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Cuando Richard empezó a escribirse con varias amistades, muchas de las cuales no había visto desde el funeral de Maureen, le sorprendió su reacción ante la noticia de que estaba trabajando y residiendo en la propiedad que el señor George Harrison tenía en Liverpool.

Naturalmente, muchas le demostraron su desaprobación, ofreciéndole incluso un lugar en sus propias casas, pensando que debía de estar en la miseria para haber aceptado. Sin embargo, para su sorpresa, la mayoría se mostraron muy interesadas en su nueva situación y le preguntaron si podían ir a visitarlo a la casa de Harrison. Aparentemente muchas señoras estaban impacientes por ver la casa y, más que eso, por conocerlo a él.

Harrison no pareció sorprenderse cuando Richard se lo mencionó.

—Siempre pasa lo mismo —dijo con una sonrisa cínica—. Las mujeres de su clase irían a la guillotina antes que casarse con un advenedizo como yo... pero hay una cantidad sorprendente que quieren ser mis «amigas».

—¿Quiere decir que están dispuestas a... con usted? —Richard se quedó callado sin dar crédito a sus oídos—. ¿Incluso las casadas?

—Sobre todo ésas —le informó Harrison burlón—. Mientras usted estuvo recluido en casa de los Cox guardando luto, yo he tenido a muchas damas elegantes de Liverpool entre mis sábanas.

—Un caballero no alardea de sus conquistas sexuales —había replicado Richard, ruborizándose con el comentario.

—No estaba alardeando. Estaba exponiendo un hecho.

—Hay hechos que es mejor no airear.

La inesperada dureza con que Richard había pronunciado aquellas palabras pareció despertar inmensamente el interés de Harrison.

—Tiene una expresión muy extraña, Lord Richard —dijo con voz aterciopelada—Casi parece que esta celoso.

Richard se enojó tanto que estuvo a punto de atragantarse. George Harrison tenía el don de conseguir sacarlo de sus casillas como nadie había hecho antes.

—En absoluto. Sólo pensaba en la cantidad de enfermedades desagradables que uno debe de contraer con tantos idilios.

—Idilios —repitió él, riéndose entre dientes—. Nunca había oído a nadie expresarlo con tanta delicadeza. No, jamás he contraído la sífilis ni ninguna otra enfermedad en mis contactos con prostitutas. Un hombre tiene formas de protegerse...

—¡Le aseguro que no me apetece oírlas! —Horrorizado, Richard se había tapado los oídos con las manos. Harrison, el ser más lujurioso que conocía, estaba demasiado dispuesto a hablar sobre ciertas cuestiones íntimas que un caballero nunca debería admitir que conoce—Usted, señor mío, es completamente inmoral.

En lugar de parecer avergonzado por su comentario, Harrison se echó a reír.

—Y usted, señor mío, es un mojigato.

—Gracias —exclamó.

—No pretendía ser un cumplido.

—Cualquier crítica suya, señor Harrison, la recibiré definitivamente como un cumplido.

Harrison se había reído, como hacía siempre que Richard intentaba darle lecciones de moral. Sólo le interesaba que le enseñara a comportarse superficialmente como un caballero. Y cuando le conviniera, no dudaría en despojarse de su fachada refinada. No obstante, por mucho que lo intentara, Richard no podía sentir antipatía por él.

A medida que pasaban las semanas, Richard fue averiguando muchas cosas sobre su patrón, incluyendo el hecho de que poseía muchas cualidades personales dignas de admiración. Harrison era honesto sobre sus defectos y extraordinariamente modesto en todo lo referente a sus orígenes y su falta de educación. Poseía una extraña clase de modestia, rebajando constantemente su tremenda inteligencia innata y sus importantes logros. A menudo se valía de su picardía para hacerla reír en contra de su voluntad. De hecho, parecía que disfrutara provocándolo hasta que él se enojaba; luego, para frustración de Richard, lo hacía reír.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora