El amor llega con la tormenta

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La bellísima imagen de multimedia es cortesía de mi buena amiga ChaosFallenAngel
¡Gracias por tu aporte!
Pueden considerar este one-shot como la continuación directa de "Amor entre sombras".

















El día no aparecía para nada apacible. Cuando la lluvia comenzó a arreciar, Yami Yūgi y Shizuka tuvieron que desistir de su paseo matinal y refugiarse en una caseta a un lado del camino. Riendo como niños y evadiendo el quedar empapados, contemplaron el fuerte torrencial bajo el improvisado techo. Llevaban casi un año de relación, pero nadie sabía sobre ello; a excepción de Yūgi, cuya participación en el secreto era, por demás, inevitable.

Al notar que ella se estremecía al tiempo que se abrazaba a sí misma, él la rodeó con sus brazos de manera gentil para proporcionarle calidez. Shizuka se sonrojó casi al instante.

—Y pensar que estaba siendo un día tan hermoso, ¿eh? —comentó la joven para desviar la atención de la vergüenza que aún la embargaba cuando era tocada por él.

—A tu lado, todos los días son hermosos —afirmó el Faraón, aumentando el rubor que acometía a la hermana de Jōnouchi—. Pero la lluvia no arruinó nuestra cita. Al contrario, nos dio la oportunidad de acercarnos de este modo.

Como la lluvia prometía ser para largo, ambos tomaron asiento en el rígido suelo, ella sobre el regazo de él. Se recostaron a la pared más cercana mientras sus labios vivían un añorado encuentro. Gracias al suave cantar de la lluvia cayendo y a sus propios cansancios, el sueño se apoderó de ellos.

E iniciaron el fantástico viaje hacia el mundo onírico.

Con su vestimenta de faraón, Atem se vio a las orillas del Nilo. La sensación de que esperaba por alguien especial se adueñó de su pecho. De repente, escuchó a lo lejos el galopar de un caballo y observó atentamente en la dirección de la que provenía el sonido. A los pocos minutos, apareció Shizuka sobre un esbelto corcel, ataviada con un largo y elegante vestido blanco. Atem admiró lo bien que le sentaban las doradas joyas egipcias. Ella llegó hasta el sitio en el que se encontraba el rey de Egipto, quien le ofreció la mano con gentileza para ayudarla a descender de la cabalgadura. Cuando la tuvo a salvo entre sus brazos, un rubor asaltó ambos rostros juveniles.

—Atem —Extrañamente, ella conocía su verdadero nombre; pero eso era un sueño, y cualquier cosa podía suceder.

—Shizuka —correspondió él—, te estaba esperando.

—Lo sé. El Antiguo Egipto es muy bello. Gracias por traerme a este lugar.

—No, gracias a ti por estar a mi lado.

La pareja comenzó a bordear las orillas azuladas del viejo Nilo. La brisa producida por las palmeras que los rodeaban jugueteaba con los largos cabellos de Shizuka. El Faraón no podía dejar de apreciar la belleza de su pareja.

El cielo comenzó a salpicarse de estrellas de plata a medida que iba cayendo la noche. Una inmensa luna blanca dejó caer su dulce luz sobre ellos cual si fuese un abrazo maternal. Shizuka aprovechó una distracción por parte del joven –quien escudriñaba la noche egipcia en busca de posibles peligros– para contemplarlo detenidamente, embelesada con su regia figura. Él la sorprendió en dicha acción, lo que puso colores carmesí en las tersas mejillas femeninas.

—¿Qué pasa? —indagó Atem, alzando una ceja con extrañeza.

—Nada. Es que... eres tan hermoso, Atem —susurró Shizuka, desviando la mirada con los dedos entrelazados frente a su regazo.

Dejando escapar una risilla enternecida, el rey la tomó por la barbilla y prensó los labios ajenos con los suyos, causando que ambas bocas de fundieran en un beso largo y apasionado. Tan solo se permitió una pequeña pausa para afirmar:

—Tú eres mucho más hermosa.

Continuó su asalto a la boca femenina con otro beso aún más profundo, que los llevó a despojarse lentamente de las ropas, casi sin ser conscientes de sus acciones en realidad. Atem sabía que debía aprovechar la oportunidad que se le ofrecía, puesto que el mundo de los sueños era el único lugar donde tendría la posibilidad de hacerle el amor a la dueña de su corazón. La cruda realidad era que nunca podría conocer carnalmente a Shizuka; las circunstancias se lo impedían a las claras.

Pero Shizuka parecía desearlo tanto como él. Respondió con pasión desbordada a cada caricia, a cada beso. Los gemidos que se derramaron de sus labios cuando él terminó por hundirse en ella y culminó en una oleada de placeres, tuvieron como únicos testigos a la luna cómplice y al desierto silencioso.

Las arenas calmas empezaron a agitarse como fieras de manera repentina. Los amantes, sobresaltados, apenas tuvieron tiempo de aferrarse el uno al otro. El viento rugía como un animal herido, llevándose todo a su paso.

—¡Es una tormenta de arena! —reconoció el Faraón, cuyas fuerzas no eran nada ante el azote implacable de los fenómenos de la naturaleza—. ¡Shizuka, sujétate!

—¡Tengo miedo, Atem! —sollozó ella, aferrándose a él con todas sus energías.

—¡No temas, yo te protegeré!

—¡¡Aaaaahhhhh!! —exclamaron ambos al unísono.

Y así, tan desnudos como habían nacido, la pareja fue arrastrada por la férrea tormenta.







—¡¡Aaaaahhhhh!!

Yami Yūgi y Shizuka casi golpearon sus cabezas entre sí al despertar bruscamente del sueño en el que habían estado envueltos.

—¿También soñaste eso? —inquirió el Faraón, mirando a su pareja tras recuperar la compostura.

—Sí, aunque no recuerdo algunos detalles —musitó Shizuka con el rostro cubierto de rubor, puesto que sí podía rememorar con claridad la vívida escena erótica que se había suscitado entre ellos.

«Fue tan placentero...», suspiró emocionada.

—Yo tampoco logro recordarlo todo —afirmó el Faraón, agradeciendo en su interior que su cuerpo no sufriera ninguna reacción extraña por culpa de la parte que sí recordaba con claridad—. La lluvia ha cesado.

En efecto, un radiante sol iluminaba ya el cielo coronado por un precioso arcoiris que se robó toda la atención de Shizuka. Distraídos por las maravillas de la naturaleza, ninguno de los dos se percató de la llegada de Jōnouchi. Por suerte, les había dado tiempo de mantener la distancia necesaria para disimular, como siempre lo hacían.

—Hola, chicos. ¿Qué hacen por aquí? —preguntó el rubio, extrañado por notar la presencia del Faraón junto a su hermana.

—Hola, Jōnouchi-kun. Iba camino a casa y me encontré con Shizuka, entonces nos sorprendió la lluvia —explicó el milenario rey con naturalidad.

Shizuka ni siquiera lo miró. Debían ser discretos, sobre todo frente a Jōnouchi. Con el rostro iluminado por la alegría, se arrojó a los brazos de su hermano mayor, quien la abrazó de inmediato.

—¡Onii-chan! ¡Te he extrañado! —exclamó.

—Eh, también te he echado de menos, hermanita —replicó el rubio con cariño, sin imaginarse lo que sucedía en realidad. 

Y es que, aún apoyada en el hombro de Jōnouchi, Shizuka le envió un furtivo guiño coqueto al rey de su corazón.

Entre corazones, juegos y amores [One-shots - Yu-Gi-Oh! Duel Monsters]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora