Amparo
Mi semana no fue mejorando, mucho menos por las noches.
El invierno se fue acercando y el frío también. La calefacción se rompió y mi casa es una heladera.
Tapada hasta la cabeza con las frazadas, ya acostada y cayendo en un sueño profundo empiezo a sentir calor. Mucho calor. Me destapo la cara pero no pasa, el calor sigue y, hasta, se intensifica. Me destapo completamente, pero me quedo en la misma posición en la que estoy.
Algo roza mi pie, doy por hecho que fui yo misma moviéndolo contra alguna manta y flexiono más las piernas.
Al cabo de unos segundos algo jala de mí con fuerza y abro los ojos inspeccionando el lugar... aunque no pareciera ver nada.
Régulo mi respiración y me vuelvo a tapar hasta la cabeza, intentando dormir.
Pero, como se trata de mí, siento que me falta el aire. Que me ahorcan, llevo mis manos al cuello e inspecciono pero no siento nada, el crucifijo que uso como colgante está en su lugar pero el sentimiento no pasa.
Cada vez me falta más y más el aire, mi boca se abre intentando respirar... o gritar pero nada entra... o sale.
La vista se me empieza a poner borrosa, pataleo tirando las frazadas a cualquier lado, desesperada, muevo las manos abanicándome, pero el aire no llega.
La piel me arde, la piel del cuello me quema como si algo me estuviera cortando. No puedo siquiera tragar saliva, siento la boca seca y cuando creo que me voy a desmayar mi alarma suena.
Me siento en la cama, llevándome las manos al cuello y no tengo nada, nada me ata, nada me toca.
Prendo la luz de noche, las frazadas estas esparcidas por toda la cama, algunas están en el piso pero respiro. Tengo el corazón acelerado por el susto, lleno mis pulmones con aire y exhalo, calmándome.
Salgo de la cama, y en cuanto mis pies tocan el frío suelo de cerámico un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Me abrigo y voy al baño bostezando.
Prendo la luz y hago mis necesidades, cuando termino me lavo las manos y en cuanto levantó la cabeza para verme al espejo me encuentro con la cara morada, mi cuello completamente tensionado, con una línea que lo recorre, como si alguien me hubiese ahogado y mi crucifijo es inexistente en mi cuello.
Golpes se escuchan a la puerta de madera y me sobresalto.
Armándome de valor corro la puerta y veo a Clara, con una de dolor.
—¿Qué te pasó? —preguntamos a la vez, alarmadas en cuanto nos vemos.
—Me golpee con algo... ¿a vos? —replica mirándome con el ceño fruncido.
—Me enrede con el colgante. —hablo sin mirarla, dándole una falsa sonrisa de labios apretados. —A ver. —pido señalando con la cabeza su cuerpo.
Se levanta la remera, mostrándome una de sus costillas traseras y hay un hematoma del tamaño de mi mano en ellas.
Me tapo la boca con horror al ver eso y vuelvo a mirar a Clara.
—¿Qué pasó? —pregunto aun anonadada con su horrible golpe. Ella se acomoda la remera evitando hacer un movimiento brusco y queda frente a mi.
—No sé... —susurra. —Pero me duele y mucho. —avisa y una lágrima cae de su ojo.
—Conozco un médico, si queres vamos a verlo ahora. —propongo con angustia.
Esto no es normal.
Clara niega con la cabeza. —Tengo examen de Filosofía, no puedo. —le dedicó una de mis mejores caras de culo.
—Bueno. —acepto. —pero cuando vuelva del colegio te acompaño. —decreto ignorando sus quejas.
Andrés
No dormí en toda la noche.
Le pedí a mi hermano, Santiago, que me permita ir al hospital a revisar el registro de Amparo.
Mi excusa fue que lo necesitaba para un trabajo y que, en realidad, iba a revisar el mío para buscar alergias y ese tipo de tonterías.
A la salida del colegio debo pasar por el hospital, menos mal que mi hermano está de guardia.
Estacionó el auto en la puerta del colegio y cuando me bajo el frío azota mi cara como si de un cachetazo se tratase.
Ya estamos a fines de mayo. Hace unos cuantos meses que "convivimos" con Amparo y los chicos dicen que más de una vez la han escuchado hablar sola, o que se queda tildada mirando un punto fijo, como si alguien le estuviera haciendo algún tipo de gesto que no entendiera.
Pero, sí de verdad fue internada en un psiquiatra, explicaría bastantes cosas.
La veo llegar con la cara completamente blanca, sus labios rotos y blancos casi no se distinguen del resto de su cara; es algo que llama demasiado mi atención.
Sube las escaleras casi corriendo y la sigo, evitando que me vea.
Cuando entra al aula 66 se sienta en su respectivo lugar y se agarra la cabeza, como si se estuviera lamentando de algo.
Risas empiezan a resonar por el pasillo y veo por el rabillo del ojo a María y Rosario acercarse.
—Buenos días. —saluda Rosario, con su amargura matutina y las saludo sin mucho entusiasmo.
—¿Qué haces acá afuera? —cuestiona María con extrañeza.
María es el ser más inofensivo que conozco, pero que chismosa puede llegar a ser la hija de su madre.
—Tomando frío. —zanjó y ella me mira con una mueca.
Rosario asoma la cabeza por la puerta del aula y la ve a Amparo al borde del colapso.
Se gira hacia mí con una expresión indescifrable... sino la conociera.
—¿Haciendo actos de caridad? —pregunta con asco.
—No. —y no miento. Amparo me preocupa.
—Siempre tan bueno, ayudando a todos... —habla con una voz cargada de falsedad. —cuidado, que no apuñalen por la espalda. —cierro los ojos con fuerza.
—No te metas. —advierto pero, como es ella, me sonríe mostrando todos sus dientes y entra al aula.
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(A) normales
ParanormalAmparo Gonzales no medirá más de un metro sesenta, ni correrá más rápido que Flash, ni será tan valiente como la Mujer Maravilla pero a veces uno se hace fuerte por los demonios que esconde. Los secretos oscurecen el alma, cualquier secreto, pero s...