veinticuatro;

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Harrison restregó la boca contra la suya, una presión deliciosa que lo incitó a incorporarse, ávido de más besos. George volvió a besarlo, explorándole la boca con la lengua, y Richard se abandonó por completo a él. Harridon se colocó encima, y el ojiazul notó su sexo duro entre las piernas.

Cuando George gimió, Richard se estremeció y bajó la mano. La cerró sobre su miembro y empezó a acariciarlo con inseguridad. Se ruborizó cuando él le enseñó a hacerlo con más fuerza y rapidez, ayudándolo con su propia mano.

—¿No debería acariciarte con más suavidad? —le preguntó Richard, avergonzado y excitado al mismo tiempo.

—Sabes cómo somos los hombres. Nosotros sólo necesitamos entusiasmo—dijo él con voz ronca.

Sin articular palabra, Richard demostró su entusiasmo hasta que él le retiró la mano con una maldición y un gemido.

—Basta —consiguió decir—. No quiero que esto termine demasiado pronto.

—Yo sí. —Richard se abrazó a él y lo besó en el pecho y en el cuello—. Te deseo.., oh, George, quiero...

—¿Lo que hicimos en la glorieta? —susurró él, mirándolo con perversidad.

Richard asintió contra su cuello y abrió las piernas debajo de él. Estaba tenso y temblaba, ardiendo en deseos de que lo tomara, lo poseyera. Él empezó a acariciarlo lentamente, como si lo explorara; primero el cuello, luego el estómago, el vientre, y Richard gimió excitado cuando George se percató que lo estaba tocando.

Sus dedos eran inteligentes y procedían con una lentitud exasperante. Richard alzó las caderas con apremio, buscando la estimulación que George le negaba, y entonces notó su boca deslizándose por su piel, desde el pecho hasta el estómago. Lo sujetó por las caderas,  cambiándolo de postura, y Richard se sobresaltó cuando él lo besó en su parte íntima. Exclamó algo, un sonido incoherente que podría haber sido de protesta o de aliento, y George alzó la cabeza para mirarle el rostro inflamado.

—Mi dulce Ringo—dijo en voz baja—. ¿Te he sorprendido?

—Sí—gimió él.

—Ahora, quiero que te relajes ¿bien?

Richard lo miró avergonzado.

—George, no podría...

—Ahora. —Y George respiró entre sus muslos, haciéndolo temblar de la cabeza a los pies.

Richard cerró los ojos y obedeció. George lo acarició, y luego Richard notó su boca, la caricia de su lengua en su intimidad, y se retorció de placer. Le parecía imposible que aquello estuviera sucediéndole a él, que estuviera experimentando aquella intimidad tan dulce y tan terrible a la vez. Notó cómo lo lamía, y la sensación se hizo más intensa y fue extendiéndose hasta que Richard gimió como jamás lo había hecho en su vida. Sus gemidos y súplicas parecieron excitar a su atrevido amante. George gimió y lo sostuvo por las nalgas, aplastándolo contra su boca. Siguió excitándolo con la lengua hasta que el ojiazul ya no pudo soportar tanto placer. Gritó enfebrecido y el tormento dio paso a una explosión de placer. George no apartó la boca hasta que Richard dejó de temblar por completo, quedándose débil y aturdido.

Luego, George se colocó encima, acoplando su cuerpo lustroso y poderoso al de él. Richard notó su sexo grande y duro apretándose contra él.

—George, ten piedad —suplicó con los labios secos.

—Para ti no hay piedad, señor mío. —Le tomó la cara entre las manos, besándolo mientras lo penetraba. Richard inspiró profundamente, abriéndose para recibirlo, notando la invasión de su miembro erecto. George le separó las piernas con las suyas y lo penetró más profundamente, hasta que Richard gimió en su boca. Notarlo dentro lo excitaba y, a pesar de estar cansado, se arqueó de placer. George empezó a empujar con un ritmo regular, frotándole los pezones endurecidos con el vello del pecho. Richard echó la cabeza hacia atrás extasiado cuando él lo cubrió de besos y suaves mordiscos en el cuello.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora