siete;

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—Perdóneme —se apresuró a decir—. No sé por qué...

—Tiene razón. Si fuera realmente un caballero, en lugar de querer sólo aparentarlo, jamás triunfaría en el mundo de los negocios. Los verdaderos caballeros no tienen la mentalidad ni los arrestos para hacer dinero.

—No estoy de acuerdo con eso.

—¿Oh? Nómbreme a un caballero auténtico que usted conozca que sepa defenderse en el mundo de los negocios.

Richard pensó durante un buen rato, repasando mentalmente la lista de hombres que eran conocidos por su perspicacia comercial. No obstante, los que se podían llamar realmente emprendedores, triunfadores en el sentido al que se refería Harrison, habían perdido la pátina de honor e integridad que en un tiempo los había definido como auténticos caballeros. Incómodo, reflexionó sobre la facilidad con que se deteriora la reputación de un hombre cuando se lanza en pos de la gloria económica. No se podía navegar en aguas turbulentas sin sufrir el embate de las olas.

Harrison sonrió con suficiencia ante su silencio.

—Exactamente.

Frunciendo el entrecejo, Richard se puso a caminar a su lado, declinando tomarle el brazo.

—Aumentar la fortuna no debería ser el objetivo prioritario en la vida de un
hombre, señor Harrison.

—¿Por qué no?

—El amor, la familia, la amistad... Esas son las cosas que importan. Y, definitivamente, la mayoría no puede comprarse.

—Se sorprendería —dijo él, y Richard no pudo evitar reírse de su cinismo.

—Sólo espero que algún día, señor Harrison, encuentre alguien o algo por lo que renunciaría gustosamente a su fortuna. Y espero estar allí para presenciarlo.

—Tal vez lo esté —dijo George, y lo guió por otro largo pasillo.

Aunque Richard enseguida se despejaba cuando Lee se metía en su cama para darle el beso de buenos días, ese día se resistía a que lo sacara de su sueño reparador. Murmuró adormecido y hundió la cara en la almohada, mientras Lee hacía cabriolas a su alrededor.

—Papá —gritó la niña, metiéndose bajo las cálidas mantas—. Papá, ¡despierta! Ya ha salido el sol, y hace un día espléndido. Quiero jugar en los jardines. Y visitar los establos. El señor Harrison tiene muchos caballos, ¿lo sabías?

Linda escogió justo aquel momento para entrar en la habitación.

—El señor Harrison tiene mucho de todo—fue la irónica observación de la doncella, y Richard desenterró la cara de la almohada, sofocando una risa.

Diligentemente, Linda llenó de agua caliente el lavamanos con repisa de mármol, y sacó el cepillo y el peine con base de plata, junto con otros artículos de higiene.

—Buenos días,Linda —dijo Richard, sintiéndose anormalmente alegre—. ¿Has dormido bien?

—Sí, y nuestra Lee también. Sospecho que se agotó jugando con todos aquellos juguetes. ¿Y usted, señor?

—He dormido maravillosamente bien.

Después de haberse pasado las últimas noches dando vueltas en la cama y levantándose en plena noche acosado por las dudas, Richard había sucumbido finalmente a un sueño profundo. Supuso que era natural que se relajara, una vez instalado bajo el techo del señor Harrison y sin poder echarse atrás. Y les habían destinado unas habitaciones muy hermosas, grandes y ventiladas, decoradas en beige, y con las paredes blancas artesonadas. Las ventanas tenían vaporosas cortinas de encaje de Bruselas y los sillones franceses estaban cubiertos por tapices gobelinos.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora