Inocente amor

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Yūgi observó la flor marchita en el fondo de la caja que alguna vez contuviera al Rompecabezas del Milenio y suspiró con pesar. Ahora que el faraón se había ido, no tenía con quién hablar acerca de sus más íntimos sentimientos. Aquellos pétalos sin vida representaban para él un preciado recuerdo que deseaba conservar, ahora más que nunca. Rememoró la ocasión en la que le había ofrecido esa flor a una niña de cortos cabellos castaños y ojos azules, tan linda como un ángel a sus ojos, quien se reía con simpatía ante el sonrojo que invadió el agraciado rostro de un Yūgi de seis años de edad; tanta había sido su vergüenza en aquella ocasión, que terminó por salir corriendo, dejando caer la flor en el proceso. Ella, tan gentil, la recogió y la conservó hasta que encontró la oportunidad de devolvérsela, dos días después. Esa misma niña, la que años después se convertiría en su mejor y única amiga hasta el completamiento del Rompecabezas Milenario, era la que había capturado su corazón desde el primer instante en que la vio. Esa certeza lo hizo suspirar; mas las razones por las que estaba pensando en ese día de nuevo le provocaron un nudo en el estómago.

Tea estaba a punto de marcharse hacia América, donde había obtenido una beca en un excelente colegio para convertirse en bailarina. Pasarían muchos meses, tal vez años, antes de que volviese a verla otra vez. Pero... ¿Cuándo tendría la oportunidad de expresar lo que sentía por ella?

Movió la cabeza de forma negativa. Las oportunidades habían sobrado. En los límites de sus múltiples aventuras, en sus momentos de soledad, incluso en la cena que Joey había propuesto para despedirla. Lo pasó todo por alto, sin poder encontrar el valor suficiente para declararse.

Últimamente, notaba que Tea lo miraba de manera diferente y creyó ver un asomo de rubor en sus mejillas varias veces mientras lo hacía. Después de todo, él ya había crecido. Aunque no era un hombretón, tampoco era el mismo enano de antes y ya parecía más un adolescente, como Joey o el propio faraón. Pero... tal vez sus ojos lo engañaban. Quizá era su propio deseo de ser amado por Tea lo que ocasionaba que él percibiera señales erróneas en ella. No quería ser un premio de consolación o un reemplazo del faraón para la mujer que amaba.

El sonido del celular lo arrancó de sus pensamientos. Tomó el aparato que estaba sobre la mesa de trabajo y miró la pantalla. Se trataba de su amor en silencio.

—Hola, Tea —respondió, sonando un poco más titubeante de lo habitual.

—¡Hola, Yūgi! —exclamó la chica, como si le alegrase oír su voz—. Mañana me marcho a América —Ahora sonaba bastante desanimada, lo cual sorprendió un poco al joven—. Me preguntaba si podrías venir a despedirme al aeropuerto.

—¡Claro, Tea! —confirmó Yūgi con entusiasmo—. Allí estaré.

—¡Genial! —gritó la bailarina, notándosele de repente más animada—. Mi vuelo saldrá a las nueve de la mañana. Te estaré esperando.

A medida que se acercaba a la puerta del salón de espera del aeropuerto, Yūgi podía sentir cómo sus piernas perdían fuerzas. Pero no era todo lo que vacilaba; su resolución también había comenzado a debilitarse. Tan solo unas horas atrás, se encontraba completamente decidido a confesarle sus sentimientos a Tea.

«No puedo dejarla ir sin que sepa que la amo».

Sin embargo, ahora temblaba por dentro ante la sola idea de decirle una palabra de amor a quien había sido solo una amiga para él durante años. ¿Y si ella no le correspondía? ¿Y si su amistad se destruía por una razón tan tonta? Tantas dudas... Se burló de sí mismo en el interior de su mente. ¿Dónde estaba esa resolución que presumía haber aprendido del faraón? No existía tal cualidad en él; ahora lo sabía.

—¡Yūgi! —Tras esa dulce y alegre voz, la imagen de Tea corriendo hacia él se hizo presente.

Era como la había visto muchas veces en sus sueños más agradables: yendo a su encuentro llena de dicha, queriendo envolverlo con su mirada amorosa y estrecharlo entre sus brazos. El chico de ojos púrpura tragó grueso. Una repentina sensación de nervios, muy similar al pánico escénico que lo invadía cuando era el centro de atención, se apoderó de él con una oleada de emociones. La tonalidad rojiza se apropió de su rostro. Por otra parte, la reacción de Tea no ayudaba para nada. Ella lo abrazó y se escondió en el pecho de él.

—Ho... Hola, Tea —apenas logró articular Yūgi, sintiendo la tensión presente en su cuerpo ante el inesperado abrazo.

Se sorprendió cuando notó que su chaqueta se humedecía ligeramente en el área del pecho.

—Yūgi... Voy a estar en América durante dos años —balbuceó Tea con voz sollozante antes de que él pudiese formular alguna pregunta—. ¡Te voy a extrañar demasiado!

—Yo también te extrañaré, Tea —dijo Yūgi, componiendo una inocente sonrisa—. Pero piensa que estarás cumpliendo tu sueño; además, siempre podremos comunicarnos por teléfono o por correo —Ella alzó la cabeza y buscó la mirada púrpura hasta conectarla con sus ojos azules. Lo que había en ellos, Yūgi no alcanzó a descifrarlo; era ¿desilusión?—. Por cierto, ¿dónde están Joey y Tristán? Pensé que vendrían a despedirse.

—Ya les dije adiós durante la cena —Tea se separó de él y se abrazó a sí misma, mientras miraba hacia otro lugar—. Solo te llamé a ti para que pudiéramos vernos por última vez.

«Los chicos comprendieron cuando les expliqué. Pero parece que no valió la pena. ¿Por qué los hombres son tan despistados?»

Yūgi ladeó la cabeza y le dirigió una mirada de desconcierto. Le pareció que no ver a sus otros dos fieles amigos por última vez antes de marcharse no era algo propio de Tea, pero su actitud actual le pareció aún más incomprensible. De repente, la sentía muy distante, como si ya estuviera del otro lado del océano. Contrario a lo que se pudiera pensar, esto disipó un poco sus nervios; se armó de valor para hacer su confesión. Se aclaró la garganta, ganándose la atención de ella.

—Tea, tengo algo muy importante que decirte.

El tono solemne de esas palabras captó por completo la atención de la joven.

—Dime, Yūgi.

—¿Recuerdas aquella flor que te di cuando éramos niños, y que luego me devolviste? —Ella asintió con una sonrisa al evocar tan tierno recuerdo—. Desde ese momento, yo siempre... Yo... ¡Yo te amo, Tea!

El chico de cabellos puntiagudos se sonrojó, pero el silencio de ella lo asustó bastante. Al notar su expresión neutral, él se quedó como de piedra. Tea se limitó a acercarse a él, se inclinó hacia adelante y le plantó un beso en los labios.

—Pensé que nunca me lo dirías, Yūgi.








Pedido por ChaosFallenAngel

Entre corazones, juegos y amores [One-shots - Yu-Gi-Oh! Duel Monsters]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora