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Liverpool, 1830

Tenía que escapar.

El rumor de la sofisticada charla, el brillo de las arañas de cristal, que salpicaban de cera caliente a los que bailaban en el salón, y la profusión de olores que anunciaba la inminencia de una suculenta cena resultaban agobiantes al Lord Richard Starkey.

Había sido un error asistir a un acto social tan poco tiempo después de la muerte de Maureen. Naturalmente, la mayoría de la gente no consideraría que tres años fueran poco tiempo. Richard había mantenido el luto riguroso durante un año y un día, apenas aventurándose fuera de casa, salvo para pasear por el jardín con su hijita Lee. Había tomado la mayor parte de sus comidas solo, cubierto todos los espejos de la casa con crespón negro y escrito cartas en papel con orla negra, para que toda relación con el mundo exterior llevara el sello de su dolor.

Durante el segundo año, había seguido vistiéndose de negro. Luego, durante el tercer año, Richard había pasado al medio luto, lo que le había permitido llevar gris o azul.

Una vez finalizadas todas las etapas del luto, Richard había dejado el refugio oscuro y reconfortante del período de duelo para introducirse en un esplendoroso mundo social, que se le había vuelto terriblemente extraño.

Cierto, las caras y el ambiente eran exactamente como los recordaba... salvo que Maureen ya no estaba con él. Le parecía que su soledad llamaba la atención, le incomodaba su nueva identidad de viudo. Como todos los demás, siempre había considerado a los viudos figuras sombrías dignas de lástima, hombres que iban envueltos en un trágico manto invisible, independientemente de cómo se vistieran.

En estos momentos comprendía por qué tantos viudos que asistían a actos como aquél parecían querer estar en alguna otra parte. Los conocidos lo abordaban expresándole su condolencia, le ofrecían una copa de ponche o unas palabras de consuelo, y se marchaban disimulando su alivio, como si hubieran cumplido con un deber social y por fin fueran libres para disfrutar del baile.El propio Richard había actuado así con otros viudos en el pasado, deseando ser amable, pero sin querer que la desolación que se les reflejaba en los ojos le afectara.

Curiosamente, Richard no había imaginado que pudiera sentirse aislado entre tanta gente. El espacio vacío que había a su lado, donde debería haber estado Maureen, le parecía dolorosamente tangible. De forma inesperada, sintió algo semejante a la vergüenza, como si hubiera irrumpido en un lugar al que no pertenecía. Él era la mitad de algo que en un tiempo había estado completo. Su presencia en el baile sólo le servía para recordarle la pérdida de una mujer profundamente amada.

Notaba la cara tensa y fría mientras se dirigía sin apartarse de la pared hacia la puerta del salón. La dulce melodía que tocaban los músicos no lo había conseguido animar, al contrario de lo que sus amigos le habían sugerido de buena fe... más bien parecía que la música sólo se reía de él.

Hubo un tiempo en el que Richard habría bailado tan despreocupado y dispuesto como los jóvenes presentes aquella noche, con la sensación de que volaba en brazos de Maureen. Estaban hechos el uno para el otro, y eso había suscitado comentarios y sonrisas de admiración.

Él y Maureen tenían un físico similar. La diminuta estatura de Richard armonizaba con la talla mediana de ella. Aunque Maureen no era alta, estaba en muy buena forma y era muy apuesta, con el cabello negro, unos ojos marrones muy vivos y una sonrisa deslumbrante siempre a punto de asomar. Le encantaba reír, bailar, hablar. Ningún baile, fiesta o cena había estado jamás completo sin ella.

«Oh, Maureen. —Richard notó que los ojos le escocían—. Qué afortunado fui al tenerte. Qué afortunados fuimos todos. Pero ¿cómo voy a seguir adelante sin ti?»

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora