14.

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Andrés

Santiago contesta una llamada y se aleja de la cocina para poder hablar.

—¿Dónde está papi? —pregunta Simón con inocencia.

Hace horas que no lo vemos, no sabemos dónde se metió pero, al parecer, alguien nos acusó de asesinato.

—Tuvo una emergencia en el trabajo. —miente mi madre, mostrándole una sonrisa de excusa.

Y no de cualquier asesinato, nos acusaron de asesinar a mi abuelo.

Hace un año que murió. Si bien su muerte fue algo confusa, jamás creí que alguien pudiera querer matarlo.

Mi abuelo Esteban enfermo durante mucho tiempo, mientras vivía en la casa actual de Amparo.

Una noche llamo diciendo que no podía respirar, que se sentía amenazado, que alguien lo vigilaba. Sin dudarlo fuimos hasta su casa y de ahí al hospital.

Estuvo una semana internado y, una noche, nos llamaron diciendo que murió.

Tuvo un paro cardiorrespiratorio.

Nos llamó la atención una marca que tenía en su cuello y lo arrugadas que estaban las sábanas; como si estuviera haciendo fuerza por algo. Como si lo lastimaran.

—Me tengo que ir. —la voz de Santiago me saca de mis pensamientos y giro para verlo.

—¿Problemas en el hospital? —cuestiona mi madre leyendo una revista.

—Parece que fue una persona con un brote psicótico... o algo así, todavía no lo determinaron. —murmura sin dejar de observarme.

—Quizá sean los Gonzales. —opina mamá y giro a verla.

—¿Por qué? —inquiero con, ya la ansiedad a flor de pie.

—Porque hace un rato se escuchó un grito y cuando llame a su casa para ver cómo estaban, Carmen Gonzales me dijo que su hija se lastimó, y eso fue todo. —cuenta sin interés.

Vuelvo a girar sobre la silla para observar a Santiago, quien me lanza una mirada de advertencia.

—Me tengo que ir. —hablamos a la vez y mi hermano entrecierra sus ojos acusatoriamente.

—¡Avísenme que hacen! —pide mi madre en un grito mientras ambos salimos de la casa.

Subimos al auto y Santiago, desde el asiento de piloto, me observa.

—¿Qué? —pregunto al ver que no enciende el puto coche.

—¿Por qué te importa? —inquiere con extrañeza.

¿Por qué lo hace?

Ah, sí.

Algo en la vida de Amparo no es normal. Sospecho del padre, pero quiero estar seguro.

—Porque... sí. —zanjó mirando hacia delante. Santiago ríe por lo bajo y arranca el auto.

Cuando llegamos al hospital están los padres de Amparo sentados en la sala de espera y su hermana caminando a lo largo del pasillo.

—Echeverría. —llama un médico con bata blanca. Santiago va hacia él y empiezan a hablar.

Supongo que lo llamaron porque atendió a Amparo... dos veces.

Yo camino hacia Clara y en cuanto me ve se queda quieta, como si tuviera miedo. Gira su cabeza, le da una mirada rápida a su padre y vuelve a mí.

—¿Qué haces acá? —pregunta con su ceño fruncido.

—Me enteré lo de Amparo... ¿Qué pasó? —cuestiono con las manos en los bolsillos de mi jeans.

—Tuvo un brote psicótico... o eso nos dijeron los médicos. —murmura lo último con desconfianza. Está claro que no es eso, que hay algo más.

La miro con las cejas fruncidas, demostrando que no llego a creerle del todo.

—¿Puedo pasar a verla? —pregunto y giro a ver a su padre.

—Está dormida. —informa su madre. —Llegó muy alterada al hospital y tuvieron que inyectarle un calmante.

—Podes pasar. —acepta su padre y me sorprendo al escuchar su voz. Es gruesa, y demuestra lo fumador que es. Tiene la voz tomada como cualquier persona que fuma hace años.

—Gracias. —murmuro sonriéndole con educación y entró a la habitación que está frente a mí.

Amparo

Me despierto con pesadez, siento el cuerpo entero así: pesado.

Estoy en un hospital.

Mierda.

Odio los hospitales, son mi punto más sensible... después de los cementerios.

Toda persona que no pueda irse del todo por tener algo pendiente se cruza en mi camino.

Me incorporo y la puerta se abre, dejando ver a Andrés.

Frunzo el ceño y él entra cerrando la puerta.

—¿Qué?...

—¿Me vas a contar que te pasa? —inquiere, interrumpiéndome.

Abro los ojos con sorpresa pero no digo una palabra. No puedo. Sé que no debo.

—Inspeccione tu historial médico. —habida sentándose en una silla, junta a la cama.

Me tenso visiblemente, mi respiración se corta, un calor sube por mi espalda y empiezo a desesperarme.

Pero, con los años, uno aprende a ocultar cosas... sentimientos.

—¿Viste algo interesante? —cuestiono alzando una ceja. Como si no me importara todo lo que vio en ese historial.

—Fuiste a un centro psiquiátrico, —me recuerda como si fuera normal, porque sé que eso no le interesa. — ¿por qué?

Y ahí está.

Quiere saber el "por qué" de todo, y a veces es complicado explicar tantas cosas dolorosas.

—No quiero hablar de eso. —zanjo juntando mis manos, Andrés se levanta, llegando a la cama, donde estoy sentada, y toma mis manos entres las suyas.

La extraña sensación del contacto hace que mi corazón se acelere y lo miro a los ojos.

—Quiero ayudarte. —susurra en un ruego. Me quedo mirándolo, sorprendida. Esta demente. —Cuando no des más... —susurra con cuidado, con lentitud. —cuando sientas que las voces te queman la cabeza... hacerme el favor de escuchar una, aunque sea una, y contarme que te dice... quizá así lo puedas sobrellevar.

Me quedo helada al escucharlo.

¿Cómo es posible que me diga eso cuando no me conoce?

—¿Qué queres? —inquiero alejando mis manos de las de él.

—Ayudarte. —repite.

—No. —niego. —Uno no ayuda a alguien que no conoce... no sin algo a cambio.

Andrés se levanta de la cama y camina hasta la puerta, cuando llega a ella toma el pomo de metal y se queda ahí, parado.

—El día que aceptes que si hay personas que te quieren ayudar sin nada a cambio... quizá logres superar toda tu mierda, Amparo.

Luego de decir eso sale por la puerta y yo me quedo ahí; sentada, sin saber que hacer o decir.

La forma en la que dijo mi nombre llama mi atención. No lo dijo de forma despectiva, o burlona, no. Lo dijo... diferente, con otra tonalidad... más suave.

(A) normalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora