11.

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Amparo

—No es normal. —me reprocho a mí misma en voz baja.

—Quizá no... Pero en serio necesito tu ayuda. —repite el viejo que me acosó toda la semana.

—¿Quién sos? —cuestiono, aun murmurando.

—Alguien que necesita tu ayuda, Amparo. —ruega.

—¿Por qué yo? —inquiero con angustia.

Eso es lo único que siento hace días: angustia.

—¿Crees que alguien más me ve? —replica mirando a ambos lados del aula. Esta casi vacío, salvo por Andrés, su grupo de amigos y unos cuantos más.

—Si no te ven, ¿por qué yo sí? —cuestiono, lamentándome.

—Porque debes.

—No.

—Debes ayudarme. —repite.

—¡No! —me levanto tirando la silla y haciendo que las pocas personas que hay adentro del aula me miren sorprendidos.

Salgo corriendo del aula y cierro la puerta.

Camino por el pasillo y siento como mi corazón se acelera, al igual que mi pulso, como la temperatura de mi cuerpo empieza a subir, mareándome, siento un calor extraño en el cuerpo. De esos que se sienten cuando estas a punto de desmayarte.

A lo lejos escucho que la puerta del aula se vuelve a abrir.

—¡Amparo! —gritan, pero no logro distinguir quien es. Veo todo borroso.

Alguien me sujeta, evitando que caiga y me lastime.

Una oleada de perfume varonil llega a mis fosas nasales y enseguida me doy cuenta que se trata de Andrés, y no está solo.

—¡Trae alcohol! —grita Judas, mientras me abanica la cara.

—Sentémosla. —propone Andrés con la voz cargada de preocupación.

No distingo nada, solo veo figuras borrosas pero logro reconocerlas por lo que llevan puesto.

A un costado de los chicos están Rosario y María. A la derecha de ellas está el abuelo, con quien hablaba en el aula, pero, esta vez, no está solo. Tiene una niña, de no más de tres años, agarrada de la mano.

—Ella te quería conocer. —habla con una sonrisa. La niña tiene una mano en su boca y no deja de observar a Rosario. Parpadeo unas cuantas veces más y con rapidez, para aclararme la vista.

—Mamá... —llama la pequeña con vestido rosa y un abrigo liviano.

Observo a Rosario, quien me mira despectiva y vuelvo a ver al viejo, me sigue sonriendo y la niña sigue llamando a su madre... a Rosario.

****

Cuando abro los ojos me encuentro en una sala blanca, me incorporo como rapidez y veo a Andrés, Bartolomé y Judas están sentados en unas sillas, todos dormidos.

Tienen sus cabezas casi a la misma altura y la maldad se apodera de mí. Empiezo a golpear sus cachetes, haciendo que suenen al compás al hacerlo seguido.

—¿Qué?... —formula Judas sobresaltado.

—¡Au! —se queja Bartolomé.

—La próxima que te desmayes te pego. —advierte Andrés con cara de pocos amigos.

—¿Qué pasó? —preguntó ignorándolos.

—Te desmayaste. —responde obvio Bartolomé.

Doy un pequeño salto hasta el suelo, bajándome de la camilla donde estaba recostada.

—¿Hace cuánto? —cuestiono, mirando como Judas tiene rastros de baba por su cara.

—Hace unos treinta minutos... —responde este mientras bosteza y su boca se abre.

—Salgamos de acá que hay un olor terrible a hospital. —pide Bartolomé poniendo una mueca.

Andrés está callado (como siempre) pero en su mirada ya no hay amenaza. Ya no veo esa mirada que uno tiene ante lo desconocido. Ya no hay miedo hay... preocupación.

Salimos de la sala a la que consideran "enfermería" y empezamos a caminar hacia el aula.

Rosario y María vienen en sentido contrario, directo hacia nosotros y es cuando me acuerdo.

—Tuviste un bebé... —murmuró mirando a Rosario.

Todos se giran a verme, ella incluida pero, si en la mirada de todos hay confusión, en la de Rosario hay sorpresa y miedo.

—¿Qué? —cuestiona Andrés, aunque no me giro a verlo.

Me doy cuenta de mi error cuando la mirada de Rosario cambia por una asesina.

—¿Quién tuvo un bebé? —pregunta Judas.

Se me hace imposible despegar mi vista de la de Rosario, por más que en sus ojos haya odio e instintos asesinos, no me siento amenazada.

Bartolomé lo dijo: "ella no era así"

¿Qué pasó con Rosario para que cambie tan drásticamente?

—Debe de seguir un poco mareada por el desmayo. —propone ella; sonriéndome con falsedad, como siempre.

Asiento con la cabeza y los chicos siguen caminando no muy convencidos.

—Tene cuidado, linda. —advierte en voz baja. —Uno puede morir de la noche a la mañana. —murmura Rosario al pasar a mi lado.

(A) normalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora