Más que una amistad

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El joven príncipe y futuro rey de Egipto se encontraba sentado frente a una gran mesa, leyendo un montón de papiros de incalculable antigüedad con expresión de aburrimiento, o tal vez de pena contenida. Le era sencillamente ilógico tener que estar estudiando tonterías sobre sus antepasados cuando el cadáver de su padre estaba siendo embalsamado en el lugar especial destinado a tales fines. Pero, en fin; él pronto ascendería al trono apenas el cuerpo de su antecesor estuviese en su último lugar de reposo, por lo que se le exigía comenzar a empaparse con las responsabilidades que conllevaba ser el rey de la nación más próspera de aquella época. No era que no supiese lo que debía hacer, pues por algo lo habían educado especialmente para ese momento; pero una cosa era saberlo, y otra muy distinta llevarlo a cabo.

Un par de suaves y delgadas manos posándose sobre sus ojos interrumpieron sus meditaciones. Sus labios se curvaron en la primera sonrisa del día al intuir la identidad de la responsable.

—Hola, Mana —saludó con serenidad.

Un instante después, las cálidas manos fueron retiradas de sus ojos y ante ellos apareció la jovencita de cabellos castaños oscuros y ojos de color azul profundo, quien compuso un tierno puchero.

—¿Cómo supiste que era yo? —cuestionó en tono de reproche.

—Es muy simple. Eres la única capaz de hacer algo como eso.

Ella se inclinó sobre el hombro del joven, fijando su atención en los papeles que él leía.

—¿Sigues ocupado con eso, Atem?

—No me llames así tan a la ligera, Mana. Alguien podría escucharte y averiguar lo que pasa entre nosotros.

Ella se rió y revoloteó alegremente a su alrededor.

—¡No te preocupes! Aquí no hay nadie que pueda escucharnos. Estamos solos.

Atem observó a Mana con total embeleso por espacio de un minuto. Admiraba su alegría y, hasta cierto punto, envidiaba su libertad. Habían mantenido una sólida amistad durante sus infancias, que pronto se transformó en algo más cuando él arribó a los 16 años y ella a los 14. Se sintió el chico más afortunado de toda la Tierra Negra en el momento en el que la joven aprendiz de maga aceptó sus sentimientos amorosos. Habían guardado el secreto de su amor, incluso frente a Mahad. A los ojos del mundo entero, ellos eran los mismos buenos amigos de siempre. Nadie reprobaría esa relación; en cambio, un romance... Ahora que se convertiría en faraón, todo se complicaría. Sabía que, más temprano que tarde, se le exigiría establecer un contrato matrimonial con alguna princesa o mujer noble de otro reino para asegurar los lazos del país egipcio con el resto de las naciones poderosas. Esto era algo que atormentaba sobremanera a Atem. Le repelía la idea de un matrimonio sin amor y no soportaría estar lejos de Mana, ni tocar otra piel que no fuera la de ella.

La chica cortó el curso de sus pensamientos por segunda vez, colocándose frente a él para acariciarle el cabello como le gustaba hacer.

—¿Te encuentras bien, Atem?

No hubo respuesta por parte del joven príncipe. Simplemente, este se puso de pie, tomó a Mana por la cintura y la elevó del suelo para hacer que se sentara sobre la mesa. Antes de que la joven maga pudiese formular alguna pregunta o siquiera sorprenderse por esa repentina acción, Atem presionó sus labios contra los de ella con fuerza y avidez. Aunque tomada con la guardia baja, ella le correspondió con creciente pasión, entrelazando sus manos detrás del cuello de él para aferrarse mejor a ese cuerpo. Una de las manos del muchacho se coló bajo el corto vestido blanco de la chica, alcanzando el sedoso muslo femenino. Mana se sonrojó como nunca pensó que fuese posible, pues jamás habían llegado más allá de unas simples caricias y algunos besos.

—Mana, prométeme que, pase lo que pase, lucharemos por nuestro amor —susurró él entre los deliciosos labios de la joven.

—No tienes ni que decirlo —musitó ella, estremecida de pasión—. Te lo prometo, Atem.

El príncipe se lanzó a por un beso más y llevó su otra mano hacia el pecho de ella, oprimiendo con suavidad. Mana tembló de deseo, la caricia había obrado un visible efecto sobre ella. El beso se volvió más profundo, húmedo y apasionado. Los labios se devoraban incansablemente mientras podían, hasta que la falta de oxígeno los obligó a separarse. Sus ojos se encontraron, igual de obnubilados y oscurecidos por el deseo.

—¿Y si alguien nos ve? —indagó Mana, mostrándose retraída por primera vez ante su príncipe, como lo llamaba en sus pensamientos.

Atem fue devuelto de golpe a la realidad, consciente de la veracidad de lo que ella planteaba. Con agilidad, la ayudó a bajar de la mesa y a arreglar sus ropas un poco desordenadas.

—Tienes razón, lo siento, Mana —murmuró el príncipe un poco avergonzado.

La joven le acarició la mejilla con ternura y lo vio con una dulce sonrisa.

—Tranquilo, me ha gustado —Al instante de haber pronunciado esas palabras, un rubor invadió sus mejillas.

—¿Eso significa que podemos continuarlo más tarde? —indagó el futuro rey egipcio con una mirada coqueta, sin apenas darse cuenta de ello—. Ya sabes, en nuestro rinconcito secreto.

—De... De acuerdo —balbuceó Mana, sintiéndose tímida por vez primera en su vida, pues podía intuir que su relación con el príncipe estaba a punto de alcanzar el siguiente nivel, cuando completaran lo que habían comenzado allí.

—¡Mana! ¿Dónde estás, muchacha? —llamó una voz algo molesta, que ambos reconocieron al instante.

—¡Aquí estoy, maestro Mahad! —El aludido no tardó en aparecer por la gran biblioteca del palacio—. Solo estaba ayudando al príncipe con sus labores.

—Querrás decir que lo estabas distrayendo de sus deberes —refutó Mahad, cruzándose de brazos y viéndola con severidad.

—¡Exacto! —admitió sin reparos la aprendiz, logrando sacarle una expresión de sorpresa a su maestro—. Quise distraerlo un poco, las tareas que le asignaron son muy pesadas y su padre acaba de morir, después de todo —Mahad asintió lentamente, comprendiendo las razones de la joven—. Para eso están los amigos, ¿verdad?

—Sí, así es —concedió el mago, aunque era uno de los pocos que sospechaba que entre esos dos existía mucho más que una amistad.

Y no se equivocaba. Aún sin sus recuerdos, la imagen de Mana permanecería por siempre en el corazón del joven faraón.












Pedido por ChaosFallenAngel

Entre corazones, juegos y amores [One-shots - Yu-Gi-Oh! Duel Monsters]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora