▬▬▬ chapter thirteen

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capítulo décimo tercero  ━━ necedad 》

                    En el mueble decorativo de la estancia, la hora se marcaba en rojo en el reloj digital: la una y trece minutos de la tarde

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                    En el mueble decorativo de la estancia, la hora se marcaba en rojo en el reloj digital: la una y trece minutos de la tarde. Uriel yacía recostada en el sofá, suspirando con cierto cansancio por hallarse aburrida, meneando los ya circulares trozos de hielo que se hallaban en su bebida, creando un tintineo consecutivo. Ese día, decidió dejar a un lado su acostumbrado café, prefiriendo hacerse una limonada, sintiéndose veraniega después de mucho tiempo.

     Con mucha pereza, acabó tras minutos la bebida, dedicándose a morder el hielo que quedaba, como una pequeña costumbre que desde pequeña hacía. Siempre decía que el agua congelada sabía distinto, aunque sea lo mismo, quizás era por las sensaciones que le daban al momento, y si se ponía a indagar en ello, cuestionaba si seguía con el mismo pensar.

     Su mirada pasó con lentitud hacia el reloj, viendo que ya era la una y media. Quedó pensativa un momento, levantándose de la acolchonada superficie, pasando por la cocina momentáneamente para dejar el vaso en su lugar al lavarlo. Una vez estuvo en la habitación que ocupaba, abrió el armario, observando con atención su ropa. Siendo honesta, ni siquiera tuvo que ver por la ventana para adivinar el clima que hacía, pues su piel recibía los rayos del sol. La verdad era que no tenía muchas opciones, y no era porque careciera de conjuntos, sino que no tenía adecuados para el día. Sin duda, el clima de Yokohama no era acorde a sus prendas comunes, así que todo se veía limitado.

     Al final, tomó una falda color crema, junto con una blusa sin mangas de un tono negruzco bastante opaco. Se suponía que para complementar debía usar un blazer gris claro, pero lo que colaba afuera no le agradaba para usarlo. Si era sincera, se le había hecho algo extraño el sentir sus hombros expuestos; hacía tiempo que había usado eso de ese modo, en Italia, para ser específicos, donde el verano estaba a punto de matarla y eso que solo fueron dos semanas. Aunque, si veía el lado positivo, nunca disfrutó tan seguido del helado.

     Su disquisición fue apartada al caer una vez más en la hora, teniendo en cuenta que, si se tardaba más, llegaría tarde. Movida por esa razón, tomó todas las cosas que le eran necesarias y que llevaba a diario..., como el hierro negruzco.

     Dos semanas habían pasado desde lo ocurrido. Uriel había pausado las salidas por unos días, intentando calmarse por haber hecho una acción desmesurada como esa, sintiendo el picor del arrepentimiento seguirle para molestarla. Se había disculpado varias veces con Osamu, aunque este le quitara peso a sus acciones, como si estuviese acostumbrado a eso. Quizás, esa era la paga por lo sucedido en el camposanto, cuando su cuerpo fue empujado contra la hierba y las manos ajenas abrazaron con recelo su cuello.

     Si se ponía a pensar, ambos habían sentido la muerte en las manos del otro, siendo una dinámica tan perturbadora para su santidad y los ideales suicidas de Dazai. Incluso en ese momento se estaban llevando al límite del otro, deseosos de saciar sus objetivos y obtener victoria en ese campo bélico. Jamás dudó de la capacidad ingeniosa del castaño, siempre lo reconoció como un reto, aunque así era con todo aquel que pasaba por sus manos, solo que Osamu llevaba algo distintivo. Él era en verdad difícil, al punto de ser capaz de que Uriel se sintiese dudosa con la acción que tantas veces ha realizado. Siendo así, incluso, que por primera vez, desde que juró en nombre de la flor ajena servir, la hizo cuestionarse qué estaba buscando.

Angel ━━Osamu DazaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora