quince;

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Cuando se hizo evidente que Richard volvía a estar solo, varias mujeres se dirigieron hacia él. Viendo que pronto volverían a acosarlo, optó por una retirada estratégica. Fingiendo que no veía a ninguna de las mujeres que se le acercaban, se dirigió a la entrada del salón, esperando hallar refugio en una de las galerías o saloncitos que lo rodeaban. Estaba demasiado concentrado en huir como para advertir la gran silueta que se cruzó en su camino. Súbitamente, se dio de bruces con el sólido cuerpo de un hombre. Sofocó un grito, sobresaltado. Un par de manos enguantadas lo sujetaron por los hombros, haciéndole recobrar su precario equilibrio.

—Lo siento muchísimo —se apresuró a decir Richard, alzando la vista para ver al hombre que tenía delante—. Tenía un poco de prisa. Perdóneme. Debería haber... —Pero se quedó sin habla, aturdido al ver con quién había chocado—Eric —susurró.

Ver a Eric, conde de Clapton, bastó para traerle embriagadores recuerdos a la memoria. Durante unos instantes, se le hizo un nudo en la garganta que no le permitió hablar ni respirar. Habían pasado tres años desde la última vez que lo había visto, en el funeral de Maureen. Parecía mayor, más serio, y tenía patas de gallo antes inexistentes. Pero era más apuesto, si cabe, porque la madurez lo había curtido.

Llevaba el pelo cortado de la misma forma, y los ojos eran exactamente como los recordaba, fríos e incisivos hasta que sonreía. Entonces, tenía la mirada cálida y plateada.

—Lord Richard —dijo él en voz baja.

Un millar de recuerdos los unía. ¿Cuántas ociosas tardes de verano habían pasado juntos los tres, a cuántas fiestas y veladas musicales habían asistido? Richard recordaba cómo Maureen y él habían bromeado con Clapton sobre la clase de muchacha con la que debía casarse... o la funesta noche en que Richard le había dicho a Eric que Maureen había contraído fiebres tifoideas. Clapton había sido un gran apoyo para Richard durante toda la enfermedad de Maureen y en el momento de su muerte. Maureen y Eric habían sido como hermanos y, por ello, Richard consideraba a Eric como a un miembro más de la familia. Al verlo de esa forma, tras su larga ausencia, tuvo la sensación de que Maureen estaba aún viva. Casi esperaba que apareciera detrás de él, con un chiste en los labios y una sonrisa radiante. Pero Maureen no estaba allí, naturalmente. Sólo quedaban Richard y Clapton.

—La única razón por la que he venido aquí esta noche es porque lady Plymouth me dijo que vendrías —dijo Clapton en voz baja.

—Hace tanto tiempo... —Richard se calló, la mente se le quedó en blanco mientras lo contemplaba. Ansiaba hablar con él sobre Maureen, y sobre lo que había sido de ellos dos durante los últimos años.

Clapton sonrió. Los dientes blancos contrastaron con su tez dorada.

—Ven conmigo—. Richard lo tomó por el brazo con naturalidad, y anduvo sin pensar, sintiéndose como si se hallara en un sueño. Sin articular palabra, Clapton lo sacó del salón, atravesaron el recibidor y salieron por una larga hilera de cristaleras. Lo guió hasta el patio central de la casa, donde el aire estaba impregnado con la fragancia de las frutas y las flores. Afuera, lámparas de hierro forjado proyectaban luz en la espesura e iluminaban el cielo, volviéndolo del mismo color que las ciruelas negras. Para tener cierta intimidad, se dirigieron al fondo del patio, que daba a un gran jardín ubicado en la parte trasera de la casa. Hallaron un círculo de banquitos de piedra semioculto por una hilera de setos y se sentaron juntos.

Richard miró el rostro en sombra de Clapton con una sonrisa vacilante. Presentía que Eric se sentía igual que él, extraño pero impaciente, dos viejos amigos deseosos por renovar su amistad. Lo sentía tan cerca, tan familiar, que tuvo el fuerte impulso de abrazarlo, pero algo lo detuvo. La expresión de Clapton ocultaba algo que parecía causarle malestar.., inquietud... vergüenza.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora