veinte;

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-No lo entiendo -dijo Louise apesadumbrada-. ¿Es por algo que yo haya hecho... o es que ha acabado dejándome por imposible? Me aplicaré más, señor. Lo prometo...

-No tiene nada que ver con usted -le aseguró Richard, asiéndole firmemente la mano.

Después de haberse pasado la noche en vela, se había levantado con los ojos legañosos, más resuelto que nunca a no dar marcha atrás. Tenía que hacerlo, antes de estropear aún más las cosas. Su propio cuerpo se le hacía extraño, invadido aún por las sensaciones que había sentido en el encuentro del día anterior en la glorieta. Hasta el momento, no había sabido lo placentero que era fornicar, no comprendía su poder para arruinar la vida a las personas, destruir familias y disolver los votos sagrados. Había descubierto por qué los hombres y las mujeres tenían aventuras, y por qué lo arriesgaban todo por ellas.

Maureen no habría reconocido a su esposo, amoroso y virtuoso, en el hombre que se había entregado a George Harrison. Maureen se habría horrorizado al ver en lo que se había convertido. Avergonzado y lleno de aprensión, Richard le había pedido a Linda que empezara a hacer el equipaje cuanto antes. Había intentado explicarle a Lee, con la mayor suavidad posible, que ya era hora de que regresaran con los Cox, y, naturalmente, la noticia había trastornado a la niña.

-¡Pero si aquí estoy muy bien! -había gritado Lee enojada. Los ojos azules se le habían inundado de lágrimas-. Quiero quedarme, papá. ¡Iros tú y Linda, y yo me quedo aquí!

-Éste no es nuestro sitio, Lee -había respondido Richard-. Sabes perfectamente que no pensábamos quedarnos para siempre.

-Dijiste que nos quedaríamos un año -le rebatió Lee, recogiendo a Magdalena del suelo y abrazándola con todas sus fuerzas-. No hace un año, y aún falta mucho, y tú tenias que enseñarle modales al señor Harrison.

-Ya le he enseñado todo lo que tenía que enseñarle -dijo Richard con firmeza-. Ahora, deja de dar el espectáculo, Lee. Comprendo que estés triste, y me duele terriblemente, pero no debes importunar a los Harrison con esto.

Cuando Lee se hubo marchado corriendo a algún rincón de la casa, Richard había hecho el esfuerzo de pedirles a la madre de George y a Louise que se reunieran con él en el saloncito después del desayuno. No era fácil decirles que iba a marcharse dentro de un par de días. Para su sorpresa, se dio cuenta de que las echaría en falta más de lo que jamás habría imaginado.

-Debe de haber sido Geo -exclamó la muchacha-. Últimamente está insoportable, tan malhumorado como un oso herido. ¿Ha sido grosero con usted? ¿Es esto por su culpa? Iría a verlo ahora mismo y lo haría entrar en razón...

-Calla, Lou. -Su madre miró a Richard con ternura-. No vas a resolver nada sulfurándote y haciéndole las cosas más difíciles a Lord Richard. Si desea marcharse, se marchará con nuestro afecto y gratitud. No vamos a corresponder a toda su amabilidad atormentándolo.

-Gracias, señora Harrison -susurró Richard, incapaz de mirar a los ojos a la madre de su amante. Tenía la horrible sospecha de que ella, con su gran intuición, había adivinado lo que había sucedido entre él y George.

-Pero yo no quiero que se marche -dijo Louise con obstinación-. Voy a añorarlo muchísimo... Es el mejor amigo que he tenido jamás, y... Oh, ¿qué haré yo sin mi Lee?

-Seguirá viéndonos. -Richard le sonrió afectuosamente, a punto de llorar-. Seguiremos siendo amigos, Lou, y está invitada a visitarnos a mí y a Lee siempre que lo desee. -Embargado por la emoción, Richard se levantó y se retorció nerviosamente las manos-. Si me perdonan, tengo muchas cosas que hacer...

Se marchó a toda prisa, antes de que pudieran verlo llorar, y las dos mujeres empezaron a hablar acaloradamente justo cuando Richard alcanzaba el umbral.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora