No sabría qué responder a semejante pregunta así que hago lo que mejor sé y voy hacia el otro lado de la cabaña disimulando, como si quisiera descubrir algo más.
— Lo siento si te estoy incomodando, te prometo que no es mi intención — Pregunta, alzando la voz desde el otro — Simplemente me llama la atención la forma en la que piensas, cómo creas historias sacadas de la nada.
— Como te he dicho, supongo que son cosas de niños — Comienzo a acercarme de nuevo, encogiéndome de hombros. — Pasaba muchas horas sentada, escribiendo y mirando las estrellas, así que se me ocurrió que cada cabaña llevaría el nombre de una de ellas.
— Altair, me gusta — Sonríe, como si estuviera soñando — ¿Por qué ese nombre?
Seguimos caminando por el sendero, hemos dejado atrás las cabañas y nos dirigimos hacia el pantano. Recuerdo que tenía un color azul cielo que te hacia no dejar de mirarlo durante un buen rato. Ahora hasta su color parece triste. Nos acercamos al muelle donde podías pescar.
— Se decía que veían en esa estrella un águila volando. — Le explico. — En uno de los árboles cercanos a tu cabaña había un nido, yo en ese entonces creí que era de águilas así que me pareció un buen nombre.
Asiente, y se sienta en el muelle, con los pies colgando. Me ruge el estómago desde hace un buen rato así que saco un par de bolsas de patatas que he traído, le ofrezco y coge encantado. Mira el agua moverse, ahí tranquila. Yo también lo hago.
— ¿Te cuento un secreto? — Le digo, recordando con una sonrisa este lugar. Él se gira hacia mí, esperando a que hable — Muchas veces me sentaba aquí, justo donde ahora estamos. Normalmente había alguien pescando, me acuerdo que tardaban horas, dejaban la caña e incluso se iban, pero yo esperaba y, justo cuando algún pez picaba, me las ingeniaba para soltarlo y devolverlo al agua.
— ¿Nunca te descubrieron? — Pregunta, divertido.
— Oh, sí, varias veces — Muerdo mi labio inferior — Iban a hablar con mis padres sobre lo que había hecho pero al final todo quedaba en nada, ya sabes, solía refugiarme en que son cosas de críos.
Él también me cuenta alguna anécdota, aunque reconoce que le gustaría haber pasado más tiempo aquí.
— Me encanta cómo sientes este sitio — Se levanta, sacudiéndose algunas migas de su pantalón— ¿Te imaginas que volviera a la vida, que fuera lo que en su día fue? — Me fijo en que sus ojos brillan.
— Ojalá, Rafa — Yo también me pongo en pie y muevo algunos músculos agarrotados por el frío que ya comienza a llegar.— Pero es complicado, dice mi padre que el negocio quebró porque dejó de venir gente, ¿lo puedes creer? Es un paraíso a unos pocos kilómetros de la civilización y hemos dejado que le pase esto.
— Ya te lo he dicho alguna vez, Vega. Algunos sueños solo parecen complicados, pero quizá sean bastante sencillos.
— Tienes razón, ¿quién nos impide soñar en grande? — Le sonrío, estoy feliz. Más feliz de lo que puedo haber estado en muchos días, no recordaba esta sensación tan plena, tan pura. — ¿Seguimos? Quiero ver un último lugar.
— Claro, vamos.
Esta vez en él quién me sigue, yo me encuentro mejor en este sitio porque según recorro cada rincón, más y más me acuerdo de todo lo que ha pasado aquí. Años y años que sin querer había ido dejando atrás, o en un pequeño hueco de mis recuerdos.
Me adentro en el bosque, sí es cierto que una y mil veces mis padres me prohibían ir, yo les decía que apenas iba a alejarme pero a veces lo hacía sin darme cuenta, solo iba caminando y dejando atrás el sitio, hasta llegar donde me parecía el lugar apropiado y sentarme.
— ¡Está ahí! — Exclamo, señalando desde lejos y corriendo — Tenía la mínima esperanza y ha aguantado.
De nuevo exagero, pero esta vez no es para menos. El columpio está ahí. Es tan solo un tronco con dos cuerdas, una a cada lado y bien anudadas hasta llegar a un rama altísima.
— ¡Vaya! — Rafa llega hasta donde estoy — De esto sí me acuerdo, pasábamos por aquí para llegar al sitio donde acampábamos, y aunque nunca he subido en él, diría que es un lugar especial para mí.
— ¿En serio? — Lo miro con los ojos como platos — Cuando llegas arriba del todo, por encima de las copas de los árboles puedes ver todas las cabañas y el pantano, pero como si fuera un mundo diminuto.
De hecho, me subo al columpio y comienzo a balancearme, las cuerdas crujen pero aún así me fío, si lleva tantos años en buen estado no va a ser ahora cuando...
— Vega, ¡cuidado! — Uno de los nudos cede y la cuerda se rompe, como si estuviera hecha de débil hilo. Menos mal que no estaba muy lejos del suelo, porque caigo de bruces en la extensa hierba.
Rafa viene enseguida a mi ayuda, se agacha y me examina mientras estoy levantándome y sacudiéndome la ropa. Me ayuda a quitarme algunos cardos y hierbas varias de la espalda.
— ¿Estás bien? — Me pregunta, sigue mirándome por todos lados.
— He caído en blando, tranquilo — No me he hecho daño pero a veces es peor la vergüenza que darte un buen golpe. — Soy un poco torpe.
Sacude la cabeza a ambos lados, después y comprobando un par de veces más que estoy en perfecto estado, sonríe.
— Este columpio tiene más años que tú y yo juntos — Se encoge de hombros — Sería un milagro si hubiera aguantado, a saber cuánto hace que nadie sube en él.
— Ya... — Suspiro apenada al verlo ahí, colgado de una sola cuerda. — Venía aquí cada vez que podía, no solía haber nadie.
— ¿Por qué te gusta tanto la soledad? — Pregunta, con las manos en sus bolsillos.
— No siempre estaba sola — Murmuro, recordando a Dani. Es el único pero de todo esto.
— Entiendo — Chasquea la lengua — Ahora me toca a mí enseñarte un último sitio, después nos marcharemos, comienza a hacer frío.
Es cierto, el aire ha cambiado y el cielo comienza a oscurecer. ¿Qué hora es? Casi las siete de la tarde, es una locura cómo pasa el tiempo cuando estás a gusto y en buena compañía.
Me lleva al sitio donde acampaban. Es un claro despejado de maleza, como hecho intencionadamente, hasta los árboles están colocados estratégicamente formando un círculo.
— Hacíamos fuego justo en el centro y formábamos las tiendas de campaña alrededor — Explica — Era como nuestro refugio, los padres sabían que estábamos aquí pero nunca venían.
— Me gusta — Asiento, observando con detenimiento todo.
Tal y como habíamos acordado, nos alejamos de allí. El cielo está completamente negro y ya pueden verse las estrellas que tanto me gustaba observar.
— Tenías razón — Rafa también mira al cielo — Esto puede inspirar a cualquiera... pero no me has dicho cómo llamabas a tu cabaña.
— ¿No lo has imaginado? — Pregunto, hemos llegado a la puerta, salgo y Rafa cierra por dentro el cerrojo. Después salta el muro con toda la agilidad del mundo y está de nuevo a mi lado. Niega con la cabeza — Vega, mi cabaña era Vega. A mí madre le gustaba tanto que hasta le puso ese nombre a su hija.
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Escrito en las estrellas.
RomanceVega vivía el cuento de hadas perfecto, o eso creía. De un día para otro su vida cambia y lo que creía un sueño se convierte en la peor pesadilla cuando es traicionada de la peor manera posible. Pierde toda esperanza en el amor y todo lo que conllev...