Epílogo.

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-¡Más alto, papá, más alto!

Richard soltó más cuerda, y la corneta cabeceó y ganó altura en el cielo salpicado de nubes, con su gran cola verde de seda revoloteando en el fuerte viento. Lee trotaba junto a él, gritando de felicidad. Sin saber cómo, los dos cayeron al suelo, riéndose como locos. Lee se puso en pie automáticamente, recogió el rollo de cuerda y siguió corriendo, con los cabellos rubios ondeando al viento. Richard se quedó en el suelo, tendido boca arriba. Sonriendo, se relajó en el mullido césped mientras el sol le daba de lleno en la cara.

-Rich. -La ansiedad que percibió en la voz de su esposo lo arrancó de su ensoñación. Rodó sobre el costado y le sonrió interrogante. George venía hacia el desde la casa, andando a grandes zancadas y con aspecto de estar preocupado.

-Estabas mirando por la ventana de la biblioteca -musitó Richard, indicándole con el dedo que se sentara junto a él en el suelo.

-He visto cómo se caían -dijo George con brusquedad, agachándose junto a él-. ¿Estás bien?

Richard se tendió de espaldas, sin importarle que la hierba pudiera mancharlo, sabiendo que parecía más ser un campesino que el gran hombre para lo que lo habían educado.

-Acércate más y te lo demostraré -dijo el ojiazul con voz oscura.

George se rió a regañadientes mientras lo recorría con la mirada, viéndolo tumbado en aquella postura tan abandonada. Richard se quedó quieto mientras él lo observaba, esperando que sus reticencias hacia Richard hubieran empezado a menguar. Después de seis semanas de recuperación, Richard había recobrado la salud por completo. Volvía a tener las mejillas rosadas y rebosaba vitalidad, e incluso estaba un poco relleno. Sabía que jamás había tenido mejor aspecto ni se había sentido mejor, y junto con la salud había recobrado su deseo natural de estar físicamente con su esposo.

Irónicamente, la recuperación de George había sido algo más lenta que la de él. Aunque estaba tan afectuoso y bromista como siempre, lo trataba con un comedimiento exagerado y lo tocaba con un cuidado innecesario, como si pudiera hacerle daño involuntariamente. Aunque había recuperado parte del peso que había perdido, aún estaba un poco delgado, demasiado alerta y tenso, como si estuviera aguardando a que algún enemigo invisible se abalanzara sobre él.

George no le había hecho el amor desde que había caído enfermo. No había duda de que lo deseaba, y después de dos meses de abstinencia, un hombre con su potencia sexual debía de estar sufriendo muchísimo. No obstante, él había rechazado los recientes avances de Richard con suavidad y tacto, prometiéndole que volverían a estar juntos cuando el ojiazul se encontrara mejor.

Obviamente la opinión que George tenía sobre la salud de Richard era muy distinta de la que tenía Richard, e incluso el doctor Linley. El médico había informado a Richard con mucho tacto de que podía retomar la actividad conyugal normal en cuanto se sintiera capaz. No obstante, Richard no parecía poder convencer a George de que su salud ya no era un obstáculo para recibirlo en su cama.

Deseando que George se relajara, fuera feliz, perdiera el control en sus brazos, Richard lo miró provocativamente.

-Bésame -musitó-. Aquí no hay nadie aparte de Lee.., y a ella seguro que le da lo mismo.

George vaciló y se inclinó sobre él, rozándolo suavemente con la boca. El ojiazul le rodeó el cuello con un brazo.

Atrayéndolo hacia sí, le rozó los labios con la lengua, pero él no lo siguió. Le tomó suavemente la muñeca y le apartó la mano del cuello.

-Debo regresar -dijo con un temblor en la voz, y suspiró profundamente-. Tengo trabajo. -Se estremeció y, riéndose brevemente, se puso ágilmente en pie y posó en Richard una torturada mirada de amor. Luego regresó a la casa mientras Starkey se sentaba en la hierba y contemplaba su esbelta figura alejarse.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora