, aún no se recibió, pero médico y nos sirve.

—¿Alguien me puede explicar qué pasó? —exige mi hermano saliendo de mi habitación, donde se encuentra Amparo.

—Santiago... —murmuro sabiendo que me va a lanzar un sermón de la gran hostia.

—No. —interrumpe. —¿Se comunicaron con la hermana?

—Sí. —asiente Judas. Mi hermano me mira con enojo y el timbre suena, salvándome el culo.

Casi corro hasta la puerta y cuando la abro visualizo a una chica muy similar a Amparo, solo que con el pelo oscuro y con rulos, tiene la nariz un poco más grande que su hermana y es menos flaca.

—¿Dónde está? —exige entrando sin siquiera pedir permiso.

—Hola, soy...

—¿Dónde está mi hermana? —repite mirando a mis amigos y a mi hermano con la misma cara de culo que Amparo.

—En mi habitación. Esta despierta. —comento, en voz baja para evitar pelearme con la dichosa Clara.

—Clara... —llaman desde el fin de las escaleras y ella corre hacia los brazos de Amparo.

—Amparo, ¿Qué pasó? —pregunta guiándola hacia el sillón.

—Vi... v-vi... —balbucea mirando sus manos. Tiene la mirada perdida en algún punto de la pared, sigue pálida, como si hubiera visto un fantasma.

—¿Volvió a pasar? —pregunta su hermana con voz calmada, y acariciándole la cabeza.

—Sí, pero... fue horrible. —murmura y noto como toma una respiración profunda para evitar llorar.

—Vamos a casa, Sam. —susurra Clara. Frunzo el ceño ante ese apodo pero no digo nada. Ambas se levantan del sillón y Amparo nos dedica una sonrisa de labios apretados.

—Gracias... —murmura mirándome a los ojos.

Esta chica me va a matar.

Amparo

—Agradece que se pinchó una rueda del auto, de lo contrario mamá y papá te hubiesen ido a buscar. —reprocha Clara al entrar a casa.

Aún estoy media mareada, no entiendo bien qué pasó, pero sé lo que vi.

—Clara... —llamó en un susurro desde el sillón.

Ella se da vuelta a medio camino de llegar a la cocina y me mira con los brazos cruzados. Le hago un gesto con la cabeza y suspirando con pesadez se sienta a mi lado.

—¿Qué viste? —pregunta sabiendo que para eso la llame.

—A un hombre... sin cabeza. —murmuró y su expresión no cambia. Ella es consciente de todo lo que veo.

—Mamá y papá no pueden enterarse... lo sabes. —recuerda con sentimiento en su voz.

—Ya sé... pero necesito saber qué pasa. Siento que me estoy volviendo loca.

—¡No! —brama con cólera. —¡No te estás volviendo loca! ¡No tenes ningún tipo de trastorno! ¡Que no te quemen la cabeza! —niega y exige entre gritos.

Clara siempre acepto todo lo que veo. Siempre escucho cada vez que quería contar lo que veía y mis padres no me lo permitían.

Sin embargo... Clara tampoco acepta el término médico.

—Vamos a dormir, en un rato van a llegar aquellos y no tengo ganas de escucharlos. —hace referencia a nuestros papás y se dirige a su habitación.

Me acuesto en la cama y me dispongo a ver el techo, pensando, analizando, recopilando información.

No sé qué me resulta más raro de todo (sacando de lado que yo soy rara ya de por sí)

Luego de presenciar el silencio por un rato me doy vuelta sobre mi hombro y cierro los ojos, intentando que el sueño llegue a mí. Pero no sucede, a cambio unos golpecitos se empiezan a escuchar.

Me incorporo y observo la oscuridad, me estremezco de tan solo verla, la sensación de sentirme observada, y el intenso sonido de que alguien golpea algo logra que se me acelere el pulso y me estiro para prender la luz del velador.

Me encuentro sola en la habitación, no hay nada, no hay nadie pero los golpes siguen.

Me saco las mantas de encima y salgo de mi cuarto, el pasillo está oscuro, silencioso y aterrador.

Cada paso que doy se escuchan con más intensidad los golpes. Llego al living y prendo una de las luces, para encontrarme en soledad absoluta.

Giro hacia la izquierda y voy hasta la cocina y, antes de poder prender la luz, a través de la ventana veo una figura, un par de ojos me observan. La luz se prende de repente, y mi pulso se dispara. Son los ojos más macabeos que jamás vi, parecen haber perdido la cordura total y una sonrisa macabra llega hasta ellos, unos blancos dientes se asoman por esta y el foco de luz explota dejándome a oscuras.

Corro devuelta a mi habitación, pero cuando llego al pasillo siento como alguien me sujeta el tobillo, haciendo que caiga de cara al suelo.

De todas las cosas que vi, que experimenté o que oí, jamás me asusté tanto como ahora lo estoy.

Quiero gritar.

Abro la boca para hacerlo pero nada sale, como si algo se tragara mis gritos e impidiera que se oigan.

Lo que tiene agarrado mi pie empieza a subir por el largo de mi pierna. No sé qué es pero es frío, como un muerto.

Mi despertador empieza a sonar e intento moverme pero no puedo.

—Amparo... —susurra con una voz gruesa, rasposa... como de alguien que fumo durante toda su vida.

—¡No! —gritó sintiendo una mano helada en mi cara.

—Amparo... —repite. —tenes que irte... —susurra más cerca de mi oído, haciendo que mi piel se estremezca. — ¡o vas a morir! —grita y me levanto de golpe, sentándome en la cama.

—¡Ay, Sam! —grita mi mamá, quien está sentada a mi lado, mirándome desconcertada.

—M-ma... —balbuceo, respirando descontroladamente.

—Fue un sueño, hija. —tranquiliza ella, me envuelve en sus brazos y acaricia mi pelo.—dale, levántate que te prepare el desayuno. —avisa saliendo.

Suspiro con pesadez me pasó las manos por la cara, cuando las vuelvo a apoyar en la cama, veo, del otro lado del pasillo, la misma silueta del sueño, en la pieza de mis padres, con esa sonrisa siniestra y esos ojos faltantes de cordura.

(A) normalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora