26.

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Amparo

—Andrés... —llamó en un susurro al verlo concentrado en el trabajo de matemáticas. —Andy...

—No me digas así. —advierte levantando la vista.

—Estuve pensando...

—No. Alto ahí. —pide incorporándose. —¿En qué?

—¿Te acordas que me contaste en el hospital viste que alguien me "controlaba"? —inquiero y asiente con la cabeza. —¿Cómo pudo hacer eso? ¿Alguien puede controlar lo que haces a base de sueños?

—¿Cómo se supone que lo vamos a saber? —cuestiona con su ceño fruncido.

—Necesito que hagamos un viaje. —pido mirando el reloj que hay arriba del pizarrón.

—¿A dónde?

—A lo de un viejo amigo.

—¿A dónde queres llegar? —replica con una mueca de desconfianza.

—A saber sí el cuerpo y la mente es más vulnerable cuando están por separados... cuando la mente está en un sueño y el cuerpo despierto.

Andrés se queda unos segundos tildados mirando su lápiz y cuando vuelve en sí me mira y asiente.

—Vamos.

Cuando el timbre de salida resuena por las silenciosas aulas todos nos levantamos y salimos prácticamente corriendo.

—¡Chicos! —llama Bartolomé llegando a nosotros, quien casi no se presentó a ninguna clase.

Tiene un aspecto horrible, está pálido, tiene los labios secos, grandes ojeras negras bajo sus ojos y su voz sale ronca.

—¿Qué pasó? —pregunta Andrés con un aire preocupado al ver en tal estado a su amigo.

—¿Estas bien? —cuestiona Rosario apoyando una mano en el hombro del castaño.

—No... No sé qué pasó. —admite confundido, nosotros nos echamos miradas rápidas y nos concentramos en él.

—Explícate. —exige María.

—Hace una semana vengo soñando cosas.... y-y cuando prendo la tele es el titular de la mañana. —cuenta haciendo que todos lo miremos con el ceño fruncido.

—¿Cómo que "titular"? —inquiero prestándole más atención.

—Sí... anoche soñé que una pareja tenía un accidente automovilístico y hoy apareció en las noticias. —explica con angustia, se nota a distancia.

—Quizá fue...

—¿Coincidencia? —interrumpe Bartolomé a Rosario. —No. No lo es.

—¿Por qué tan seguro? —inquiere Judas.

—Porque si te pasa una vez... bueno, puede ser. ¿Dos? ya es raro pero no le prestas atención. ¿Tres? coincidencia... pero ¿cuatro veces? Ya da miedo. —decreta serio.

—¿Dónde fue el accidente? —pregunta María tras un silencio intenso.

—No muy lejos... como a veinte kilómetros. ¿Por qué?

—Vamos. —le saca las llaves del auto a Bartolomé y empieza caminar. —¡Dale! —apura y todos nos movemos.

—Nosotros no... —empieza excusando Andrés y el auto de su hermano frena nuestra izquierda, en la calle.

—¿No van? —demanda Judas.

—Sí, pero necesito que me acompañe a un lugar. —excuso evitando detalles.

(A) normalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora