Capítulo 33.

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No sé exactamente el tiempo que pasamos ahí, observando el hermoso paisaje y charlando de mil cosas, no recordaba cuánto hacía que no me sentía así de bien, tranquila y relajada, sin historias raras en mi cabeza.

El sol comienza a caer, se nota que el invierno se acerca y los días cada vez son más cortos, apenas son algo más de las seis de la tarde. Nuestros padres también han alargado su comida, pero no seremos nosotros los que los interrumpamos.

— Las estrellas deben verse preciosas desde aquí — Le digo, rompiendo el silencio que guardábamos desde hace unos minutos.

— Así es — Asiente — Aunque lo cierto es que no me había fijado en ellas demasiado, no hasta que comprobé cuánto te gustaban, ahora lo entiendo.

— ¿Sabes la leyenda sobre Altair y Vega? — Pregunto, aunque sin mirarle por la vergüenza que siento. Es algo que leí hace tiempo y una historia difícil de olvidar.

— No, pero si tiene esos nombres como protagonistas, me encantará escucharla — Sus ojos, ¿por qué le brillan cuando me mira? No lo sé, prefiero no pensarlo demasiado.

Me aclaro la garganta, está escuchándome atentamente y comienzo.

— Los llamaban los amantes del cielo — Sonrío al ver su dulzura — Ella era la hija del dios del cielo, era tejedora, él era un pastor. Un día se conocieron y se enamoraron perdidamente el uno del otro, su amor era tan grande que hasta descuidaron sus trabajos, solo deseaban estar juntos. El dios del cielo se enfadó mucho, decidió separarlos y los convirtió en dos estrellas separadas por la vía láctea.

— Vaya, pensé que sería una bonita historia — Ladea la cabeza, entornando los ojos.

— Se dice que tan solo una vez al año vuelven a reencontrarse, el séptimo día del séptimo mes — Termino, bajando tanto la voz que se convierte en un susurro. — Yo creo que es una preciosa historia — Me encojo de hombros — No siempre el camino es fácil.

— Pero sin embargo ahí están ellos cada año, ¿verdad? — Alza ambas cejas — ¿De dónde sacas todas esas cosas? Eres la chica que más curiosidad ha despertado en mí.

— No digas eso — Tengo que mirar hacia otro lado si no quiero que me de un síncope o algo parecido. Pero este hombre, ¿se ha visto él y me ha visto a mí? Creo que ya le he encontrado un defecto, debe estar ciego.

— ¿Qué es lo que no quieres que diga?— Frunce el ceño y su gesto se vuelve serio, hasta diría que está enfadado — ¿Por qué no quieres verlo, Vega? Eres increíble, inteligente, divertida y tienes una imaginación que consigue sorprenderme cada día — Suelta atropelladamente, como si cada una de esas palabras salieran expulsadas de su interior — Y eres preciosa, sin extravagancias, natural. — Extiende ambos brazos y los deja caer sobre sus caderas, como rindiéndose.

Después, se mete las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros y mueve la cabeza a ambos lados, no entiendo su actitud, ¿es simplemente porque no veo lo que él ve? Además, me ha parecido un exagerado sacándome tantas cualidades, se nota que todavía no me conoce lo suficiente.

— Volvamos con nuestros padres, hace frío aquí fuera — Dice, ya dirigiéndose hacia dentro.

Si, vale, comienza a refrescar, pero no creo que ese sea el motivo. No lo entiendo, por muchas vueltas que le de no consigo saber a qué se refiere.

Camino detrás de él pero es más rápido, claro. Por fin consigo alcanzarlo, cogiendo la manga de su jersey.

— No sé qué ha pasado, pero no quiero que te enfades conmigo — Le digo, armándome de valor para mirarle directamente a los ojos.

— Pues claro que no me enfado contigo, Vega — Se suelta de mi agarre y pone ambas manos sobre mis mejillas — No podría ni aunque quisiera. Simplemente mereces valorarte, ¿entiendes eso?

Asiento, aunque siempre es más difícil hacerlo que decirlo. Quizá tenga razón, siempre he estado al respaldo de Dani, ahora me he dado cuenta y él mismo me lo confirmó en la discusión que tuvimos, pero, ¿y si es cierto? ¿Y si no soy nada más que una simple chica que tiene que depender de alguien?

Una voz se escucha en la planta de abajo, están llamándonos. Debe haber acabado su charla y nos han echado de menos, ¿no se preguntan qué hemos hecho durante tantas horas? Al parecer el tiempo ha pasado volando para nosotros y también para ellos.

Cuando Rafa y yo bajamos las escaleras los encontramos en la entrada, ya están despidiéndose e incluso poniéndose los abrigos, me dispongo a hacer lo mismo.

— Rafael, esto tenemos que repetirlo — Dice mi padre, dándole a ese hombre un fuerte y largo apretón de manos.

— Y que lo digas — Asiente él, convencido — A veces echo de menos esos fines de semana en la cabañas.

Así que no soy la única que sigue pensando en ellas, creo que cada persona de esta casa tiene esas cabañas en la cabeza más tiempo del que creía. Fue una época increíble, de esas que pase el tiempo que pase sigues recordando y sonriendo al hacerlo.

— Venga, vamos... ¿os vais a poner ahora melancólicos? — Rafa da otro apretón de manos a papá, también dos besos a mamá, se queda parado frente a mi — Te veo mañana en la editorial, descansa y piensa en lo que te he dicho.

Tengo ocho ojos puestos en mí. Todos excepto los de Rafa, curiosos por lo que acaba de decir. Yo solo sonrío y asiento, ¿qué hago si no?

El trayecto a casa es silencioso, se ha hecho completamente de noche y me encanta viajar a estas horas, no hay tráfico y todo parece tranquilo, además, la luna suele acompañarnos y la observo por la ventanilla. Poco a poco los párpados empiezan a pesarme y sin darme cuenta me quedo dormida.

Papá y mamá charlan en los asientos delanteros pero no escucho demasiado lo que están diciendo, solo murmullos cobijados por el sueño que ahora mismo se apodera de mí, pero de repente escucho su nombre.

— Rafa es buen chico, ¿no crees? — Pregunta mamá, no sin antes comprobar que estoy dormida, no he abierto los ojos para que lo parezca — Además, ha hecho tan buenas migas con Vega...

— Te conozco muy bien, no empieces... — Susurra papá, que también se cerciora por el espejo retrovisor que no les estoy escuchando.

— ¡Si no he dicho nada! — Se defiende ella — Solo que... ¿no has visto que vuelven a brillarle los ojos? Vuelve a ser esa chica alegre, y creo que es por él.

— No voy a negarte lo evidente — A pesar de no verlo, sé que está sonriendo, que ambos están haciéndolo — Pero no la presiones, ¿de acuerdo? Le han sucedido muchas cosas en poco tiempo, deja que sea ella misma la que se dé cuenta si tiene que hacerlo.

— Tienes razón — Su voz se convierte en un susurro — Tiene que ser feliz y al parecer, lo es cada vez que está con ese muchacho.

Escrito en las estrellas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora