▬▬▬ chapter twelve

1.2K 149 38
                                    

capítulo décimo segundo  ━━ tentaciones 》


               Esa tarde, en la agencia, la mujer extranjera había estado de aquí para allá, archivando papeles, organizando carpetas o recomendando palabras para los informes

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

               Esa tarde, en la agencia, la mujer extranjera había estado de aquí para allá, archivando papeles, organizando carpetas o recomendando palabras para los informes.

      Uriel estaba asistiendo a Kunikida, quien no descansaría hasta hacer todos los cambios que había planeado en su libreta. Ella no tenía mucho problema en brindarle su ayuda, después de todo, así era su trabajo.

     Cuando todas las metas llegaron a su fin, el rubio guardó el archivo en el ordenador, retirando sus lentes para limpiarlos, soltando un suspiro. Observó a Laleh en ese momento, encontrándose con una sonrisa amigable sobre sus fauces.

   —Agradezco su ayuda, señorita —pronunció, manteniendo su visión sobre ella.

   —No es nada, señor Kunikida —contestó—. Me alegra mucho haberle ayudado.

     El hombre pausó un segundo, pasando a ver su libreta, manteniendo un rostro serio.

   —¿Podría hacerme un último favor?

   —Por supuesto. ¿En qué puedo ayudarlo?

   —Quisiera anotar lo que me dijo el otro día. Si lo tuviese aquí, lo tomaría más en cuenta. ¿Puede repetirlo?

     Uriel expandió sus ojos con leve impresión, relajándose de inmediato para asentir, esbozando una sonrisa. Con seguridad, repitió las palabras que le dijo a modo de consejo en una de sus conversaciones, apreciando cómo este movía el bolígrafo de repuesto sobre el papel; el primero había sido destrozado en las manos de Kunikida, gracias a su compañero, que reposaba sin pena en el sofá, montando sus piernas en el respaldo, dejando asomar sus zapatos.

     Una vez las palabras cesaron, Doppo cerró el cuaderno, satisfecho.

   —¿Algo más? —preguntó con delicadeza, sin despegar sus orbes de su compañero.

   —Eso es todo. En verdad le agradezco. —Fue sincero, inclinando un poco su cabeza con respeto—. Puede retirarse.

   —Le deseo una buena tarde y noche, Kunikida.

     La frase de despedida que escapó de sus labios, funcionó como una acción detonante; Osamu —al notar que ya se había desocupado—, se levantó de su comodidad acolchada, estirando sus brazos con suma pereza, tomando su usual saco para retirarse con la extranjera, no sin antes soltar una descarada despedida al pobre Kunikida.

     Ambos salieron del edificio, siendo acogidos por el bullicio matutino de la energética ciudad.

   —¿Descansó bien, señor Dazai? —cuestionó sonriente, observando el perfil del castaño en su andar.

Angel ━━Osamu DazaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora