Capítulo XLIII

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Narrador anónimo:

Se quedaron pensativos un instante.

Agus: ¿Como se llamaba? -preguntó, aunque Maxi sabía ya la respuesta.-

Martha: El padre Aleix, el señor Mark y la niña... -respiró hondo- ...Martha... -lo dijo en un pequeño susurro, pero ellos la entendieron.-

Agus: ¿Porqué nos dijiste que tu padre y tu vivíais aqui desde que eras pequeña?

Martha: Porque no os conocía mucho y... en el fondo tenía miedo de desterrar el pasado... Lo que os conté no es del todo mentira. Es cierto que fue mi padre quien me enseñó la canción esa con la guitarra, también es verdad que viví aqui desde pequeña, los ocho años yo los considero pocos...

Agus: Osea, que vuestro padre aún esta vivo, ¿No?

Martha: Es posible, no lo sé. Imagino que cuando se lo llevaron lo metieron en la cárcel. Quizá este buscándome, tal vez se haya olvidado de mí...

Agus: ¿Y porqué no vas a buscarlo?

Martha: Por que no se dónde está. Lo arrestaron en un pueblo de unos trescientos habitantes, lo más posible es que lo llevaran a la ciudad, pero no puedo asegurarlo.

Maxi: ¿Cual es la ciudad más cercana a este bosque?

Martha: Buenos Aires. Pero aún está lejos, eh.

Agus: Allá vivimos nosotros. -Martha sonrió.-

Martha: No voy a ir a buscar a mi padre. Soy feliz aqui. -hizo una mueca- ¿Podemos cambiar de tema? -los demás accedieron y empezaron a hablar de cosas más banales.-

Rieron mucho, jugaron a hacer retos entre ellos, contaron chistes y, finalmente, quedaron rendidos en los sacos de dormir, completamente muertos de sueño.

Martha se levantó. La luz del sol se colaba por el agujero del techo de la cueva. Vió a los chicos, seguían dormidos, en su saco de dormir. Sonrió. Allí estaban ellos, la razón de su sonrisa. El motivo de que se despertase con ganas de verlos y hacer tonterías juntos. Era magnífico tenerlos a su lado.
Salió del saco y lo dobló. Buscó en la mochila que le habían traído los chicos. Si era verdad que no habían rebuscado en ella, su libreta y un bolígrafo estarían en el bolsillo pequeño. Miró y allí estaban. Arrancó una de las hojas y escribió:

             Chicos, me he ido ya a casa, podéis quedaros en la cueva hasta la hora de de comer, yo voy a hacer las tareas: ordeñar, coger los huevos... igual bajo al pueblo, así que si no estoy en casa cuando lleguéis, esperarme allí. No hace falta que trabajéis hoy, supongo que estaréis cansados, así que no os preocupéis. Por la tarde no sé que haremos, por lo que pensar algo. No os olvidéis de recoger todo. Lo de los papelitos dejarlo, porfis. Pero a los peces soltarlos, no son de compañía por lo que morirían.
                Un beso. Martha.

Una vez terminada la nota, la colocó en un lugar donde estaba segura que lo verían. Cogió la mochila y el saco y subió por la cuerda para salir a la fresca mañana de verano.

Las estrellas no son de campo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora