La regordeta señora de cabello rojo y labios pintados de un rosa pálido entra a la gran cocina, vistiendo su usual uniforme, allí se encuentra una de sus compañeras vestida igual.
—¿Quién es la nueva? —pregunta la señora de pelo rojo.
—Amparo. —responde la morocha mujer. Mira hacia la puerta, cerciorando que nadie las espíe y cuando se conforma con no ver a nadie se acerca a su compañera, generando un espacio confidencial para poder hablar. —Dice ver... fantasmas.
La mujer abre sus grandes ojos marrones, con sorpresa.
—¿Fantasmas? —repite y la pelinegra asiente. —Ha venido gente asegurando escuchar cosas pero nadie habló de fantasmas.
—Lo sé. Es la primera vez que algún paciente habla de fantasmas.
Las mujeres siguen hablando entre cuchilleos, mientras, la directora de la institución, una señora que sobrepasó los cuarenta hace tiempo y su cabellera rubia ya perdió gran parte de su color, entra a la cocina con su usual sigiló.
—Que interesante suena la conversación. —opina, haciendo que las mujeres se sobresalten y sus caras se tornen rojas de la vergüenza. —Los médicos ya tienen su diagnostico con respecto a la paciente de la habitación sesenta y seis. —informa, con el ceño fruncido, juzgando a las mujeres.
—Di-disculpe... pe-pero...
—Sin balbuceos, Rosario. —exige la directora.
—La joven no está bien. —se lamenta la pelinegra, interrumpiendo el balbuceo de su compañera.
—Claro que no, María. —coincide la directora, mirándola. —De lo contrario no estaría acá.
—Pero... el otro día... me pidió hojas y un lápiz para poder escribir. —cuenta Rosario. —Señora Spitch... creó una historia bastante... perturbadora.
—Lo sé. —asiente con la cabeza. —Uno de los enfermeros... Bartolomé, me la entregó. —agacha la cabeza con pena. No importa cuantos chicos y chicas vengan por año, siempre le dolerá verlos en tan mal estado. —Me sorprendió ver cómo nos incluyó a todos en esa historia. —la directora levanta la cabeza y la sacude, alejando todo sentimiento de lastima. —Ahora... a trabajar. —exige saliendo de la cocina.
Ambas enfermeras se dan vuelta y continúan con su labor.
—Si ella nos incluyó a todos en la historia... ¿Quién es Andrés? —cuestiona Rosario, con preocupación.
Ella nunca controla su empatía. No importa qué tan enfermos estén los pacientes, ella siempre querrá entenderlos.
—Se cree que sí conoció a un tal Andrés. —comenta Judas, quien se encuentra con el hombro apoyado en el marco de la puerta y las brazos cruzados sobre su pecho.
Maria lo miro con los ojos entrecerrados, molesta porque las asusto.
—No se deben escuchar conversaciones ajenas. —reprende Maria.
—No se debería chusmear de los pacientes. —replica Judas y el rostro de Rosario se torna del color de su cabello.
—E-es que...
—Tranquila Ro. Yo no juzgo, ayudo. —dice guiñándole un ojo en su dirección.
—¿Qué decías de ella? —recuerda Maria, intentado completar el chisme.
—Que Amparo conoció a un tal Andrés... o puede ser que conoció al nieto de Esteban. —comenta haciendo que Rosario piense a toda velocidad sobre Esteban.
—¿El de la habitación sesenta y ocho? —murmura Rosario y Judas asiente.
—Amparo estaba almorzando cuando llegó el chico. Tienen la misma edad y Bartolomé me dijo que ella se le acercó a hablarle... dijo que no fue una conversación irracional. —cuenta pensante, analizando los hechos.
Los tres se quedan en silencio, pensando qué sucede en la cabeza de Amparo.
Para ellos, nada de esto es extraño, siempre internaran a alguien con problemas más serios que el anterior y así, poco a poco, todo aquel que entró siendo un fenómeno, será uno más. Será un (A) normal más.
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(A) normales
ParanormalAmparo Gonzales no medirá más de un metro sesenta, ni correrá más rápido que Flash, ni será tan valiente como la Mujer Maravilla pero a veces uno se hace fuerte por los demonios que esconde. Los secretos oscurecen el alma, cualquier secreto, pero s...