CAPÍTULO 17: Iván Zus.

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Hace tiempo mi madre nos enseñó a Alexander y a mí a conducir, pensó que tal vez llegaría el día en que lo podríamos necesitar.

Todas las veces que yo salía de casa Hugo se ofrecía a llevarme, por lo que esta ocasión sería la primera vez en que conduciría por mi propia cuenta y todo para qué, dejar a la familia que me cuidó cuando no tenía idea de quién era en realidad; nadie lo teníamos presente.

Puse en el radio de la camioneta, la canción de Spring Waltz de Chopin para relajarme y cada veinte minutos miraba por el espejo retrovisor para comprobar de que Julio y Young soo vinieran detrás de nosotros, eso me ayudaba a mantenerme tranquila.

Julio me entregó un celular para que ante cualquier cosa que notara extraña, nos pusiéramos en contacto. Desde que inició el viaje no había sonado ni una sola ocasión, de vez en cuando le echaba un vistazo, mi mente jugaba conmigo haciéndome creer que quizá no me percaté de algún mensaje o llamada.

Antes de que terminara la canción, la pantalla del celular se encendió y alcancé a ver entre las letras pequeñas de la barra de notificaciones, palabras en mayúsculas, con signos de exclamación. Mis nervios terminaron por traicionarme cuando noté que llegaba un mensaje tras otro; estábamos a punto de acercarnos a un desvió en la carretera y miré a través del espejo retrovisor, la camioneta había desaparecido y nadie venía detrás de nosotros.

—Algo anda mal, abróchense los cin... —en medio de un parpadeo, un vehículo nos impactó con tanta fuerza obligando a la camioneta a salirse de la carretera y a girar velozmente de un lado a otro.

El tiempo se detuvo, pude percibir cuando Miranda salió disparada por la ventana golpeando su cuello con el borde de la misma, mientras atravesaba el cristal. Yo tampoco me abroche el cinturón de seguridad por lo que traspase los parabrisas segundos después de que la camioneta diera su último giro, dejando enganchado a Alex bocabajo con las piernas entre los asientos.

—¡Laurent! ¡Ayúdame! —los gritos desesperados de Alex me hicieron abrir los ojos de golpe, cuando intenté incorporarme, detecté que tenía una rama de árbol clavada en el torso, el fémur de mi pierna izquierda se partió por la mitad y ambas partes salían de mi piel. A pesar de esto, el dolor era mínimo.

Busqué con desesperación a mi madre pero no la veía por ninguna parte.

¿Qué ha pasado?

Acomodo el hueso de mi pierna dentro de ella y sino es porque mis ojos son testigos de lo que sucedía tampoco lo creería; la herida estaba cerrando. El celular no dejaba de sonar, ni siquiera podía notar de donde provenía el sonido.

Me levanté con cuidado para sacar la rama de mi torso, esa herida dolía mucho más que la de la pierna, se sentía como el fuego, ardía conforme avanzaba hacia delante para retirarla por completo, me cuesta trabajo respirar, pero entre más lento lo intentaba más ardía.

—¡Laurent!

—¡Ya voy!

¡Maldita sea! ¡Cómo duele!

Di un último respiro y avancé con rapidez para retirarla de una vez por todas.

De forma inconsciente por el dolor se escapó dentro de mí un grito detonante que ocasionó que las ramas de los árboles se agitaran con violencia.

Mientras emprendía el camino en dirección a la camioneta, me percaté de un gigantesco charco de sangre.

Cambié de dirección y con el corazón en la mano, temiendo que esa sangre perteneciera a Miranda, sentía como la herida que dejó la rama cicatrizaba con cada paso que daba.

Mi Antigua Vida (TRILOGÍA FAMILIA REAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora