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Amparo

Estoy parada en medio de la calle, está vacía, oscura y hace frío. Las farolas no funcionan, la escasa luz qué hay es por la luna.

Reconozco la casa que tengo frente a mí e intento llegar a ella pero no puedo. Camino y corro Yam rápido como puedo, pero no llego. Es como si se alejara de mí con cada paso que doy.

—Te aconsejó no entrar. —hablan a mis espaldas, me doy vuelta y es Mateo.

Lo ignoro e intento llegar a la casa.

—De verdad... no queres entrar. —sugiere a mi lado, pero vuelvo a ignorarlo.

Por alguna extraña razón se ve... diferente. Como si estuviera vivo, cuerdo y fuera humano, uno que se puede ver y tocar.

—Muy bien, entra. —se rinde.

Llego a la casa y cuando entro todo se torna normal. En el aire se siente el característico olor a comida de mamá y el ambiente familiar se siente, el mismo que existía hace tres años atrás.

—Llegaste. —observa mi padre. —Sentate. —pide.

Mientras más me acerco a la mesa más extraño se vuelve todo.

El ambiente familiar ya no se siente. El olor a comida casera pasa a ser uno a podrido.

Miro a mi alrededor y está todo pintando de rojo... de sangre.

Desvió la mirada con horror hacia la mesa y veo a todos: Andrés, papá, mamá, María, Clara, Judas y Bartolomé están con sus cabezas contra la mesa. Sangre brota de sus cuerpos, bañando el piso y en cuanto siento algo pegajoso en mí, bajo mi vista y lo veo.

Yo los asesine.

—Te dije que no entres. —se queja Mateo y grito. Grito del horror que me genera ver esto.

Grito porque los ojos sin vida de Andrés no se despegan de los míos.

—Esto va a pasar si no dejas de interponerte en mis planes, Amparo. —advierte.

—¡Déjame en paz! —suplicó en entre gritos y lágrimas.

—Mi madre pidió lo mismo... —susurra y carcajadas brotan de su garganta.

Esos ojos azules se clavan en mí y me agarro la cabeza con fuerza, intentando cerrar mis ojos o despertarme pero cada vez que lo hago, que intento despertar, él aparece.

Andrés

El día del juicio llega y siento como mi ansiedad aumenta.

No sé nada de Amparo, nada de lo sucedido hace unos días. Tengo miedo.

Creo que nunca tuve tanto miedo de algo hasta que llego ella.

Hasta que llego con su aura extraña, desconfiada y temeraria. Llego y mis instintos gritaban que debían protegerla.

Mis instintos gritan que aún debo hacerlo, contra todo y todos.

Entramos al juzgado con mi hermano y mi padre.

Entre la gente veo una cabellera rubia y me separo del policía, que me empuja hasta mi lugar, para acercarme a la chica que quiero pero cuando lo hago... no es.

No es Amparo. Es una chica rubia y completamente diferente a Sam.

Me alejo de ella y el policía me empuja de mala manera.

—Va a venir. —tranquiliza mi hermano.

Pero no lo hizo.

El juicio terminó y Amparo no apareció.

Todos mis amigos están ahí... menos ella.

Nuestra libertad es bajo fianza, la cual costaría unos cien mil por cada uno, así que vamos a pasar unas cuentas noches en el calabozo. Pero no asegura no volver a pisar un juzgado por este caso.

Me acerco a Judas, quien está llorando. En cuanto me ve, me abraza, logrando que yo también lo haga.

—Lo lamento... —susurra dándome una palmada en la espada.

—No puedo creer nada de esto. —admite Bartolomé uniéndose al abrazo.

—No puedo perder más amigos... no puedo. —María se rompe y la abrazamos con fuerza, llorando.

Un guardia me apura y nos separamos.

—¿Y-y?... —tengo miedo de preguntar, de que me digan que no pudo. Que no logro pasar la noche.

—Salí. Es hora. —susurra María y mi ansiedad crece más.

Salgo del juzgado casi corriendo y ahí la veo: apoyada en una columna, esperando que salga.

En cuando me ve se tira sobre mí para abrazarme, y lo hace con tanta fuerza que siento como se me contractura la espalda.

Se separa de mí y me besa.

—No tenía que ser así... —susurra con lágrimas en los ojos. —Perdón. —solloza y siento como me desmorono por dentro.

—No es tu... —no puedo hablar, tengo un nudo en la garganta, siento como queman las lágrimas en mis ojos.

—Si yo no hubiese aparecido... v-vos estarías b-bien y n-no con una causa de homicidio. —solloza, balbuceando.

La separo de mí y agarro su cara con mis manos.

—Sino hubieses aparecido en mi vida... me hubiese vuelto loco. —admito limpiándole restos de lágrimas debajo de sus ojos.

—Te quiero esperar...

—No. —me niego. —No quiero que esperes por mí cuando lo que más deseas en este mundo es irte.

Amparo cree que no lo sé, pero la realidad es que ella más de una vez demostró que ya estaba harta de su vida, de su "don" y que moriría para ya lo tenerlo, para que dejen de considerarla loca.

Vuelvo a besarla y un guardia nos interrumpe.

Les encanta interrumpir, todo.

—Yo te creo. —susurra separándose de mí.

—Te quiero. —admito besando su cabeza y dejo que me lleven, que me alejen de, quizá, a quien aprendí a querer y no me permití darme la oportunidad.

(A) normalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora