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Absorto en sus pensamientos, Richard había olvidado que aquella mañana tenía una cita con Clapton, su supuesto prometido, para salir juntos a cabalgar. Mucho después de que Louise Harrison se hubiera marchado, aún Richard estaba sentado en la habitación de las visitas con una taza de té tibio en la mano.

Tenía la mirada clavada en el líquido lechoso y buscaba las palabras adecuadas para convencer a George de que lo perdonara y volviera a confiar en él. No creía que hubiera una forma fácil de abordar la cuestión. Sencillamente tendría que ponerse a su merced y confiar en que todo saliera bien. Sonrió irónico al pensar que le habían enseñado cien formas distintas de rechazar educadamente a un caballero, pero que en su repertorio no había ninguna para recuperarlo. Conociendo la soberbia de George y sus formidables defensas, Richard sabía que no cedería fácilmente.

Le haría pagar caro por la manera en que había huido de él; le exigiría su rendición incondicional.

—Dios mío, ¿por qué está tan seria esa cara tan bonita?

Eric, lord Clapton, entró en la habitación. Alto y atlético, llevaba un traje de montar oscuro. Con sus cabellos, su discreta gallardía y su porte elegante, era el hombre con el que cualquier mujer habría soñado. Sonriéndole con melancolía, Richard decidió que había llegado la hora de quemar las naves.

—Buenos días. —Le indicó que se sentara junto a él.

—No estás vestido para ir a montar —observó Clapton—. ¿He llegado demasiado pronto, o has cambiado de opinión sobre lo que te apetece hacer esta mañana?

—He cambiado de opinión sobre muchas cosas, me temo.

—Ah. Presiento que vamos a tener una conversación seria. —Clapton le sonrió con desenfado, pero sus ojos adoptaron una expresión vigilante.

—Eric, tengo tanto miedo de perder tu amistad después de lo que quiero decirte. Él le tomó la mano con suavidad. Cuando alzó los ojos, su mirada era grave, amable y serena.

—Querido amigo, tú no me perderás jamás. No importa lo que digas o hagas.

Tras un mes de compañerismo, los dos habían adquirido una profunda confianza en el otro, lo cual permitió a Richard hablar con la honestidad y la contundencia que Clapton merecía.

—He decidido que no quiero casarme contigo.

Él no parpadeó ni demostró la más mínima sorpresa.

—Siento oír eso —dijo en voz baja.

—Tú no te mereces otra cosa que no sea un matrimonio por amor —se apresuró a proseguir Richard—. Un amor verdadero y maravilloso con una mujer sin la que no puedas vivir. Y yo...

—¿Y tú? —preguntó él, reteniendo su mano.

—Voy a reunir el valor necesario para ir a ver al señor Harrison y pedirle que me tome como esposo.

Se hizo un largo silencio, mientras él asimilaba las palabras de Richard.

—¿Te das cuenta de que si te unes a él muchas personas de nuestra clase pensarán que has caido en desgracia? Habrá círculos que jamás volverán a aceptarte...

—No importa —le aseguró Richard con una sonrisa nerviosa—. Mi reputación sin tacha fue un frío consuelo en los años que siguieron a la muerte de Maureen. Lo cambiaré gustoso por la oportunidad de ser amado. Lo único que siento es haber tardado tanto tiempo en darme cuenta de lo que realmente importa. Desde que Maureen murió, he tenido un miedo atroz a sufrir de nuevo y, por ese motivo, me he mentido a mi mismo y he mentido a todo el mundo.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora