Capítulo 19. Días llenos de rutina.

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Espero a Sombra en la pastelería Masa de Oro, no creo encontrarme con Marsha, mi monjita sexual, porque sé que está enclaustrada

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Espero a Sombra en la pastelería Masa de Oro, no creo encontrarme con Marsha, mi monjita sexual, porque sé que está enclaustrada. Aunque siendo sincero me encantaría verla portando la toca blanca que cubre su cofia indicando que ha resguardado todas sus virtudes. Suelto una estrepitosa carcajada al saberme violador de al menos uno de esos candores, guardo silencio y me pierdo en mis pensamientos imaginándola vestida con el hábito marrón, me pregunto si sus tetas siguen tan erguidas, toco mi pene por arriba de la tela del pantalón y éste se remueve al recordar el aroma virginal de su juvenil coño.

Su miserable padre deja sobre la mesa desgastada de madera el pancho que le exigí preparar, al principio se rehusó ya que su hija, mi monjita, prohibió la preparación del mismo hace más de cinco años. Decido que es momento de pisotear los sentimientos del inepto hombre senil que tengo frente a mí. Aún sabiendo el motivo de esa decisión le pregunto, el ¿por qué?, pero el decrépito dueño de la pastelería no supo dar respuesta. Para liberar un poco mi negra alma de pecado opto por contarle con lujo de detalles como disfruté de la preparación de mi pancho especial, tal vez valore a su hija ahora. Pero como siempre digo; eso no es mi problema.

El dulce tradicional ruso lo devoro en compañía de Sombra quien está compartiendo mi mesa, al frente del ventanal central. Es Oleg quien decide acompañar tan exquisito manjar con dos cafés cortos ya que el final del otoño está abriéndole paso al crudo invierno.

Mi fiel amigo, Oleg, respira profundo intenta obtener suficiente aire para preparar a su cuerpo y mente por la decisión que estoy a segundos de imponer.

—Tú y tu nueva familia se mudarán a la casa de invitados que está adjunta a mi propiedad —Le informo cumpliendo con mi palabra de buscar una alternativa que nos satisfaga a ambos.

—¿Te refieres a la casa de huésped que nunca se usa? —deduce Oleg.

—Sí, esa misma, ha estado abandonada por más de tres años, adáptala a tu gusto, y claro pagarás un módico monto como alquiler —suelto sin aspavientos.

»Es suficiente para una familia de tres —subo mis hombros esperando que me lo agradezca. Cosa que no sucede.

—Somos cuatro, no tres —me corrige extrañado, Sombra.

—¿Cómo qué cuatro? —porfío frunciendo el ceño.

—Vlad, somos cuatro, no tres —confirma casi bufándose mientras niega con la cabeza.

—Son tres —insisto casi amenazante entredientes.

»Tú, Ivett y Lluis —cuento levantando mis dedos al frente de su cara.

—Cuatro —vuelve a repetir emulando mí ademán de manos.

»Yo, mi esposa, mi hijo y Aaron —confirmando su conteo.

—Lo que tú digas, no discutiré contigo. No ahora cuando estoy resolviendo nuestro conflicto, cuenta los integrantes que tú quieras, el hecho es que se mudarán lo más pronto posible, mientras tanto tú, Sombra; mi escudo, continuarás pernoctando al lado de mi cuarto.

EL AROMA DEL PODER.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora