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George Harrison necesitaba una esposa. Se había fijado en la clase de señoras con las que estaban casados los hombres ricos y de buena posición: mujeres serenas que nunca levantaban la voz, y que llevaban la casa y todos los detalles de la vida de un hombre, pero conoció a Richard.

Los sirvientes de una casa bien dirigida parecían trabajar al unísono como el mecanismo de un reloj.., todo lo contrario de la suya. A veces, sus criados hacían bien las cosas, pero otras le hacían la vida imposible. Las comidas a menudo se servían tarde; las sábanas, la plata y los muebles nunca estaban impecables, como en otras casas pudientes, y la despensa siempre estaba a rebosar o completamente vacía.

George había contratado a varias amas de llaves hasta darse cuenta de que incluso las mejores seguían necesitando la supervisión de la señora de la casa. Y Dios sabía que su madre era incapaz de dar órdenes al servicio, aparte de pedirle tímidamente a una criada una taza de té o que la ayudara a vestirse.

—Son sirvientes, madre —le había dicho pacientemente George, al menos un centenar de veces—. Esperan que usted les pida cosas. Quieren que lo haga. De lo contrario, no tendrían trabajo. Así que intente que no parezca que está pidiéndoles perdón cada vez que necesita algo, maldita sea, y toque la campanilla con cierta autoridad.

Pero su madre sólo se había reído y protestado, aduciendo que detestaba molestar a nadie, aun cuando le pagaran para ello. No, su madre no iba nunca a mejorar en aquel terreno, había vivido en la miseria durante demasiado tiempo y jamás sabría tratar a un sirviente.

Parte del problema era que sus criados, como su dinero, eran nuevos. Otros hombres adinerados habían heredado una casa con sirvientes experimentados que llevaban años, incluso décadas, viviendo y trabajando juntos. George había tenido que contratar a los suyos en un santiamén. Algunos se estaban iniciando en el oficio, pero la mayoría habían sido despedidos de sus anteriores puestos por razones diversas. En otras palabras, tenía a su cargo la mayor acumulación de borrachos, madres solteras, chapuceros y ladronzuelos del oeste de Londres.

Sus amigos le habían aconsejado que la mujer idónea podría hacer maravillas para mejorar la gestión de su casa, dejándole a él las manos libres para hacer lo que mejor sabía: dinero. Por primera vez en su vida, George encontraba la perspectiva de casarse sensata e incluso atractiva. No obstante, tenía que encontrar a la mujer idónea y convencerla de que lo aceptara, y eso no era tarea fácil. La mujer que tomara como esposa debería cumplir una serie de requisitos. Pero apareció Richard.

Por lo pronto, tendría que ser de sangre azul, si quería tener acceso a los círculos de la alta sociedad a los que aspiraba. De hecho, considerando su propia falta de modales y educación, lo mejor sería que, para compensarlo, ella fuera de un linaje que se remontara a Guillermo el Conquistador. No obstante, no debería ser condescendiente con ella; no tendría una esposa que lo mirara por encima del hombro. También debería ser inde- pendiente, para que no le importaran sus frecuentes ausencias. Era un hombre ocupado, y lo último que necesitaba era que nadie lo agobiara e intentara usurparle el poco tiempo del que disponía.

La belleza no era un requisito. De hecho, no quería que su esposa fuera tan hermosa que los demás hombres estuvieran siempre mirándola e intentando seducirla. Era esencial que gozara de buena salud física y mental, pues quería tener hijos fuertes e inteligentes. También debería tener habilidades sociales, porque tendría que introducirlo en una sociedad que claramente se negaba a aceptarlo.

George sabía de buena tinta que muchos aristócratas se burlaban de él a sus espaldas por sus orígenes humildes y por la rapidez con que había amasado su fortuna, aduciendo que tenía una mentalidad burguesa y mercantil, que no sabía lo que era el buen gusto, la elegancia y los buenos modales. No se equivocaban. Él conocía sus limitaciones. Sin embargo, saber que nadie podía reírse abiertamente de él le producía un placer macabro. Se había convertido en una fuerza con la que había que contar. Había hundido sus tentáculos en bancos, negocios, inmobiliarias, sociedades de cartera... Era probable que tuviera algún tipo de vínculo financiero, fuera grande o pequeño, con todos los hombres acaudalados de Inglaterra.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora