diecinueve;

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Sintió una extraña corriente de placer en todo el cuerpo y empezó a retorcerse, arañándole el hombro, besándole ardientemente en el cuello. Él emitió un sonido gutural y Richard notó que su cuerpo se tensaba de una forma increíble. Despacio, como si temiera asustarlo, George retiró la mano y empezó a desabrocharse el pantalón. Richard se estremeció cuando sintió el contacto de su miembro, duro e inflamado. George le abrió aún más las piernas e indagó en la abertura.

Richard tembló cuando lo penetró, dilatando sus delicadas partes íntimas. Suspiró débilmente.

—¿Te hago daño? —George lo estaba mirando, con aquellos ojos tan oscuros como la noche. Empezó a acariciarlo, cambiándolo de postura, abriéndole más las piernas para estimularle directamente. Aquel instante era tan íntimo que Richard estuvo a punto de llorar. Se relajó para adaptarse a él y la tirantez disminuyó. Súbitamente, ya no sintió dolor, sólo placer. Abandonándose por completo, se abrazó a él, aferrándose a sus caderas con las piernas.

George cerró los ojos y arrugó la frente. Lo sujetó por la nuca y lo atrajo hacia sí, reclamando ávidamente su boca. Le puso la otra mano en las caderas, empujándolo hacia sí con un ritmo insistente y penetrándolo hasta lo más hondo mientras Richard se retorcía y se agitaba enfebrecido. No dejaba de besarlo, tentándolo, devorándolo apasionadamente.

Richard intentó deshacerse de la ropa que se interponía entre ellos. Quería acabar de quitarse lo que tenía y sentir en su piel las piernas desnudas de George en lugar de los pantalones. Notó una tensión voluptuosa en sus entrañas y gimió suplicante. Lo había invadido una fiebre extraña y salvaje que lo impulsaba a moverse con más ímpetu. Adoraba la textura dura y tersa del cuerpo de George, notarlo dentro. Entonces, súbitamente, se quedó paralizado; tensó todos los músculos y notó un placer ardiente en sus partes íntimas que se le extendió al resto del cuerpo. Incapaz de moverse, se mordió el labio y gimió cuando sintió una explosión de placer en sus entrañas.

Aunque Richard no comprendía enteramente lo que estaba sucediendo, George sí lo sabía, porque le susurró al oído con suavidad, lo acunó en sus brazos y siguió empujando. Richard empezó a temblar y notó deliciosos espasmos en la zona que él estaba invadiendo con tanto ardor. Aquello bastó para que George perdiera el control. Se estremeció, suspiró y empujó por última vez. Lo sujetó por las nalgas, atrayéndolo violentamente hacia sí para penetrarlo aún más hondo.

Sintiéndose ebrio, Richard se relajó pesadamente sobre su pecho, mientras el lugar por el que estaban unidos seguía candente y latiéndole. Quería reír y llorar al mismo tiempo, y acabó suspirando para aliviar la tensión. George le acarició la espalda desnuda y Richard apretó la mejilla contra su hombro.

—Esto jamás te había sucedido con tu esposa—susurró George. Era una afirmación, no una pregunta.

Richard asintió perplejo y maravillado. Era difícil creer que pudieran tener una conversación en aquella postura, mientras Richard notaba su calor dentro de él. Pero afuera la tormenta seguía arreciando, envolviéndolos íntimamente en la oscuridad, y se oyó responder como si estuviera bajo los efectos de las drogas.

—Me gustaba hacer el amor con Maureen... Siempre era agradable. Pero hubo cosas que ella nunca... y yo no... Porque no está bien, ¿sabes?

—¿Que es lo que no está bien? —exclamó George.

Richard habló despacio, escogiendo las palabras.

—La mujer se debía amansar la animalidad del hombre, no enardecerla. Ya te he dicho que el acto sexual debería ser...

—Una elevada expresión de amor —dijo él, jugando con su cabello—. Una comunión de almas.

Richard se quedó sorprendido de que aún lo recordara.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora