Amparo
Abro los ojos y me encuentro en el asiento trasero de un auto. La música de fondo y... y mis abuelos de piloto y copiloto.
Una luz blanca viene hacia nosotros, encandilándome. Cierro los ojos con fuerza y cuando los abro estoy en el hospital.
Estoy frente a una habitación, que tiene una pequeña ventana para ver hacia adentro. Hay dos camas, parece ser terapia intensiva por la cantidad de monitores y cosas que hay alrededor de ambas camas.
Dos camas...
Mis abuelos.
Llevo una mano a mi boca, ahogando un grito.
Me veo reflejada en el vidrio pero no pareciera ser yo.
La chica que se refleja es alguien más grande, con el pelo más largo y una mirada más triste.
Las puertas del ascensor se abren, captando mi atención, de allí sale un hombre, cabizbajo, con pantalones negros y camisa blanca, arremangada hasta los codos. Lo miro de reojo, sin darle mucha importancia.
Pero, a medida que se acerca siento como me estremezco, un escalofrío recorre mi cuerpo, mi corazón se acelera y vuelvo a mirarlo, con más atención, pero, cuando levanta su cabeza lo veo.
Ese par de ojos sin cordura y esa sonrisa maniática... es el mismo hombre que vi a través de la ventana de la cocina en mi casa.
Pero esta vez es diferente, puedo ver su cara y es... hermoso.
Es una belleza extrema y extraña.
Tiene la mandíbula marcada, el pelo negro bien cortado, algunos mechones caen a un costado de su cara, tiene ojos azules... es la primera vez que veo a alguno con ojos azules, por lo general siempre son negros.
Las venas de sus brazos se marcan, haciéndolo lucir más siniestro de lo normal.
—Amparo.... —llama con esa voz que logra enloquecerme, y no de una buena manera.
Mis ojos se abren grandes, observándolo, analizando sus movimientos. Da dos pasos, mostrando su precisión, su fortaleza, hacia mí.
—Santo Amparo... —nombra con algo de diversión. —es irónico que te llames así cuando no toleras amparar a quien lo necesita. —camina hacia mí con una velocidad que hace que mi ansiedad aumente.
No quiero moverme o hablar, no quiero hacerlo enojar.
Llega a mi lado y me observa con determinación. —No quiero que vuelvas a casa. —avisa entrelazando sus manos, a la altura de su pelvis. —No quiero que vuelvas a ¡mí casa! —grita lo último con fuerza, con tanta que logra que de un brinco.
—¿P-por q-qué? —balbuceo incómoda. No. aterrada aunque intentado tragarme el miedo. Se posiciona detrás de mí y sujeta mi cuello.
—Porque es mi casa... mi infierno. —explica con calma, acercándose a mí.
—Pe-pero... ¿Cuándo viviste ahí? —cuestiono en un murmuro.
—¡Te vas a alejar si queres vivir! —asegura gritando, seguido por una carcajada.
Horribles carcajadas empiezan a brotar de su garganta, son sin diversión, pero cargadas de locura.
Me despierto bañada en transpiración. Me incorporo con rapidez y prendo la luz de noche. Mi pulso está descontarlo, el cuerpo me tiembla.
'Estoy en casa'
Me repito una y otra vez.
Volví a casa esta misma noche, después de estar un par de horas en observación. No presento síntomas de nada y los médicos no saben explicar qué me pasó mientras me bañaba.
Llevo una mano al cuello, inconscientemente y mi collar de crucifijo no está, lo perdí aquella vez que sentí que me ahorcaban.
A veces, me gustaría no volver a casa nunca.
Me levanto de la cama, un escalofrío recorre mi cuerpo. Dormir en short no es la mejor decisión en pleno invierno.
Me pongo unas zapatillas, agarro mi celular y salgo de mi habitación.
El reloj del living marca las cuatro y media de la madrugada.
Salgo de la casa haciendo completo silencio y empiezo a caminar por la vereda, mientras la oscuridad de la noche me absorbe de apoco.
Llego a su casa y llamo su número por mi celular.
Me toca llamarlo dos o tres veces, ya que debe estar dormido y no lo escucha.
Al tercer pitido del celular la puerta de entrada de su casa se abre, dejándome ver a Andrés en short deportivos y sin remera.
Tiene el torso ancho, el abdomen marcado, al igual que los músculos de sus brazos.
Tiene un tatuaje en su pectoral izquierdo, un ave. Una brújula en sus costillas derechas y una cruz en su cuello, de lado izquierdo.
—Amparo. —llama con extrañeza.
—Aceptó. —hablo llegando hasta la puerta, hasta él. —Aceptó tu ayuda. —siento como mi voz se quiebra de apoco. Como mi cuerpo ya no resiste parado, mis piernas se doblan haciendo que caiga, seguida por Andrés que no suelta mi brazo.
Estoy cayendo a pedazos y no sé qué hacer. No sé cómo solucionarlo.
—Necesito que me cuentes todo... sin importar cuánto tardes para que te sientas cómoda, prometo esperarte. —sus palabras me dan seguridad.
¿Es normal que alguien completamente ajeno a uno logre ser su punto de paz?
No digo nada y solo asiento. Andrés ayuda a pararme y nos adentramos a su casa.
—¿Hace cuánto no dormís? —cuestiona dándome una taza con leche tibia.
—Desde que nos mudamos. —admito en un susurro.
No digo que mi vida decayó cuando nos mudamos pero si se fue a la mierda... más que antes.
—Pero desde hace tres años que no duermo bien. Siempre me despierto en la madrugada.
Admitir este tipo de cosas, en plena madrugada... hacia alguien que no es de confianza absoluta da miedo.
Pero siento como un peso sale mi pecho.
Andrés asiente y una vez que termine de tomar la leche tibia me guía hasta su habitación, escaleras arriba.
Al entrar me encuentro con la cama desarmada, un lugar amplio y blanco, con algunas fotos de él con sus hermanos, cuadros con dibujos, un escritorio y un pequeño sillón a lo largo de la ventana.
—Acóstate en mi cama, yo voy a dormir en el sillón. —avisa sacando una de las tantas mantas de la cama.
—No. —me niego. —No estoy acá para dormir. —admito.
—Sé que no. Pero en algún momento de tu vida tenes que dormir... y si no podes en tu casa... quizá acá sí.
Lo miro sin terminar de entender sus intenciones, sin lograr comprender el lío en que nos estamos metiendo, pero aun así; aún sin saber qué hacer o dónde buscar ayuda, decido quedarme con él.
Es extraña la sensación de seguridad que siento cuando él está cerca. Es una sensación que me da miedo.
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(A) normales
ParanormalAmparo Gonzales no medirá más de un metro sesenta, ni correrá más rápido que Flash, ni será tan valiente como la Mujer Maravilla pero a veces uno se hace fuerte por los demonios que esconde. Los secretos oscurecen el alma, cualquier secreto, pero s...