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Aunque Richard llevaba un traje de color gris, se veía esplendido. Para George ver aquella porción mínima de piel como el cuello de Richard, fue suficiente para disparar su imaginación. Jamás lo había fascinado tanto una parte del cuello de un caballero. Quería posar los labios en aquel dulce hueco, olerlo, lamerlo... Imaginarse el suave cuerpo que había debajo de aquel traje gris le resultaba casi insoportable.

—Señor Harrison, hoy parece distraído —dijo Richard, y George apartó la mirada del traje para posarlo en sus cálidos ojos, que tenían el color del cielo. Aquellos ojos tan inocentes... Juraría que Starkey no era en absoluto consciente del efecto que le causaba.

Richard esbozó una sonrisa.

—Sé que esto no le apetece nada —dijo—No obstante, debe aprender a bailar, y a hacerlo bien. Sólo quedan dos meses para el baile de los Plymouth.

—El baile de los Plymouth —repitió él, enarcando las cejas sardónicamente—Es la primera noticia que tengo.

—Pensé que sería la ocasión ideal para poner a prueba lo que ha aprendido. Es un baile que lord y Lady Plymouth celebran todos los años, siempre en plena temporada social. Conozco a los Plymouth desde hace muchos años, y son una familia extremadamente cortés, les sugeriré con mucha discreción que me envíen invitaciones. Presentaremos a su hermana Louise en sociedad esa misma noche, y usted... bueno, no hay duda de que verá a muchas jóvenes de buena familia, y quizás alguna capte su interés.

George asintió automáticamente, aunque sabía que ninguna mujer del mundo podría captar su interés con tanta intensidad como lo había hecho Lord Richard Starkey.

Debió de fruncir el entrecejo o parecer malhumorado, porque Richard sonrió para tranquilizarlo.

—Creo que comprobará que no es tan complicado como piensa—dijo, creyendo que a él le preocupaban las clases de baile—Iremos paso a paso. Si vemos que yo no puedo enseñarle como es debido, consultaremos al señor Girouard.

—No quiero un profesor de baile —sentenció George, porque aquel hombre le había repugnado nada más verlo. Había estado viendo la clase de baile de Louise la mañana anterior y se había negado rotundamente a participar cuando el señor Girouard había cometido el error de intentar que se uniera a ellos.

Richard suspiró como si estuviera a punto de perder la paciencia.

—A su hermana le agrada —señaló—. El señor Girouard es un profesor de baile con mucho talento.

—Intentó tomarme la mano.

—Le aseguro que su intención sólo era enseñarle los pasos de la cuadrilla.

—Yo no tomo de la mano a ningún hombre —dijo George—Al menos que sea la de usted.

Richard puso los ojos en blanco, ruborizado y no hizo ningún comentario.

Se hallaban solos en el suntuoso salón de baile. Las paredes estaban tapizadas con sedas verde pálido y decoradas con bajorrelieves dorados. Hileras de columnas de malaquita verde, dignas de un palacio ruso, separaban espejos con marcos de oro que medían más de cinco metros de altura. Parecía casi imposible que el techo pudiera soportar el peso de las seis inmensas arañas de cristal, cada una provista de una cantidad de lágrimas impresionante. Como no necesitaban música para que George aprendiera los pasos básicos de los distintos bailes, la tribuna de los músicos, ubicada en el fondo del salón, estaba vacía.

George veía el reflejo de su compañero en muchos de los espejos que los rodeaban. Su traje gris contrastaba con un entorno tan suntuoso. ¿Qué aspecto tendría Richard con un traje de noche? Lo imagino con una prenda que resaltará sus ojos, el brillo adamantino de su pálida piel.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora