Capítulo 23.

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Despierto sobresaltada, abro los ojos lentamente y enseguida sé que no me encuentro en mi habitación pero entonces, dónde estoy? Parpadeo varias veces, no sé si sigo soñando pero todo a mi alrededor parece real. El techo está formado por vigas enormes de madera. Me incorporo en la cama y me desperezo, piso una moqueta extendida por todo el suelo y camino descalza hasta la ventana más próxima. Fuera está oscuro, pero también comprendo que no es mi barrio.

Pronto sé el lugar donde me encuentro por la sensación dentro de mí. Es mi cabaña, la cabaña de mi familia, pero ahora estoy sola. Sigo mirando por la ventana para ver cómo las copas de los árboles se balancean debido al viento.

No sé dónde voy pero camino escaleras abajo, cruzo el pequeño comedor donde hay un sofá de color negro frente a la chimenea y me dirijo a la puerta de entrada, está abierta así que salgo al exterior. Me recibe una ráfaga de aire que deja mi pelo cubriendo mi cara, tengo que quitármelo para descubrir el hermoso paisaje, de esos de los que no puedes cansarte nunca.

Bajo las tres escaleras y me dejo llevar por el camino de piedras, está perfecto, como todo lo demás. No es como la última vez que lo vimos, si no como se encontraba hace ya diez años.

Todas las demás cabañas, mire donde mire, están con las luces apagadas, pero no tengo miedo, ¿por qué me siento tan segura? No termino de comprenderlo. Sigo el sendero de piedras que me lleva al pantano, observo la luna reflejada en él pero no me detengo, mis pies saben perfectamente dónde ir.

El columpio siempre está ahí, pero es curioso, no está vacío.

Una niña, de unos diez u once años, comienza a balancearse. Me oculto tras el tronco de un árbol y observo como sube y sube cada vez más, mientras lo hace, ríe sin parar, es una escena conmovedora y que incluso me hace feliz. Llega hasta arriba, hasta lo más alto que puede, y vuelve una y otra vez.

No tengo ni idea del tiempo que paso ahí, sonriendo contagiada por esa niña. Comienza a disminuir la velocidad y unos segundos después el columpio se detiene. ¿Qué hace ahora? Se baja y va hacia el tronco que tiene más próximo, coge algo pero desde mi posición no puedo saber qué, hasta que vuelve a sentarse en el columpio.

Es un cuaderno de color amarillo, con algo dibujado. Lo abre y comienza a escribir, parece estar completamente sumergida en su mundo, solo alza la cabeza al cielo, sonríe, y vuelve a escribir... es entonces cuando algo se me remueve por dentro: soy yo.

Ahora sí, recuerdo perfectamente aquella noche. Aunque eso de escaparme lo hacía casi cada día, esa noche fue especial.

Se escuchan pasos aplastando la hierba y maleza a su paso, me escondo más pero me doy cuenta de que no me hace falta, en realidad la Vega de veintiún años no está ahí, solo la Vega niña. Los pasos se acercan y compruebo de dónde. Es un chico de unos quince o dieciséis años, camina como si estuviera cansado, con la cabeza agachada y las manos en los bolsillos de su chándal negro. Parece triste.

Se detiene cuando llega a unos metros del columpio, levanta la cabeza pero no hace nada, solo observa a la Vega de diez años que sigue escribiendo sin percatarse de su presencia.

— ¿Qué haces aquí sola? Es muy tarde — El chico por fin habla.

El susto que se pega ella es digno de ver, estoy a punto de soltar una carcajada. Me viene de lejos eso de sobresaltarme. Está a punto de caerse del columpio pero con una mano se aferra a la cuerda. Abre mucho los ojos y desde aquí escucho su respiración. Salta del columpio y sale corriendo.

— Oye, ¡espera! — El chico extiende una mano pero es tarde, mi yo del pasado corre sin mirar atrás, viene hacia donde estoy. Pasa por mi lado con su cuaderno bien agarrado y el chico va detrás.

Lo veo cuando está a unos milímetros de mí. No tiene barba, y el pelo lo lleva más corto que ahora, pero es imposible no reconocer sus facciones: es Rafa.

Voy detrás de ellos, no pienso perderme este momento porque hasta ahora no había sido capaz de traerlo de vuelta a mi mente. Se alejan y se adentran en el bosque, pronto los veo, ella se ha escondido entre tres árboles extrañísimos, unidos por el tronco y con un pequeña abertura donde se esconde, está asustada.

— Oye, no voy a hacerte nada — Él se queda a una distancia prudencial y extiende las palmas de las manos hacia ella. — Tranquila.

Pero no lo está, no lo estoy yo y eso que ni me encuentro en ese lugar con ellos. Imagina encontrarme en mitad de la noche con un desconocido, no me extraña que haya salido corriendo.

— No voy a acercarme, te lo prometo — Y es cierto, no se mueve. Sin embargo, mi yo del pasado parece que va a sufrir un síncope, no para de temblar — Respira, por favor. Cierra los ojos y respira hondo.

Lo hace y sin querer, yo también, volviendo a aquel día en el despacho, estaba nerviosa y Rafa hizo justo lo mismo conmigo.
Solo los abro para ver como su pecho se normaliza. Abraza su cuaderno.

— Está bien — Susurra él — Ahora dime, ¿en qué estás pensando? Responde rápido, lo primero que te venga a la cabeza.

Sonrío, Rafa es increíble ahora y lo era cuando apenas tenía quince o dieciséis años. Al parecer, siempre le ha funcionado ese juego, a mi al menos me ayudó.

— En las estrellas — Escucho su voz, mi voz. Por fin he hablado.

Abro los ojos cogiendo una bocanada de aire, ahora sí estoy en mi habitación, sudando y con el pelo pegado a mi cara.
¿Ha sido un sueño? No, es un recuerdo, ¿cómo podía haber olvidado algo así? Supongo que por el miedo que pasé, quizá mi mente lo ha borrado, no tengo ni idea.

Lo recuerdo todo, y esa es la razón de que Rafa me dijera que ese columpio también era especial para él, allí nos conocimos.

Escrito en las estrellas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora